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La percepción ciudadana de la situación en la que se encuentra el sistema de salud pública cántabro no es la deseable, por no decir que es mala o muy crítica. Ante ello, la costumbre de la administración era hacerse la remolona o contestar de perfil las preguntas que se le hacían. Esta era al menos la tendencia de los últimos años, y a pesar de que el actual equipo de gobierno parece haber tomado cartas en el asunto, las enormes carencias heredadas no se han absorbido aún, lo que implica que nada parece haber cambiado, por un claro déficit de comunicación.

Este suspenso evaluativo vendría a ser corroborado también por la valoración sobre el sistema sanitario cántabro, que según el informe nacional que elabora la Federación de Asociaciones para la Defensa de la Sanidad Pública (FADSP) en la última década, habría caído en picado. Si en 2006 situaba a la región como el ejemplo a seguir, siendo incluso la segunda comunidad que más dinero dedicaba al sistema sanitario en proporción a su número de habitantes, con los años ha ido cayendo posiciones hasta colocarse más cerca del vagón de cola.

La validez técnica de estas evaluaciones en forma de ranking entre territorios es discutible, ya que para puntuar los méritos de cada región se escogen indicadores que no siempre son los más adecuados. Tampoco los dispositivos de evaluación de esa naturaleza ayudan a avanzar, porque los problemas de cada territorio no son los mismos, ni la estrategia para resolverlos es la misma, ni las prioridades presupuestarias tampoco. La justificación de la existencia de estos rankings es paliar la carencia de verdaderas evaluaciones hechas según cada situación con herramientas adecuadas e indicadores los más pertinentes posibles.

Estas evaluaciones son formatos que tienen sobre todo gancho mediático y poco más. Sin embargo, Cantabria sufre un déficit evaluativo de su sistema público de salud que la impide apuntar con mayor precisión los esfuerzos hacia los objetivos más pertinentes a realizar y el orden lógico de acometerlos. Esta evaluación pendiente de realizar por su carácter netamente participativo, movilizaría al conjunto de los agentes actuantes en su sistema de salud pública.

La salud pública es un valor socialmente fuerte que es necesario comunicar debidamente, tarea tanto más delicada que puede parecer intrusiva, normativa y en contra de la libertad de los individuos o, al menos, de la idea que se hacen de ella. Organizaciones emblemáticas como los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC) y la Organización Mundial de la Salud (OMS) reconocen la comunicación como una de las diez operaciones clave de salud pública para apoyar la vigilancia, la prevención, la salud y la protección.

A falta de que se propongan soluciones globales, las autoridades públicas se entregan a los anunciantes, aunque todo el mundo sabe que no basta con hablar de ello. Los profesionales de la promoción de la salud pública a menudo culpan a la comunicación de ser una solución fácil. Sin embargo, está claro que la fuerza de la publicidad no es poca. Si las marcas la usan y abusan, es probable que tenga algún impacto en el comportamiento. Y, dado que los medios de comunicación son el foro de las sociedades comerciales, ¿por qué dejarles todo el campo a ellos? ¿Por qué no responder a las industrias del tabaco o el alcohol o el agroalimentario en su propio terreno, el del marketing y el de la comunicación?

Queda pues por delante la otra mitad de legislatura para la reflexión y para los cambios pendientes, así como para la planificación y evaluación del Sistema de Salud de Cantabria, sobre todo a medio y largo plazo. Hay que tener en cuenta que los determinantes sociales de la salud corresponden a factores fuera del sistema de salud como son el patrimonio genético, la posición social, las condiciones de vida y de trabajo y los factores ambientales y físicos, como ha sido puesto de manifiesto por numerosos trabajos de campo en Europa sobre el rendimiento sanitario.

¿Al actual equipo responsable de la salud pública cántabra se le darán los medios para emprender esta ardua travesía? Sin una política expansionista y voluntarista a la vez, no se avanzará lo deseado para mejorar la calidad de la atención, para dotar de capacidad al sistema para responder a las expectativas de las personas, a la equidad en el acceso a la atención médica y a la eficiencia productiva. Cuestiones que todas las encuestas apuntan ser la mayor inquietud de los cántabros.

Se necesitan más recursos, lo que permitiría expandir la prevención y atender debidamente a los enfermos crónicos, tareas prioritarias estas que de ningún modo pueden lograrse si al mismo tiempo no se opta de una manera decisiva por una sostenibilidad financiera del sistema. No hay ruta favorable ni vientos oportunos si no se tiene una carta de navegación al día, nos dijo Séneca. Ha llegado el momento de plantearse la salud pública cántabra más allá del día a día.

Además, Cantabria, por su dimensión y tradición hospitalaria, así como por otros criterios muy favorables que posee, tiene la oportunidad de convertirse en un banco de ensayo a través de la planificación y evaluación de su sistema de salud y su correcta comunicación, y para alzarse de ese modo en pionera por la manera de rendir cuentas y de establecer valor a sus acciones, marcando de ese modo un camino de transparencia institucional genuino al resto de autonomías españolas.

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