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M. Martínez
Santander
Martes, 22 de abril 2025, 08:38
Ya es posible asomarse al estado en el que estaba la cueva de El Castillo (Puente Viesgo) en el Paleolítico Superior. La doctoranda Olga Spaey ha realizado un modelo tridimensional de la cavidad cántabra, reconocida por la Unesco como patrimonio de la humanidad, que la devuelve a ese periodo prehistórico. Se trata de un trabajo enmarcado en la tesis que realiza esta investigadora de la Université Bordeaux-Montaigne, el Laboratoire CNRS-IKER y la Universidad de Cantabria (UC), y que está codirigida por Diego Garate, miembro del Instituto Internacional de Investigaciones Prehistóricas (IIIPC) y profesor de la UC. ¿Objetivo? Identificar patrones de distribución espacial de las manos en el arte paleolítico y entender qué supone para la comprensión de las sociedades que las crearon. «Como esta cueva ha sido muy modificada, necesitaba quitar todas las modificaciones antrópicas y también ver si su morfología había cambiado» para realizar esta identificación de patrones, explica en primer lugar Spaey.
La tesis que codirige Garate parte de la idea «de que el estudio de una cueva decorada precisa de una visión integral», es decir, entenderla «como un lugar no solamente en el que se están realizando unas obras artísticas, sino como un paisaje cultural que ha sido apropiado por las personas que lo frecuentan, que lo conocen y que lo visitan». Por lo tanto, añade el profesor de la UC, «estudiar el arte rupestre implica también estudiar todo lo que tiene alrededor», y, por lo tanto, no se puede obviar que «ese espacio cavernario, que en algunos casos se conserva muy bien, puede ser relativamente similar al que pudo existir durante el Paleolítico, pero en otros casos, como en el de El Castillo, ha sido totalmente alterado y transformado».
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Para realizar la recreación del yacimiento, «hicimos un estudio completo de la cueva, con analísis geomorfológico en colaboración con Martin Arriolabengoa (UPV/EHU) y también un estudio de archivos en colaboración con el Instituto Frobenius y, con toda esta información cruzada, reconstruimos el espacio de la cueva tal y como era cuando fue decorada. Así, hemos utilizado fuentes del periodo histórico, fotos, descripciones, planos de cuando se descubrió y estudios geomorfológicos», apunta en este sentido Spaey.
Y fruto del estudio de archivos hecho en alianza con el Frobenius, se han descubierto más de 200 fotos que «no habían salido a la luz todavía». En 1936, recuerda la doctoranda, el fundador del instituto, un verdadero apasionado del arte rupestre, pidió a varias pintoras que hicieron dibujos en Altamira, La Pasiega o El Castillo. Un trabajo que ahora se han digitalizado y clasificado. «Hicimos fotos de las mismas zonas para comparar cómo estaban en ese momento el suelo y las paredes y cómo están hoy», precisa Spaey.
Además de proporcionar «información valiosa» para la investigación científica, el estudio también es eficaz, interpreta Garate, para «hacer visible a la sociedad» el hecho de que las personas que decoraron ese espacio «no lo vieron así ni físicamente ni en cuanto a sistemas de iluminación utilizados».
Además, «es una herramienta de conocimiento acumulado», dice el profesor, a la que «se pueden sumar nuevos trabajos e informaciones que pueden ir completando esa misma línea de investigación o que pueden ir sumando nuevas líneas para avanzar en el conocimiento».
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