En Molledo y por el desfiladero hasta Potes
El historiador relata su reencuentro con Cantabria en una visita de tres días en compañía de familia y amigos
La verdad es que, en 2024, yo anduve bastante por Cantabria. Y puedo apreciar que buen trabajo les costó a los cántabros recuperar ese nombre ... heroico de las luchas que tuvieron lugar entre el siglo I a. de C. y el siglo I. Cuando incluso tuvo que venir al norte de la provincia de Hispania uno de los mejores generales de los romanos, Marco Vipsanio Agripa; e incluso el propio emperador César Octavio Augusto.
Se aplastó la sublevación de los cántabros, en dura guerra, con el sacrificio de muchos rebeldes, crucificados vivos, como al propio Cristo. Una guerra de la que aprendí algo a través del profesor Rogelio Pérez-Bustamante, que tiene varios interesantes artículos sobre la cuestión. También cuenta con otros, más económicos y actuales, junto con Miguel Ángel Revilla, sobre la Estructura Económica de Cantabria, que tuve ocasión de leer con provecho hace años.
En 2024 visité Molledo durante dos días, una pequeña ciudad de poco más de dos calles que se cruzan en medio de una breve planicie en medio de una de las áreas más montañosas de España. Que figura en la historia como lugar del nacimiento de Leonardo Torres Quevedo, un gran inventor: entre otras cosas, del ajedrez automático, una de las primeras experiencias cibernéticas. Y fue también constructor del teleférico que casi sobrevuela las Cataratas del Niágara, un invento que sigue funcionando después de casi un siglo como el «transbordador español» para millones de turistas, con gran alegría de los hispanos que por allí pasan.
El caso es que los amigos Juan y Paloma me invitaron en 2025 otra vez a pasar unos días en Molledo, a su mansión extraordinaria, una casa señorial de tres pisos con un inmenso parque y muy buenas panorámicas. Y en esta visita puede decirse que pocas veces he tenido una trijornada tan activa.
El primer día de esa estadía, el sábado 9 de agosto, llegué en tren a la estación de Aguilar de Campoo, donde mis amigos me esperaban con su estupendo Lexus. Y desde ese pueblo, de gran antigüedad y bien conservado, hicimos el recorrido hasta la villa de Potes. Siempre por carreteras de montaña con algunos desfiladeros verdaderamente asombrosos, por los que ha de rodarse lentamente.
En Potes apreciamos el gran crecimiento que ha experimentado en las últimas décadas por su desarrollo turístico y otras varias razones
En el curso del viaje entre Aguilar de Campoo y Potes atravesamos inmensos hayedos, robledales y extensos pinares, en parte de repoblación de 'Pinus Silvestris'.
Una cosa que ya había percibido en el año 2024, en excursión por la misma zona, fue la gran cantidad de iglesias que tienen enormes espadañas, a veces la mitad de la propia portada, para sostener tres o incluso más campanas. Tendría que preguntar a qué se debe esa vocación campanera y espadañera, de indudable frescura. Es una lástima que no se oigan más frecuentemente esas voces de bronce, pero los pocos párrocos que hay tienen demasiado trabajo y demasiadas iglesias que atender, y pocas veces las hacen sonar. Ni siquiera tienen sistemas automáticos para determinadas horas. ¿Son curas pobres?
Tema importante de la excursión del primer día fue el tramo que recorrimos el río Pisuerga, que desemboca en el Duero, con el aporte previo del río Carrión, cuyo flujo me hizo recordar que en el transcurso de unas prácticas económicas de contabilidad regional con mis alumnos de la UAM, en los años 80, estuvimos en Carrión de los Condes. Y allí planeé el descenso en piragua por su río y el Pisuerga. Cuyo nacimiento es una maravilla de pequeñas cascadas, para seguir después por tramos donde el agua se remansa, produciendo colores fantásticos. Tendré que escribir más sobre el Pisuerga, otro año.
Ya cerca de Potes, divisamos una especie de cabezón pétreo, o peñón, o si se quiere la versión anglófona, una gran roca. Pregunté si era o no de mayor tamaño que Gibraltar, y nadie me supo contestar ante la inmensidad de ese monumento natural, impresionante. Y aun más lo es el volumen siguiente de los Picos de Europa, de los que una vez me dijeron deben su nombre a que volviendo de las Américas por el Golfo de Vizcaya —o Gascuña, según dicen los franceses—, es lo primero que se ve de la tierra firme.
