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Combo de los cuatro principales candidatos presidenciales.
Segunda ¿y última? oportunidad
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Segunda ¿y última? oportunidad

Rajoy, Sánchez, Iglesias y Rivera parten de unas posturas irreconciliables para llegar a acuerdos que tendrán que cambiar para evitar las terceras elecciones

Ramón Gorriarán

Domingo, 26 de junio 2016, 08:22

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Pablo Casado al frente del PP y Eduardo Madina o una gestora con las riendas del PSOE. Hoy es política ficción, pero dentro de unas semanas o unos pocos meses pueden ser la nueva imagen de los dos partidos que han monopolizado la vida política en las últimas cuatro décadas. Los resultados electorales y la dinámica de pactos que se abrirá a partir del lunes tienen un desenlace incierto. De lo poco seguro es que la escena política va a tener nuevos protagonistas, al menos entre los populares y los socialistas.

La campaña no ha logrado despejar la incógnita de los pactos que ha provocado la convocatoria de dos elecciones generales en seis meses. Algo inédito en Europa con la salvedad griega. Hay acuerdos que permitirían gobernar, pero parecen imposibles, y hay acuerdos que no alcanzan para gobernar, pero son los únicos posibles. Los candidatos, tras la frustrada investidura de marzo, hicieron examen de conciencia para no repetir los vetos y se han llenado la boca durante estas semanas para negar las líneas rojas. Pero los vetos existen y las líneas rojas siguen ahí. El PP solo tiene un acuerdo tachado, o ni eso porque su entendimiento sería un oxímoron, el de Podemos; el PSOE no quiere saber nada del PP con Mariano Rajoy o sin él; Ciudadanos reniega de los de Pablo Iglesias, y para estos la animadversión con los populares es recíproca.

Rajoy quiere pactar con el PSOE y, en segunda instancia, con Ciudadanos, pero las calabazas socialistas se mantienen firmes, y con el partido de Rivera no alcanza para gobernar. Sánchez ha escondido en la campaña su estrategia, a lo sumo ha mostrado su disposición a acordar con las fuerzas del cambio, que es condenarse a repetir el intento fallido de hace tres meses. Podemos ha cortejado por tierra, mar y aire al PSOE para que respalden la mudanza de Iglesias a la Moncloa, pero el galanteo no ha cuajado. La primera baza de Ciudadanos es pactar con el PP sin Rajoy, y si se ponen a tiro incorporar a los socialistas. Para los populares, un chantaje inaceptable.

Así las cosas, los acuerdos postelectorales, si los resultados son los que apuntan las encuestas, parecen imposibles. Pero tendrá que ser posibles. Los cuatro candidatos se han comprometido a no ir a las terceras elecciones. «Sería un ridículo mundial», según Rajoy. Y, sin embargo, es lo que hay por ahora. La rotundidad de las negativas y la firmeza de los vetos van a obligar a que las piruetas rectificatorias sean espectaculares. O algunas fuerzas renuncian a sus líderes o van a tener que desdecirse de las negativas que han tallado en piedra.

Los votantes prescinden de los condicionantes de los partidos y su acuerdo favorito es el del PSOE con Podemos, seguido del de PP y Ciudadanos. Bastante lejos queda la gran coalición de populares y socialistas, y el entendimiento transversal de PSOE, Podemos y Ciudadanos. Unas fórmulas imposibles de fraguar a tenor de los discursos de los candidatos, o bien son inútiles para gobernar.

Paso al costado

Rajoy, y el PP detrás de él, ni se plantea dar un paso al costado para allanar los acuerdos. Es la exigencia de Ciudadanos y podría ser la del PSOE llegada una situación límite. La firmeza del presidente parece hecha de grafeno (el material más duro) porque no quiere ser el primer presidente que no repite mandato, máxime cuando en el primero gobernó con mayoría absoluta, y además es el ganador de estas elecciones, como apuntan todos los sondeos. El problema para el PP es que su presencia disuade cualquier acuerdo y es la mejor garantía para pasar a la oposición. Los populares tienen relevos -Casado, Alfonso Alonso, Cristina Cifuentes son los nombres que manejan entre ellos- pero se enfrentan al poder omnímodo del presidente de un partido diseñado para que no se mueva nada sin su anuencia.

