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"Me siento a gusto en tierra de nadie"

"Me siento a gusto en tierra de nadie"

Quique González presenta en Escenario Santander su último disco, 'Me mata si me necesitas'

Pilar González Ruiz

Sábado, 14 de mayo 2016, 07:50

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Ha canalizado el dolor en acordes y una experiencia dura en versos que recorren su geografía del último año. El resultado es 'Me mata si me necesitas' (Cultura Rock Records, 2016), un disco en el que Quique González ha rebautizado a su banda de compinches como Los Detectives. El gran reto de este clan es gestionar las emociones sobre el escenario. González, que se confiesa parte de los valles pasiegos y heredero de un estilo de hacer canciones, cuenta sus sensaciones antes de su concierto de esta noche (Escenario Santander, 22.00 horas). Será el debut en la ciudad de este nuevo trabajo, el décimo de uno de los cantautores referenciales de su generación.

- ¿Cómo está viviendo las primeras tomas de contacto con el público?

- Estoy intentando gestionar un poco la emoción. Hace nueve meses terminamos de grabar el disco. Salió hace dos. Siempre te queda la duda de si la gente se va a emocionar tanto como quienes hacíamos el disco al grabarlo. Empiezas a recibir información, a ver las caras de la gente en los conciertos y por un lado sientes alegría y por otro es como una ola de emoción y de sentimientos. Mis canciones siempre van en paralelo a mi vida y, cuando la gente te demuestra lo que sienten, es como si volvieran muchas cosas. Tengo que gestionarlo, pero está siendo increíble. Estamos ahí para esto; para comunicarnos. Y parece que estas canciones les han llegado.

- Se le nota eufórico al respecto de un disco en el que ha volcado historias íntimas y duras. ¿Tenía la necesidad de recuperar la rutina de escenarios?

- Es una buena pregunta, porque no sé si lo necesitaba. Pero sí; los conciertos son una celebración del disco, de la vida y de lo que hacemos; de toda la buena onda que tenemos en la banda. Lo bien que nos llevamos fuera y lo que disfrutamos juntos se convierte en euforia cuando tocamos estas canciones. El escenario es como nuestra casa y, cuando somos capaces de conectar, eso es lo máximo. Eso es el éxito.

- Su amigo Fernando Macaya decía de usted que había encontrado en esta banda a sus Heartbreakers, en referencia al clásico grupo de Tom Petty.

- ¡Llevo buscándolos toda la vida! He tenido la suerte de tocar con grandes bandas, con algunos de los mejores músicos de este país, pero supongo que, ya en la última gira de 'Delantera Mítica', lo que teníamos los cinco que somos, dentro y fuera del escenario, era una hermandad y una camaradería que iba más allá de contratar músicos para tocar en tu grupo. Las dos incorporaciones, David Schulthess tocando el órgano Hammond y Nina como corista, han servido para sumar.

- ¿Qué siente cuando están juntos?

- Estoy arriba tocando con ellos y, mire donde mire, hay al menos uno pasándoselo muy bien haciendo algo increíble con su instrumento; o, en el caso de Edu Ortega, con todos sus instrumentos. De todo lo que me está pasando en estos últimos meses, para mí lo mejor y el momento en que más feliz estoy es tocando con esos tíos. Así que sí; ojalá haya encontrado mi banda para mucho tiempo.

- ¿Es controlador? ¿Ejerce de líder?

- Ese proceso que tiene que darse en el local de ensayo y en el estudio, donde puedes corregir. A la hora de salir a tocar tienes que estar pendiente de lo tuyo y disfrutar con tus compañeros. No soy muy sargento, pero soy muy responsable. Sé lo que me gusta y, sobre todo, lo que no me gusta. Estamos ahí para sentirnos todos a gusto y alguien tiene que repartir el juego. Afortunadamente, esta es una banda sin problemas de egos o inseguridades. Todo el mundo respeta el trabajo y espacio de los demás. Todos tocamos para la canción desde el mismo sitio.

La etiqueta americana

- Aunque grabó este último disco en Cataluña, dicen que podría ser el más americano de los suyos. ¿Lo ve así?

- No establezco ese tipo de etiquetas. Sí es cierto que el género americana, que englobaría rock, blues, folk, country y canción de autor, me interesa. A la hora de hacer canciones uno intenta verse reflejado en la música que le gusta. El objetivo es hacerlo y que suene de una forma natural; meter todos los ingredientes y que salga algo parecido a tu sonido. Los que estamos en esto queremos sentir que estamos encontrando nuestra voz, nuestro estilo; pero también, a veces, una etiqueta responde a la necesidad de la gente de situarte. Lo entiendo.

- ¿No tiene esa necesidad ni se encuadra en un género concreto?

