Nahuel Pérez Biscayart
El intérprete argentino, protagonista de 'El jockey', suma a su lista de galardones el Faro Dos Orillas del Festival de Cine de Santander
«Sabía que iba a vivir algo extraordinario», dice desde su inmensa mirada azul el personaje de Nahuel Pérez Biscayart (Argentina, 1986) en 'No hay ... amor perdido'. Y en su vida como intérprete, así ha sido. Medio centenar de trabajos en cine, televisión y teatro. Premio César o Premio EFA, con una ristra de nominaciones, suma ahora el Premio Faro Dos Orillas del Festival de Cine de Santander.
-Viene saltando de festival en festival presentando 'El jockey' hasta llegar a Santander.
-Igual de afuera se ve como si estuviera siempre de viaje, pero después uno tiene momentos de la otra vida. Me gusta cuando es intermitente.
-¿Y qué papel tienen estos eventos en esta vida?
-El festival es como un lugar de encuentro, de conocer gente, de intercambio. Como yo no soy muy practicante de mi profesión, en el sentido de que no soy un cinéfilo empedernido y mis amigos no son del cine ni mucho menos, es como un lugar al que vuelvo y reconecto con esa otra parte de mi vida. Me funciona bien.
-Esa dicotomía vital le permite acercarse a la industria audiovisual con la mirada de alguien ajeno a ratos.
-Cien por cien que hay algo de eso. Por supuesto, la propia experiencia la manejo y me es cercana, pero no necesariamente es el lugar en el que deseo permanecer por mucho tiempo. Poder entrar y salir incluso renueva el ojo, renueva la experiencia, renueva el cuerpo.
-Un lugar, el cine, donde ni se planteaba estar.
-Exactamente. Y cada vez que vuelvo digo: acá estoy y me tengo que reencontrar con este lugar. Es como ir de exploración, irse de 'hiking', con esa cosa de ir al encuentro.
-Y sin embargo, ese encuentro le ha convencido: lleva más de medio centenar de trabajos.
-Sé que es el espacio en el que los elementos confluyen para, eventualmente, poder dar lugar a la magia. Es, inevitablemente, parte de las herramientas y de la materialidad de nuestra experiencia inmaterial. ¿Se entiende? Es el lugar en el que también conecto todos los elementos que después nos van a hacer filmar, nos van a hacer pensar el cine que hacemos.
-¿Magia para otros o magia también para usted?
-Inicialmente para mí. Porque me porque parece increíble lo que pasa entre los cuerpos que se ponen en juego al momento de actuar. Nunca se me ocurrió abordar la actuación por lo que después iba a pasar, por llegar al otro, la visibilidad, la exposición, la fama, la celebridad... No tengo idea de nada, no veo los Oscar, no es un espacio que me convoque en absoluto, al revés, me da nervios, la paso mal. Después le vas quitando también importancia a todo y termina también siendo parte del juego. Una puesta en escena, pero juego, al fin.
-Aquí ha recogido un Faro. ¿También una puesta en escena?
-Sí, por supuesto, y no quiere decir que por ser una puesta en escena no tenga verdad o vida.
-Y, como le planteábamos a Tosar; ¿recoge el premio el profesional o la persona?
-Es la pregunta que me hago cada vez, un fino filo. Si uno piensa que es uno, desnudo en escena, agradeciendo, siendo observado por un montón de gente, recibiendo un premio, entonces ya hay una puesta en escena ahí. Pero vuelvo a repetir; no porque es una puesta de escena deja de tener verdad, al revés, puede despertar verdades. Y eso me parece hermoso. El encuentro en sí pone en juego cosas que no podrían nunca ocurrir cuando uno está en soledad.
-El Faro Dos Orillas representa un vínculo con Iberoamérica. ¿Ve su trabajo como ese hilo entre dos maneras de hacer cine?
-Prefiero pensar que no son dos formas, porque me parece reductor. Abogo porque estallen aún más las fronteras y los cruces sean cada vez más profundos e inevitables. Creo que la única forma de encontrar o de acercarse a algo que se parezca a la paz y al amor tiene que ver, sí o sí, con el encuentro con los otros. Podrían ser dos orillas, podrían ser tres o cinco mil orillas. Me gusta esa idea de lugar intermedio, de transición entre el estado sólido, líquido, entre los mamíferos y los peces. Me gustan mucho los bordes en general. Sobre todo las orillas que tienen una movilidad y un flujo es como un organismo en sí mismo. El agua es el caldo ancestral que nos une, donde la vida se sigue produciendo. Y me gusta el faro, como puente y pensar que nuestro trabajo es también eso. Podríamos hablar horas de su simbología, política incluso.
-En ese campo, ¿en qué orilla queda la cultura dentro de la situación que atraviesa su país, Argentina?
-A ver, lo bueno es que lo que está pasando en Argentina, si es que hay algo bueno, es que al menos siento que hay un sinceramiento en relación a los lugares en los que la gente se está posicionando, que eso en Europa, es más un capítulo más. El que es de derechas es de derechas y lo dice. En Argentina sigue habiendo como un pudor a decirlo. Como si fuera un lugar nefasto, que para mí lo es. Mezquino, miserable. Una orilla complicada que excluye al otro, que lo pone como culpable. Es un lugar de pobreza amorosa, de exclusión, antinatural en el sentido de que desconoce el lugar simbiótico y comunitario en el que estamos incrustados. Muy pobre como manera de ver la vida y la experiencia humana. Al menos ya sabemos desde qué lugar hablamos y en qué proyecto nos queremos imbricar. En las últimas votaciones, incluso los oligarcas votaron por el peronismo como una forma de respuesta al gobierno que decía representarlos. Me quedo con esa ventana de esperanza.
-¿Hay lugar para ella?
-Cuando miramos para otros lados es desolador. En relación a Gaza también la gente está empezando un poquito más a hablar, aunque; chicos, hace casi 2 años que venimos enterrando niños en bolsas de plástico. Nunca hubo en la historia el nivel de documentación que tiene este genocidio. No hay excusas. Podemos discutir sobre muchas cosas, cómo uno las percibe, pero hay cosas que son; ver a los bebés pudriéndose en un hospital porque fue bombardeado, no es una cosa que alguien le diga, es una cosa que uno ve.
-¿Hacia dónde le gustaría fluir a usted en el futuro?
-Quiero dar la batalla donde haya que darla, para empezar.
-¿Eso qué significa?
- No soy un purista, no tengo miedo a ir a lugares incómodos, en el sentido de si hay que negociar algo porque la resultante puede ser transformadora, voy a ir hacia ahí. Pero a la vez me interesa priorizar mucho en estos tiempos de tanta miseria humana, encuentros con gente que está dispuesta a amar en el sentido más profundo de la palabra, que es presentarse vulnerablemente con las inseguridades que todos tenemos e intentar desandarlas juntos. Quiero trabajar con gente amplíe mi capacidad de amar y mi capacidad de transformación.
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