Los vecinos de Vega de Liébana: «Si digo lo que pienso, me meten en la cárcel»
Impactados por las llamas que han arrasado la vertiente leonesa del puerto de San Glorio y que siguen cerca de Cantabria
«¿Qué hacen?, ¿por qué hay tanto jaleo?», preguntaba ayer a las nueve y media de la mañana una turista madrileña en La Vega (Vega ... de Liébana). Se había sorprendido por la presencia de dos camiones motobomba y varios bomberos forestales que esperaban junto a la carretera. Justo enfrente, en la biblioteca, estaba instalado el Puesto de Mando Avanzado desde donde se coordina todo el operativo contra el fuego que amenaza Cantabria. La situación, aparentemente, era tranquila. Las nubes casi rozaban el suelo y una llovizna pertinaz estaba humedeciendo el terreno, para alegría de todos. El objetivo del equipo desplazado por este periódico –fotógrafo, cámara de televisión y dos redactores— era bien sencillo. Hacer su trabajo, aunque parezca una perogrullada, y acercarse con prudencia a las zonas más próximas al fuego. La única misión: informar. No fue una tarea fácil. Uno de los jefes de los Agentes del Medio Natural, pensando que nadie le oía, advertía a una cuadrilla de bomberos que estaba justo debajo de la Casa de Cultura: «Escuchad: a la prensa, ni una palabra».
Nadie en el Puesto de Mando iba a hablar, así que tocó hacer lo habitual en estos casos: montarse en el coche e intentarlo por nuestra cuenta. Un poco más arriba, en el puerto de San Glorio –la vía que une Cantabria con León–, la carretera nacional estaba cortada. Una pareja de la Guardia Civil informaba a los conductores de que era imposible continuar. A pesar de estar a 12 kilómetros del alto –la zona más cercana del fuego procedente de León–, la orden era no dejar pasar. Así que los paisanos de la zona paraban y charlaban animosamente. La tormenta política sobre la responsabilidad de los fuegos era el tema estrella. En el rato en el que este equipo estuvo allí, sólo cruzó la barrera un camión tráiler que llevaba a bordo un buldócer para hacer un cortafuegos en el límite entre Cantabria y León.
Media vuelta hacia Camaleño
En La Vega, el ambiente estaba caliente. Los vecinos estallaban en indignación. «Si digo lo que pienso, me meten a la cárcel», bramaba la mujer que atendía la Oficina de Turismo. Porque los turistas, ajenos a lo que sucedía en la cima del puerto, paraban para preguntar y recibir recomendaciones. En el mesón que lleva el nombre del pueblo, se había montado una tertulia de esas que llenan las horas de programación por las mañanas en las televisiones nacionales. Acodados en la barra, al ritmo tranquilo del café, debatían. «Si el monte se ha dejado perder, si nunca se limpia, que no se lleven los políticos las manos a la cabeza porque ahora suceda esto», decía un parroquiano. ««Es que está siendo gordísima, al otro lado esta todo chamuscado y nadie está haciendo nada», se quejaba otro.
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Tocaba recoger los bártulos y probar suerte en el otro lugar donde las llamas amenazaban con adentrarse en la región: el municipio de Camaleño. Había que hacer el camino a la inversa y girar a la izquierda para atravesar Potes, que al filo del mediodía parecía un oasis entre tanta preocupación. Sin humo ni pavesas flotando en el aire, la capital de Liébana vivía ajena a la actualidad. Las calles estaban llenas de turistas y el tradicional mercadillo semanal de los lunes bullía de alboroto. Vecinos y turistas se confundían entre el gentío. Imposible encontrar un aparcamiento libre. La vida fluía.
El siguiente objetivo estaba al final de la carretera que sube a Fuente Dé. Ya habían advertido de que la pista que sube del aparcamiento superior hacia Remoña, el otro de los focos que preocupaban, estaba también cortada, pero había que intentarlo. Una pareja de trabajadores de la empresa Naturea estaban apoyados en el capó de su todoterreno. Imposible pasar. Ni siquiera andando. Otros 12 kilómetros de distancia nos separaban de las primeras llamas. Al menos tuvimos buena conversación. Al que firma estaba información y al que la ilustra de fotos –amantes del montañismo y la naturaleza– nos había llamado la atención que había árboles con sus copas ya marrones. «Todos esos se han quemado estos días de tanto calor. Lo normal es que no empiecen a cambiar del verde al marrón hasta el 12 de octubre, festividad de El Pilar», resolvieron. Duda zanjada. Tocaba esperar –una de las virtudes que deben cultivar los informadores– a que bajara alguien del monte y nos contase. Medio hora después, una 'pickup' (un todoterreno con caja) de Protección del Ayuntamiento de Camaleño se detenía. «Arriba está todo tranquilo. La lluvia y, sobre todo, la humedad han refrescado mucho el terreno. Están haciendo un cortafuegos por si acaso rebrota el fuego y cruza otra vez a Cantabria», explicaron amablemente sus ocupantes.
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Antes de regresar, tocaba retratar la base inferior del teleférico de Fuente Dé. Ni un alma. Nadie. Ni un solo turista la filo de las dos de la tarde en pleno mes de agosto. Una imagen insólita en una de las semanas que debería ser de las más altas de la temporada.
En el aparcamiento inferior, el que está junto a la vega que da acceso a la vertiente cántabra de los Picos sólo había un coche y una furgoneta tipo camper. Dos empleados de Tragsa estaban apoyados en la valla junto a la portilla para «informar a los turistas» de la recomendación de no subir ni por los Tornos de Liordes ni por el Canal de La Jenduda ni tampoco por el Camino del Hachero. «La gente se marchó en masa el sábado. El olor y el humo a quemado lo teñían todo. Era irrespirable», subrayaban. Ayer, nada de nada, pero las recomendaciones seguían siendo las de no internarse en uno de los rincones más turísticos y atrayentes de Cantabria.
Pocos kilómetros carretera abajo, Óscar Sebrango, de Picos Extreme charlaba fuera de la caseta que tiene frente a la vía ferrata de Los Llanos. Arriba, las nubes apenas dejaban ver a un trío de intrépidos que ascendían hacia la cima. Por la tarde, tenía otro grupo que iba a hacer barranquismo. «El sábado la recomendación del 112 era que suspendiéramos todo, pero sobre todo por el humo», relataba.
La última parada obligada era de nuevo el Puesto de Mando Avanzado. A diferencia de la mañana, esta vez nos permitieron ver tras pedir permiso cómo se coordinaba todo el operativo. La lluvia, aunque ligera, arreciaba en el límite provincial y la preocupación porque las llamas se internaran otra vez en la región disminuía. Se notaba en la caras y en el ambiente. Hoy les tocará volver a la carga.
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