Finalmente llegamos a la anhelada villa de Potes, apreciando el gran crecimiento que ha experimentado en las últimas décadas por su desarrollo turístico y otras varias razones. Entre ellas, su célebre aguardiente, de alta graduación, más de 40 grados de volumen de alcohol, y de sabor excepcionalmente deleitoso, ingiriendo solo cantidades mínimas de los alambiques locales. Recuerdo con delectación que ese 'eau de vie' lo servía el cocinero-gastrónomo Abraham García en su restaurante Viridiana, por el nombre de la película de Buñuel.
Pasados dos o tres kilómetros más allá de la villa, hacia los Picos de Europa, encontramos la Parrilla de Santo Toribio, propiedad de la familia Posada, de la que es Gema, la esposa de mi nieto Lope Gallego Tamames. Un joven matrimonio que me ha proporcionado la inmensa alegría de tres biznietos espléndidos, dos de ellos mellizos.
Estupendamente fue el encuentro de Laura, mi hija, la abuela de los niños, que va mucho a ver a sus nietos y disfruta con ellos más que con nadie. Aunque es cierto que esta vez disfrutó especialmente por aparecer yo en Potes en persona, después de tres o cuatro intentos fallidos de ir a tan recóndito lugar. Donde tendría que haber estado presente, como más antiguo de la familia (casi a la manea de padrino), para la boda de Lope y Gema, y unos meses después para el bautizo del primer hijo, a quien decidieron llamar Tirso. Y más tarde, para los natalicios de los mellizos, los eufónicos León y Roque.
–Vaya nombrecitos que les habéis puesto– le dije a Gema, sonriendo, ante el hispanismo de los futuros DNIs de los mocitos.
Gema y los demás presentes se rieron, como supongo que tienen que haber hecho en mil ocasiones. El caso es que fueron perdonadas mis anteriores ausencias en tan importantes episodios familiares. En esta visita a Potes de 2025, el padre de los tres niños, Lope, estaba en Bruselas, trabajando en la Unión Europea.
Estuvimos con la madre de Gema, la sonriente Maruja, y los tres niños, con la abuela, Laura; y su hija Mariana, una autentica belleza, que es licenciada y está para doctorarse en Ciencias Químicas. Podría haber estudiado Medicina, siguiendo una tradición profesional de los Tamames casi desde el siglo XIX. Sin embargo, por influencia de un profesor que tuvo en el Bachillerato –fue interna en el Colegio de María Cristina de El Escorial, con los Agustinos–, se decidió por la Química. En la que solamente se encuentran a gusto los verdaderos enloquecidos por la combinación de toda clase de elementos a través de cualquier tipo de relación natural o artificial.
La tesis doctoral de Mariana, financiada como investigación por Repsol, trata concretamente sobre ciertas proteínas. De las que incluso ella, creo, ha descubierto algunas nuevas. En la sesión, Mariana contestó con gran interés a todo lo mucho que le preguntamos, con precisión, y se la vio orgullosa por lo que está haciendo.
Daba gloria contemplar la infancia y juventud de la descendencia de Lope y Gema, de la que tan necesitada anda España con su declive demográfico: vegetativamente hablando, somos un pueblo decadente, como ya dijo el demógrafo catalán Josep Vandellós durante la primera mitad del siglo XX para Cataluña. Con un declinar biológico que solamente se ve compensado por la inmigración, mucha de ella de hispanohablantes, que se integran con cierta facilidad, en tanto que los de procedencia magrebí y religión islámica son harina de otro costal, como es bien sabido. Una situación que aprovechan los tremendistas antiinmigración, que no se percatan de algo tan sencillo como que quienes vienen de fuera son indispensables para mantener en España un cierto nivel de vida, que sería imposible de otra manera. Son los nuevos españoles.
Después de estar con los niños y tras las referidas reflexiones demográficas, pasamos al almuerzo, singularmente sabroso. A base de productos de la huerta propios de David, hermano de Gema, con mucho tomate de calidad, pimientos, cebollas y todo producto hortícola.
La segunda parte de la comida fue una excelente carne de ganadería selecta de Potes, de razas de vacuno que antes eran mayormente foráneas, y últimamente se han visto sustituidas, en parte, por productos de variedades españolas recuperadas.
Estuvimos un buen rato de conversación tras el almuerzo y, al salir de Potes, metabolizando aún la rica sangría que bebimos, paramos en un espacioso dormitorio campestre para coches preparado por la gente de la villa, para que los viajeros puedan pararse a dormir un rato al lado de la carretera, bien protegidos, y así poder irse pronto de nuevo con la cabeza libre de modorras más que peligrosas.
Casi media hora creo que estuvimos soñando con los angelitos, para seguir después con la vuelta por los más largos desfiladeros de Cantabria. Y finalmente, a Molledo, donde tuvimos una cena de lo más satisfactoria en la terraza de la casa de Paloma y Juan.
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