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EFE
Martes, 6 de septiembre 2011, 00:59
¿Cómo se puede pasar en un espacio relativamente corto de tiempo, tres meses, del fracaso al éxito? Un especialista en la enfermedad silenciosa, así es conocida la depresión, lo explicaría mucho mejor, seguro. Juanjo Cobo, que obtenía la victoria en El Angliru, después de una de las ascensiones más espectaculares que se han visto al coloso asturiano, para convertirse en líder de la Vuelta a España, tampoco sabe descifrar muy bien en qué estado mental se encontraba.
Lo único que notaba en su cerebro es que no tenía ganas de entrenar, que todo le daba igual, que estaba dispuesto a romper su contrato y dejar de correr, que el ciclismo, un «deporte que es mi profesión, mi trabajo, pero no mi pasión» le empezaba a pesar.
Levantarse por la mañana y coger la bicicleta todos los días se le hacía duro.
Ha estado año y medio metido en un túnel del que es muy complicado salir a nivel personal, y menos hacerlo en solitario.
Cobo no buscó ayuda profesional, pero sí la de su director, Joxean Matxin,que no es médico, pero si un buen especialista en 'comer la cabeza' a sus ciclistas y a todo el que quiera escucharle. Le dio tranquilidad a un ciclista que siempre ha corrido con él desde que era aficionado, salvo el año que se fue el Caisse d' Epargne, y en el que siempre ha confiado. Le dijo que volviese a entrenar y Cobo recuperó sus sensaciones. No es un ciclista normal, nunca lo ha sido, ni tampoco su forma de vida es normal.
A los 30 años sigue viviendo con sus padres, no sabe conducir, donde mejor está en vacaciones es en su casa, con su familia, y con quien mejor se lo pasa es con sus amigos. Es un corredor de otra época que tampoco es un cualquiera: con etapas ganadas en Tour y Vuelta, con la Vuelta al País Vasco en su poder, Cobo es un ciclista intermitente, que se mueve por impulsos, por lo que dicta su cabeza, que no siempre gira al mismo ritmo de los demás.
Decíamos que no había mucha gente capaz de atacar en las etapas de Asturias. El único que lo ha hecho ha sido él, primero en La Farrapona y luego en El Angliru.
A 6,5 kilómetros para la meta dejó el grupo de elegidos que se había quedado en nada, con Froome, Wiggins, Menchov, Poels y Joaquín Rodríguez. Desde ese momento lo que vimos fue un recital.
Cobo no es un escalador puro, -de esos, apenas quedan-, es un ciclista con una fuerza bestial, que asusta, que no se levanta de la bicicleta. Sube a golpe de riñones, haciendo sufrir a las bielas de su bicicleta. Se dedicó a acumular segundos de ventaja, lo que unido a los veinte segundos de bonificación, le dejan veinte segundos de margen sobre Froome.
La subida se convirtió en un recital de Cobo y en un padecimiento para los demás. Wiggins iba cediendo segundos que en La Cueña les Cabres, con 23,55% de porcentaje, aumentarían todavía más. Nibali desapareció, Joaquín Rodríguez no pudo, Menchov le quitó la bonificación a Froome, Igor Anton se mostró recuperado.
Todo lo eclipsó Cobo
En el mano a mano en el que se convierte El Angliru sólo hubo un nombre, el de él: «Pensaba atacar más cerca de meta, pero me he encontrado bien y lo he hecho antes, para poner un ritmo fuerte que me ha permitido abrir hueco».
Estaba tranquilo después de la exhibición que había realizado: «La Vuelta no la tengo ganada. Las etapas de Cantabria y el País Vasco tienen mucha dureza. Será difícil, pero está claro que lo vamos a intentar. Me imagino que Froome y su equipo intentarán atacar».
No conocía El Angliru. «No pude venir a verlo entre unas cosas y otras. Me interesaba más que nada por los desarrollos que debía de utilizar. Al final he metido un 33 o 34», explicaba. Con un principio de temporada catastrófico, sin correr Giro y Tour, Cobo ha llegado al mes de septiembre muy entero, con ganas de bicicleta y la tercera semana de carrera, que para todo ciclista es un problema, se ha convertido para él en una bendición: esa es la diferencia.
«Matxin me decía por el pinganillo que regulase, que tratase de llegar al último kilómetro sin desfallecer. Me iba dando referencias, diciéndome que no me cebase». No empezó a dejarse ver en la carrera hasta la etapa de La Covatilla, la novena, y se ha convertido en la sensación, grata de la Vuelta.
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