La adalid de los gatos
Mi amiga Rosa Pilar mata por los gatos. Si tuviera que salvar a una persona y a un gato que se están ahogando en el ... mar, no estaría muy seguro a por quién se lanzaría antes a rescatar. Está plenamente convencida de que los gatos, a diferencia de los seres humanos, son angelicales, tiernos, adorables, independientes y además de excelentes animales de compañía, cumplen otra importantísima función, que es la de cazar ratones, lacra urbana que estos felinos pueden evitar que se convierta en plaga. Así que con estos argumentos, Rosa Pilar, y un montón de damas altruistas (efectivamente, son mujeres la gran mayoría) se han activado en una especie de comandos que se dedican a alimentar gatos, recogerlos, desparasitarlos, castrarlos para evitar su multiplicación y colocarlos en hogares dispuestos a recibirlos con el amor que todos ellos se merecen.
La vida de Rosa Pilar son los gatos. Cuenta historias cotidianas con una pasión que engancha. Cuando ve alguno atropellado en la carretera se desespera de sufrimiento, aunque más lamenta lo que ella denomina «asesinatos», como cuando descubrió que un individuo que le pedía gatitos para acoger, en realidad los utilizaba como alimento para sus serpientes boas; o cuando se indigna con las matanzas por envenenamiento de gatos callejeros y días después aparecen ratas advirtiendo que sin gatos, el paraíso puede convertirse en un infierno. Aunque también colabora en organizaciones como Médicos sin Fronteras o Aldeas Infantiles, a veces hay quien le reprocha que habiendo muchos y más graves problemas en el mundo dedique su esfuerzo a estos animales. Pero ella sabe muy bien lo que quiere. Y acaso tenga razón, porque más importante que alcanzar cualquier objetivo, independientemente de lo noble y trascendente que pueda resultar, es el derroche de generosidad, diligencia y amor que empleamos para intentar conseguirlo, sin importar qué o si tendremos o no éxito. Porque como dijo algún sabio, no importa tanto a dónde se va como disfrutar del camino. Y en ese camino, la adalid de los gatos nos ofrece una buena lección.
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