A mí me gusta sonar bien, ¿sabes? Y, dentro del concepto que yo tengo de sonar bien, por mucho que yo quisiera sonar más 'moderno' o electrónico o fuera de lo que tiene que ver con la música de raíz, resultaría incoherente y no estaría a gusto con eso.

- Usted tiene claras sus fuentes.

- Me gusta sentirme parte de una tradición de gente haciendo canciones y de un sonido. Bob Dylan, Tom Petty, Steve Earle, Robert Johnson, Lucinda Williams...Pero también soy hijo de una tradición que viene de Nacha Pop, de Antonio Vega en solitario, de Enrique Urquijo, de José Ignacio Lapido, de muchos compañeros que admiro y de los que me siento parte, como una rama de su árbol genealógico.

- Su vocabulario e imaginería sí que pueden trasladar al oyente a escenarios de la América profunda.

- Es que para mí esas imágenes suceden aquí. Cuando me imagino a un tipo con la escopeta en el porche, me lo imagino aquí, en la Vega de Pas, no en Oklahoma. Los escenarios de mis canciones están mucho más cerca. Desafortunadamente, los pistoleros existen aquí y en Estados Unidos. Bueno, en Canadá menos. Pero vivimos con ello. Me gusta pensar que escribo canciones de mi tiempo y de mi entorno.

- ¿Entiende que esa transposición imaginaria se dé?

- Creo que tiene que ver más con los sonidos y los instrumentos que con las historias. Y más en los discos anteriores. En este creo que no hay imágenes que te lleven a otro país. En los otros, para mí, tampoco. Cuando juego con imágenes que podrían ser de fuera, pinso en sitios de aquí. He grabado dos discos en Nashville y no he nombrado ninguna calle de allí.

- Pero sí Villacarriedo y Asturiana de Zinc.

- Eso es. Mis canciones suceden aquí.

El entorno musical

-¿Cree, como canta, que vive en un país enfermo?

- Sí, es una sensación que tenemos muchos. Está enfermo de polarización política, de envidia desde los tiempos de los tiempos, y es un clásico en nuestro repertorio: la envidia española; reírse del tropezón del otro. Me refiero a ese tipo de cosas. Cuando la política se convierte en un espectáculo para esconder los problemas reales de la gente, para que piensen en la corbata de uno o el artículo de otro.

- Su música no ha estado en radio fórmulas, pero tampoco es un hit en radios alternativas. Y, sin embargo, ahí están sus cifras de venta. ¿Qué está pasando?

- No lo sé. Yo he querido hacer mi propio camino y respetar a la gente que ha venido a los conciertos desde que eran dos. No he querido ser mainstream ni indie. Y seguramente por eso he sido demasiado indie para el mainstream, y viceversa. Cosa que me encanta. Me gusta no pertenecer a ninguno de los dos sitios, porque cada uno de ellos es igual de sectario con las otras músicas. En España parece que estás en uno u otro. Y me gustaría pensar que el sitio donde estoy yo es tierra de nadie; me siento a gusto ahí. Es donde me han puesto los seguidores. Estoy contento.

- Hace pocos días asistió en Madrid a la presentación del libro Salitre 48: Quique González en el disparadero. ¿Siente que su trabajo ha calado?

- Me lo tomo como un premio, realmente. Como no me han dado muchos De hecho, no recuerdo ahora ninguno; quizá uno en Rolling Stone, pero ni en el colegio ni nada. 'Salitre' es un disco que no quería nadie. Estuve dos años moviéndolo, ninguna compañía estaba interesada y yo confiaba en él de una forma muy quijotesca e ingenua, supongo. 15 años después, que un tipo que escribe de maravilla, como Chema Doménech, se pegue el curro que supone hacer cualquier libro y hablando sobre un disco que, además, no quería nadie, para mí eso es un premio de la vida. Es un éxito y es muy emocionante.

- El tiempo le ha dado la razón y 'Salitre 48' es uno de sus discos de referencia. ¿Antes no funcionaba y ahora sí?

- No sé qué pasó. Supongo que, una vez editado, la gente hizo suyo el disco enseguida. Sigue siendo así. Uno de los grandes errores de los ejecutivos de las discográficas ha sido pensar que las canciones son un producto. Salvo algunas excepciones, habrían hecho lo mismo vendiendo pinzas de la ropa que discos y de esa manera han engañado a la gente; porque, para la gente, la música significa algo más en sus vidas que un producto de usar y tirar. Al tratar aquel disco de una forma tan poco especial, devaluaron lo que estaban intentando vender. Supongo que en ese momento no lo quería nadie porque estaban pensando que no iban a ganar dinero.

- Y ahora la gente sigue pidiéndolo.

- La misma compañía, que primero me echó y después editó el disco, ha vuelto a hacer una edición especial, 15 años después. Sí, es increíble.

