Hacer bien el tonto
«No entendí nada, pero... hacías muy bien el tonto», solía decir su madre a Luis Zahera cada vez que iba a verle al teatro. « ... Así que esto [actuar] para mí es hacer el tonto», explicaba el actor, poniendo esa gesto tremendo que tan bien le ha funciona en el cine, y en toda su carrera.
El caso es que no se sabe si Zahera hace el tonto, o el listo, porque lo cierto es que, sobre el escenario, puede hacer lo que dé la gana. Por mucho que él insista en que lo suyo, lo que él hace ahí arriba, lo puede hacer cualquiera. Que es solo contar su vida. Seguro que no pensaban lo mismo las más de mil personas, en doble sesión, que se acercaron al Instituto Pereda –por cierto, qué lujo disponer de un aparcamiento dentro en el patio– para contemplar de cerca a un animal de escenario como el gallego. Algo tendrá, cuando en su cuarta visita las entradas llevaban cuatro meses agotadas.
Cierto que lo primero que uno tiende a pensar, con ese título de 'Chungo', es que el artista ha tomado su personaje recurrente para aprovechar la fiebre actual por el 'stand comedy'. Pero no parece que sea exactamente así, sobre todo cuando Zahera lleva más de una década girando por salas con un monólogo de su puño y letra, en el que la materia prima es su propia biografía y que además ha ido evolucionando con el tiempo.
No, Luis Zahera no explota su personaje, sino que más bien lo exorciza. Me explico: lo de tener cara de malo le viene mucho mejor al cómico que al actor. Sobre todo, porque se pasa la velada sobreactuando a propósito: «os reís cuando no es», «parecéis subnormales», o el cúlmen: «¿te aplaudo yo en la cara?». Así, cuando ya ha sacado a pasear al 'chungo', cuando ya el espectador ha reconocido al personaje que una y otra vez le endosan en la gran pantalla, Zahera rompe el encasillamiento y saca al comediante para reírse de sí mismo, para humanizar al artista. Lo puede hacer con un paso de baile, con un gesto burlón o caricaturizando a su familia, pero siempre con una doble lectura. Porque detrás del gesto brusco, del ademán amenazante, brilla el humor en forma de ironía, de segunda intención, de guiño cómplice con el espectador.
Y eso que arranca fuerte, disparando a todos lados, desde las drogas hasta el anticlericalismo. Pero mientras el espectador ve al tipo duro, el cómico está observando, midiendo, reescribiendo su espectáculo. Y de pronto el duro no es tan duro, y eso que hace alarde de un dominio espectacular del taco y el insulto, sin cortarse un pelo –un gran mérito, en estos tiempos paupérrimos en que todo se resuelve con poner un 'puto' delante–, hasta que, sin darnos cuenta, el tipo ha abierto en canal su historia familiar y lo que parecía el ataque de un francotirador es en realidad un homenaje a su madre –a la que acabas cogiendo un extraño cariño–, y a las 'hijas de…' de sus hermanas, con las que te mosqueas hasta que el propio artista te desarma, porque ellas no recuerdan las faenas.
Así, la violencia latente se queda en pirotecnia verbal, fuegos de artificio que desmonta el humor y una profunda humanidad. Porque resulta que el 'chungo' también es humano. Y mucho más que un actor de un solo papel –que no es poco, oiga–. Aquí muestra su vis cómica, pero también deja entrever que hay muchos más recursos escondidos en esa caja mágica que Luis Zahera. Y que hasta el tonto lo hace bien.
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