Lucía Moure muestra sus diseños a mano junto a la Primera de El Sardinero
La ilustradora cántabra ha recuperado el popular quiosco: «Trabajo mucho en verano para poder vivir el resto del año»
Al lado de su puesto ha colocado un buzón. Es uno de los detalles que más valoran los que pasan cada día por delante. «Atiendo, ... hablo con la gente. A veces, me dicen que una postal se va para Noruega o para Australia. Eso hace ilusión». Porque cada vez es menos habitual y porque las postales que envían las hace ella misma. Lo cuenta Lucía Moure, que ha recuperado el popular quiosco de la Primera del Sardinero. Esta ilustradora cántabra gestiona el espacio durante la temporada de verano. Aunque su vínculo con él no es nuevo. Hace años vendió algunas postales allí a través del anterior responsable. Ahora es ella quien está al frente. Y en el puesto ha colocado un letrero en lo alto: 'La chica de las postales'.
Hasta el 14 de septiembre, ofrece allí distintos productos ilustrados. Todos están hechos a mano, con acuarela y tinta, y se reproducen en pequeños lotes. Detrás del inicio de esta idea hay una bonita historia. Cuando estaba limpiando el puesto, que acababa de alquilar, encontró una tarjeta suya, de las primeras que hizo. «Me daba miedo porque es un formato nuevo para mí, pero la gente lo está acogiendo bien», expone. El nombre también llegó sin buscarlo. «Todo el mundo me empezaba a llamar 'la chica de las postales'». Así se quedó.
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«Trabajo con proveedores locales y nacionales para asegurar una producción ética y de calidad», afirma. Los motivos más comunes son paisajes costeros de la 'Tierruca'. La ubicación, en pleno paseo del Sardinero, al lado de la playa, atrae a un público variado. Muchos transeúntes se acercan por la novedad o por curiosidad. Además de la venta de artículos, el espacio busca fomentar una forma de consumo más pausada y consciente. Lucía no solo ilustra paisajes. También ha trabajado en proyectos para empresas locales o para congresos internacionales. «Cada vez me piden más cosas».
«Estoy muy a gusto. Es mi espacio de trabajo durante tres meses», dice. Lo ha ido transformando poco a poco. Limpiando, vinilando zonas deterioradas y adaptándolo a su estilo. «Esto es un lujo». Nada de montar y desmontar cada día. Un taller en el que, además, tiene un contacto diario con el público. Vender y pintar postales en el escenario de una postal.
Lucía pinta lento. Le gusta parar, sacar las acuarelas y quedarse. En Barcelona, en el parque Güell, pasó todo un día. Siete postales. Siete horas. «No te exagero. Me llevé la mano destrozada, pero fue una maravilla», cuenta. A veces necesita tiempo. Sentarse. Observar. Volver a mirar. Solo así le salen las cosas. Cuando comenzó, dudaba. Como todos. «¿Va a gustar lo que hago? ¿Quién va a comprar esto?», pensaba. Al principio, sólo confiaban en ella su madre, su padre… los de siempre. Pero luego empezó a llegar gente externa. Personas que no la conocían, que veían sus postales y se las llevaban. «Eso da confianza. Piensas: vale, lo que hago está bien».
Cada postal tiene una historia. No sabría elegir una favorita. «No sé qué decirte. Cada una tiene algo», confiesa. A veces recuerda más la escena que la ilustración en sí. Como aquella vez en Cicera mientras hacía el Camino Lebaniego. Estaba en lo alto de una colina, pintando la iglesia del pueblo. Empezó a llover y se refugió bajo un árbol. Pintó desde ahí, con la mochila apoyada en una roca. «Me quedo con esas anécdotas más que con la postal».
Otros llevan memoria. Como la de Los Molinucos. Mucho color. La pintó un día que se reunió toda su familia en Mataleñas. Era justo después de la pandemia. El primer encuentro en mucho tiempo. «Por eso le tengo cariño», manifiesta. En Cádiz, en Granada, en Portugal, cada lugar suma trazos a su recorrido artístico. Lugares nuevos, gente distinta. «El sur me llamó mucho la atención. Es muy diferente al norte». Ahora, cuando alguien le dice que vive de pintar, sonríe. «Llevo tres años. No todos los meses ingreso lo mismo, pero me organizo».
«Trabajo mucho en verano para poder vivir el resto del año». Porque al final es eso: pintar, vivir y no aburrirse. Saltar de una cosa a otra. Y seguir.
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