La familia cántabra

-¿Cómo acaba un madrileño en Villacarriedo?

- Pues acabé de casualidad. Lo digo mucho y no se lo cree la gente, pero le gasté una broma a una novia que tenía entonces viendo una foto de la casa donde vivo. No tenía intención de comprar una casa, ni de venir a vivir a Cantabria, pero entré en el sitio, me enamoré del Valle y llevo once años aquí, así que la broma está siendo larga. Nunca más me volví a meter en esas cosas. Me tiene que gustar mucho.

- ¿Qué ha encontrado aquí que le ha atado a este lugar?

- Este lugar me ha dado mucho, es difícil de cuantificar. Pero, cuando has nacido en otro sitio y eliges un lugar donde quedarte, siempre suele haber más razones que las que tienen que ver con lo bonito, la temperatura, el paisaje... Si no hubiera tenido una familia, que es lo que considero a la gente del valle, del pueblo, si no me hubieran cuidado y adoptado como lo han hecho, probablemente me hubiera ido de aquí, por muy bonito que fuese y muy a gusto que estuviese yo. Porque, si no tienes un tejido social y emocional, es imposible. Me siento parte de ellos, parte de este valle, exactamente como si hubiera nacido aquí. No me planteo la posibilidad de irme.

- ¿Cómo valora alguien de su oficio la labor que hacen las salas y bares de la región por la música en directo?

- La gente que ama la música en Santander y que quiere activar y mantener las actuaciones, los conciertos, la escena cultural y el mundo del espectáculo está haciendo un trabajo de héroes, porque todo lo que tienen por parte de la administración, en general, son trabas. Para estos, la música no es un hecho cultural, sino cuatro tíos con el pelo largo que hacen mucho ruido. Les cuesta ver la cultura como el tejido social de una ciudad, eso de lo que estamos hechos. Igual que en otras ciudades, como Madrid, donde se ha perseguido policialmente, se ha ido en contra de la vida de todos, no sólo de los músicos.Aquí, lo que hace la gente de Moon River, Escenario Santander, el Rvbicón... Es un acto de fe y de resistencia. Y gracias al amor que tienen a la cultura, a las canciones, a la música, se siguen haciendo cosas. Lo único que puedo pedir como músico es que no sean perseguidos y que el público valore el gran trabajo que están haciendo y que deberían hacer otros.

Libros y discos

- ¿Puede mencionar algo que le haya hecho girar la cabeza musicalmente en los últimos meses?

- Sigo descubriendo música casi de forma diaria. Me gustan bandas actuales hijas de otras bandas antiguas, como Wilco, por ejemplo. Me interesan mucho Ed Harcourt o The War On Drugs, con un toque un poco ochentero muy elegante. O gente más cercana, como mi socio y amigo César Pop, Fabián, Egon Soda, Ángel Stanich y otra mucha gente que hace música ahora.

- ¿Cuánto tiempo es capaz de pasar sin música?

- Sin escucharla, ni un solo día. Y sin tocar Un día. El de regreso, después de haber tocado.

- La guitarra funciona como protección, ¿verdad?

- Supongo que sí. En manos de alguno es un arma de destrucción masiva, pero a muchos nos sirve un poco de escudo entre el público y tú.

- ¿Acaba uno prisionero de las canciones?

- Sí, porque es un trabajo muy obsesivo a veces, pero algunos nos sentimos a gusto presos en el mundo de las canciones. Es un juego; mientras estás haciendo la canción tratas de resolver algo y, de repente, encontrar el verso que te faltaba te puede dar la alegría del día. Y terminar la canción en la que trabajabas casi te convierte en otra persona.

- El concepto de este disco tiene parte de novela negra, según ha dicho. ¿Qué autores le inspiran?

Pues, mira, de los clásicos me gusta Elmore Leonard, que tiene algunos de los mejores diálogos de novela negra. Soy fanático de John Connolly, que es de nuestra época y tiene un toque clásico con un poco de misterio. No encajo mucho el rollo fantástico, pero lo hace muy bien. Ahora estoy leyendo a Benjamin Black; 'La rubia de ojos negros' me parece magistral.

- Es casi un título de canción.

¡Totalmente! Parece una canción de Joaquín Sabina.

- ¿No lo ha arrastrado la ola de novela negra escandinava?

- ¿Sabes qué pasa? Empecé a ver series y películas y con los nórdicos, en general, echo en falta expresividad. Necesito ver italianos e irlandeses.

-Cuando quemó el Capri del 82, dice usted en la canción Relámpago, salvó el cedé de 'The last waltz' (The Band). Si ardiese su colección de discos, ¿a cuál de ellos rescataría?

- Buff... Es que salvaría el mismo. Con ese disco podría sobrevivir cinco años, por lo menos.

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