Sánchez se enfrenta a una encrucijada diabólica, permitir otro Gobierno del PP o aupar a Podemos al poder en el caso de que el PSOE pierda la hegemonía de la izquierda y quede en tercer lugar. Algo que los socialistas se niegan a admitir aunque es una posibilidad real. Un mal resultado, como se prevé pese a la aparición de algún indicio de recuperación en los últimos días, podría llevarse por delante al secretario general y dejar el camino expedito a otro dirigente -Madina, Susana Díaz o una gestora son las alternativas que citan los socialistas- que no estaría anclado a las férreas negativas del candidato a Rajoy y a Iglesias.

Desde luego no parece, ni con Sánchez ni con otro, que pueda cristalizar el entendimiento con el líder de Podemos, son muchos los agravios y heridas abiertas en estos seis meses. Por si quedaban dudas, Felipe González sentenció el viernes: «Nunca con populistas rupturistas de pseudoizquierdas que quieren romper España». Pero si los socialistas permiten gobernar al PP el partido «estalla», según la opinión mayoritaria dentro de la organización.

Iglesias sabe que en el PSOE solo despierta desprecio. Ese ha sido el precio a pagar por retener a los exvotantes socialistas que emigraron a Podemos el 20-D y por arañar nuevos. Nadie duda en el partido morado del 'sorpasso' a los socialistas en votos y en escaños. Aunque el de los votos ya se produjo hace seis meses porque entre Podemos y Unidos lograron el 24,4% de los sufragios frente al 22% del PSOE. Está por ver ahora el de los diputados porque a pesar de que Iglesias pone el acento en los votos, la ordinalidad política en un sistema parlamentario la da la representación en el Congreso.

Si Podemos no alcanzara ese objetivo, el liderazgo de Iglesias también podría tambalearse porque es muy probable que no vuelva a tener otra oportunidad como esta para quedarse con las banderas de la izquierda. Iglesias tiene facturas por pagar a la izquierda anticapitalista por un giro socialdemócrata, que no se sabe si es retórico o estratégico, y a los moderados pragmáticos por su arriesgada apuesta de forzar unas nuevas elecciones tras el 20-D al despreciar un pacto con los socialistas que tenía valedores dentro de su partido. Ahora las cuentas pendientes están congeladas en aras de la victoria, pero si la sonrisa del triunfo no aflora el futuro será incierto para Iglesias.

Rivera es, posiblemente, el líder con menos preocupación por el futuro. Su liderazgo no está cuestionado dentro de Ciudadanos, pero el futuro de su proyecto político pende del resultado electoral, puede convertirse en una referencia de futuro o una nube de verano. Ha apostado fuerte y ha mostrado sus cartas sin tapujos: Ciudadanos quiere el pacto con el PP, el acuerdo con el PSOE no fue muy bien acogido por su electorado, pero sin Rajoy, y eso es pretender que el accionista minoritario imponga el consejero delegado en contra de la opinión de la mayoría del consejo de administración.

Así llegan los cuatro grandes partidos nacionales y sus candidatos a unas elecciones en la que la batalla, por primera vez en los últimos 40 años, se centra por el segundo puesto, pero con la posibilidad de que ser primero sea inútil a efectos de gobernar. Buena parte de la suerte de todos está en manos de los indecisos. En estas elecciones se han planteado más disyuntivas que nunca fruto del fin del bipartidismo, aunque hay una tendencia entre los votantes a añorar aquella etapa. Una encuesta de GAD3 cifró en el 43% los nostálgicos de las mayorías absolutas. Al comienzo de la campaña, según el sondeo preelectoral del CIS, una de cada tres personas seguras de que iban a votar no sabía a qué partido hacerlo. Con el paso de las semanas el porcentaje ha caído a niveles más habituales del 13%, según otro estudio privado. Pero las dudas son las mismas, entre PSOE y Podemos, y entre PP y Ciudadanos.

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