Cantabria se asoma a las cenizas de León
Desde el puerto de San Glorio a Boca de Huérgano el fuego ha arrasado los valles que delimitan ambas comunidades
El descenso desde el cántabro puerto de San Glorio hasta Llánaves de la Reina, límite con Vega de Liébana, muestra lo cerca que estuvo ... el desastre medioambiental sufrido por los vecinos valles leoneses hace justo una semana. Apenas cinco kilómetros separan ambos puntos, pero mientras en la zona alta, los turistas se asoman a la imponente panorámica de los Picos de Europa desde el Mirador del Oso, en la parte baja, los vecinos se afanan por recuperar la normalidad tiznados de hollín. Seis de ellos trabajan en equipo, colocan la valla metálica de un puente que terminó derribada al paso de los vehículos. Del cauce del pequeño arroyo que pasa debajo recogen basura y, sorprendentemente, paquetes de agua embotellada -hasta seis- sin abrir que han terminado en el río. Enderezan a martillazos la señal que da acceso al pueblo, situado a apenas diez metros de una casa que se ha salvado de las llamas por los pelos. El cerco negro a su alrededor deja muestras de lo que se aproximó el fuego, caprichoso en su trazado, y obliga a pensar lo que se les pasó por la cabeza a sus inquilinos, otros de tantos evacuados.
En Portilla de la Reina, las escasas aguas del río Yuso han servido igualmente de límite natural. En el Albergue, más acostumbrados a la nieve que al fuego, los clientes comparten Prieto Picudo y un mismo tema. «¿Qué tal por Villafrea? ¿Pasó el susto?», pregunta un vecino. «¿Cómo van a coger a quién lo hizo? Con dejar un cristal al sol y echar a correr no quedan huellas y en dos horas están en casa», cuestiona otro. Pocos dudan de la intencionalidad que ha conllevado consecuencias catastróficas a nivel ecológico, pero también económico. El valle es zona senderista, montañera, con un alto valor natural. Ahora todo es negro y tras el fuego llegará la erosión del terreno, la pérdida de suelo fértil por la desaparición de la cubierta vegetal que hacía de barrera, el arrastre hasta los acuíferos, con su consiguiente alteración y la posible desertificación de las zonas más áridas.
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En el puerto de Pandetrave, que conecta Tierra de la Reina con Valdeón, los coches paran en el mirador. La señal que indica la entrada al parque de Picos de Europa está doblada y quemada. Los pastos que tienden al este también son ceniza hasta lindar con el puerto cántabro de Salvorón. Quienes se asoman hablan en voz baja como si el fuego hubiera impuesto también el silencio. Lo rompen cientos de chicharras que parecen una marea en uno de los pocos prados aún dorados y dos efectivos de la UME que actúan de retén. Dos camiones y un tractor aparcados en una curva. Como ayer mismo indicaba la Junta de Castilla y León, los incendios que han descendido de nivel se encuentran sin llama, «no suponen riesgo para la población», pero continúan bajo estrecha vigilancia para atajar las reproducciones que pudieran producirse, hasta su control definitivo». De hecho, en la mañana del domingo, en Garaño y Molinaseca se iniciaron otros dos focos que obligaron a evacuar a más de 700 personas. No se equivocaban los vecinos en sus percepciones: «No han sido incendios originados de manera natural, sospechamos que está detrás la mano del ser humano», según el delegado territorial de la Junta en León, Eduardo Diego.
Comentan los dos militares entre ellos los avisos recibidos, la prisa por llegar, el cansancio acumulado. Al fondo, en una ladera aún verde que ha resistido, se eleva una columna de humo que hay que vigilar. No es la única. A lo largo del recorrido se ven puntos donde aún hay actividad ígnea. Hasta el arcén llega la tierra quemada. Tierra caliente al tacto, en la que los arbustos parecen brazos alzados pidiendo auxilio, completamente quemados. Los rebaños están cercados en fincas pequeñas, las que han aguantado el embate, casi todas cercanas a los núcleos de población como Barniedo, Espejos de la Reina o Boca de Huérgano, villa y municipio. Pocos se han salvado; en conjunto, Castilla y León ha visto arder en torno a 165.565 hectáreas desde que la pesadilla comenzó el pasado 8 de agosto.
En un camino rural de Llánaves, al borde del río y rodeada de piedra, resiste una pequeña huerta y su dueño, entrado en años, riega despacio y con mimo sus tomateras. La vida sigue en sus rutinas. Entre las explanadas arrasadas, hay sutiles pinceladas de color malva. La 'merendera montana' florece entre las cenizas, dando un resquicio de esperanza y mostrando la fuerza de una naturaleza dañada que se resiste a dejarse ganar.
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