«Lo que más impacta es verlo todo vacío»
La santanderina Míriam Gallego cuenta cómo es su vida en Kunming, una ciudad china paralizada por el miedo al contagio del coronavirus
«Lo que más nos impacta es verlo todo vacío, salir a la calle y no ver a nadie. Nuestro barrio siempre está lleno de ... gente y de niños; hay restaurantes, locales de ocio... ahora está todo vacío». Míriam Gallego reconoce que ya está un poco harta, y que lo único que quiere es volver a salir a la calle, trabajar y hacer una vida normal. Pero Kunming, la ciudad china a la que se mudó desde Santander hace unos meses con su marido, sigue paralizada por el miedo al coronavirus.
Cuenta que acababan de regresar de unas vacaciones por Filipinas y Singapur, aprovechando la celebración del año nuevo chino -el pasado 25 de enero-, cuando empezó a oírse hablar del virus con más insistencia. «La gente ya estaba comprando mascarillas, pero tampoco parecía que se le diese mucha importancia. Hasta que el Gobierno lanzó un comunicado aconsejando a la población que se quedase en casa y, en caso de salir, llevar siempre mascarilla».
Tras el aviso, la vida se esfumó de las calles: la gente dejó de acudir al trabajo, los taxis interrumpieron el servicio y muchos negocios cerraron por temor a la epidemia. Hasta Taobao, la versión china de Amazon, suspendió sus envíos. De la noche a la mañana, Kunming se convirtió en una ciudad fantasma, con avenidas desiertas y carreteras sin vehículos pese a sus seis millones de habitantes.
«Queremos volver al trabajo, a la vida sin limitaciones. Verlo todo así da un poco de pena»
Míriam Gallego Cántabra en China
Ella dice que no siente miedo, aunque sea por cuestión estadística: Wuhan, el lugar en el que se desató la enfermedad y donde más casos se han detectado, está a 1.500 kilómetros; en Kunming, de momento, solo ha habido 30. Pero, claro, las llamadas angustiadas de sus familiares desde casa y el hecho de que hasta el portero de su edificio le tome la temperatura al entrar, son cosas que intranquilizan a cualquiera. El terror al contagio hace que los repartidores dejen las cosas en el portal, sin subir a los pisos; en el ascensor hay pañuelos de papel para no tocar con los dedos los botones.
Profesora de inglés
Míriam llegó a China el pasado septiembre siguiendo a su marido, Diego Oria, santanderino también. «La Federación China de Fútbol le ofreció un trabajo como entrenador de porteros y aceptó. Yo vine algo más tarde. En enero hice una entrevista para empezar a trabajar como profesora de inglés, pero ahora, con el virus, todo se ha retrasado».
A la espera de que vuelva la tranquilidad ocupan los días como pueden. «Después de levantarme y desayunar, leo -ahora, 'Rómpete, corazón', de Cristina López Barrio-; escribo, porque me gusta escribir, y salgo a hacer deporte... pero voy a correr con mascarilla y me ahogo. Después damos una vuelta o tomamos algo en alguna de las pocas tiendas abiertas. Comemos, vemos alguna serie -'Peaky blinders' y 'Vivir sin permiso'-, salimos a dar un paseo y muchas veces cenamos con nuestros amigos -somos seis españoles: otros tres preparadores y la chica de uno de ellos-. Y prácticamente es así todos los días».
Reconoce que sabe más de coronavirus por lo que le cuentan desde España y lo que lee que por lo que sucede en su ciudad. «No ponemos el canal de televisión chino porque no lo entendemos. Vemos las estadísticas y dónde han brotado nuevos casos». En Kunming, su enlace es una traductora que les ha facilitado la Federación de Fútbol, como a los otros compañeros de Diego. El aislamiento ha hecho que su relación con ellas sea cada vez más estrecha. «Hace dos semanas fue mi cumple, vinieron a casa y cenamos todos juntos. Nos enteramos de todo a través de ellas: nos han recomendado no salir de la ciudad, que es segura, y no podemos viajar por ahí. Tampoco a España».
«Nos han recomendado no salir de la ciudad, que es segura, y no podemos viajar por ahí»
«La verdad es que estamos tranquilos», asegura. No hay problemas de abastecimiento, como en otros lugares, y da la sensación de que todo es cuestión de tiempo, pero después de tantos días con idéntica rutina, este pasa muy despacio. «Mi familia me pregunta que cómo vamos, que si mejora la situación. Llevamos así diez días y te empiezas a cansar: queremos volver a la normalidad, al trabajo, a la vida sin limitaciones. Verlo todo tan vacío da un poco de pena».
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