Un paraíso vertical
Estampas de verano ·
Ramales tiene una de las escuelas de escalada deportiva más concurridas de la regiónUna mano aquí. La pierna allá. Poco a poco. Concentrado. Con la mente puesta en un único objetivo: avanzar y no caer. Escalar es danzar ... aferrado a las irregularidades del terreno que se transforman en asideros ocasionales. Una especie de ajedrez en la que el deportista es el peón, el alfil, la torre, el caballo, la reina o el rey. Depende del nivel. Y Cantabria está repleta de tableros. El de Ramales de la Victoria es uno de los más concurridos. La escalada es uno de sus motores.
En verano es raro el día que no deambulan por las calles escaladores con sus macutos y con sus cuerdas -sólo faltan si llueve mucho o hay amenaza de tormenta con aparato eléctrico-. A medida que el visitante se acerca al entorno de la cueva de Covalanas, comienzan a diferenciarse. Pequeñas manchas de colores chillones desperdigados por las paredes de caliza. Hombres y mujeres que luchan y se divierten tratando de engañar a la gravedad. Aún no es la hora de comer y el aparcamiento ya está repleto. «En verano es lo que hay, como te descuides no aparcas la furgoneta», explica Juan, que acude a esta zona habitualmente. El ambiente es bueno. Hay cordialidad. Los foráneos preguntan a los locales por las particularidades. Porque en Ramales la escuela deportiva, así se llama a este tipo de instalaciones que están equipadas, tiene infinidad de vías. Para todos los gustos y, sobre todo, para todos los niveles.
Carlos y Carmen se encuentran en 'El sabor de la tierruca'. El primero, a unos veinte metros del suelo. Se asegura cada vez que se topa con una chapa con 'parabolt' (un anclaje atornillado a la pared). Pone una cinta exprés amarrada con dos mosquetones. Uno lo enhebra a la sujeción de la pared y el otro lo abre para introducir la cuerda. Así minimiza el riesgo en caso de caída. Abajo, Carmen le controla en corto gracias a la cuerda y a un aparato llamado 'grigri', especialmente diseñado para esta labor. Ahora le toca el turno a ella. Se invierten los roles. Ahora es Carlos la que la sostendrá en caso de que 'vuele'.
Apenas a metro y medio de ellos, una pareja pregunta el grado de la vía que tienen justo encima. Desde lo alto, le desvelan a gritos los detalles y recomendaciones. Pero no escuchan con atención. Están más centrados en ponerse cuanto antes el casco, el arnés y los pies de gato.
A este sector se le conoce como 'El Camino' y está casi lleno. «Nosotros llevamos un tiempo inactivos y hemos venido para quitarnos el óxido», explica Emilio. Acaba de terminar, junto a su compañero de cordada, una vía y ya piensa en la siguiente. «En realidad nos consideramos espeleólogos. Eso es lo nuestro, meternos en cuevas -continúa-. Y la escalada es clave. Venimos aquí para entrenar».

En Ramales hay grados de dificultad para todos los gustos. De los quintos más bajos hasta los octavos para los fuera de serie. «Esos están todos allí», señala Emilio en dirección a la cueva de Covalanas. «Aquella pared es para los forzudos», añade entre risas. Verlos desde abajo hipnotiza. A simple vista parece imposible. «¡Si no hay dónde agarrarse!», comenta un matrimonio que observa con asombro. Los desplomes añaden aún más dificultad a la gesta. Otro de los atractivos de esta escuela es que la calidad de la roca permite escalar hasta en los días más desapacibles. «En algunas vías hay una especie de visera que no moja por completo la pared. Además, la caliza es tan pura que el agarre es brutal», afirma Jaime que acaba de descender con una sonrisa proporcional al esfuerzo que le ha costado llegar hasta la última chapa.
Para disfrutar de la verticalidad no es necesario ser un gran experto. Ramales también cuenta con vías ferratas. «Es la mejor manera de acercarse a las sensaciones de un escalador de una manera menos exigente y mucho menos expuesta», cuenta Rodrigo tras terminar con sus hijos la de 'El Cáliz'. «Si no lo has hecho nunca, lo mejor es no experimentar. Contratas un guía y alquilas el material. Es la mejor inversión que puedes hacer», recomienda. «Apenas tiene riesgo. Hay un cable a lo largo del recorrido. Solo hay que anclar los dos mosquetones a esta línea de vida. Llevas un arnés con un disipador de energía para, en caso de caída, que no se rompa la cinta y te precipites. El resto solo es lógica y precaución», añade Martín, acostumbrado a descubrir a sus amigos la magia de la verticalidad.
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