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Es un Stephen King revisitado. Y una inteligente, aunque demasiado prudente, incursión en ese subgénero de lo fronterizo: los lugares marcados, los límites entre lo malsano y lo oscuro y el inasible estado de excepción entre la vida y la muerte. Lo de la familia protagonista y acaparadora de la ficción hubiera dado para retorcidas metáforas sobre lo que sus miembros representan y sus relaciones no siempre convencionales, pero 'Cementerio de animales', más animal que humana, opta por mantenerse en la superficie y las apariencias. Aquí el pasado ejerce de maestro de ceremonias y es, como en la vida, el que más asusta. Lo más propicio para el elogio es su pausado trayecto hacia lo oscuro a través de recuerdos, presagios y señales. Y el retrato o la visualización de lo accidental, del azar que está en la esencia de buena parte de las historias del escritor.

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Un guión del propio King dio lugar a la primera y nada desdeñable adaptación, 'Cementerio viviente'. Los acelerados vehículos de transporte que atraviesa una carretera adyacente; las apariciones de los animales; un inquietante ritual escenificado por niños van conformando una atmósfera de fragilidad y provisionalidad ante la cercana muerte. Evitar el abuso de los flash back y ser elegante en algunas transiciones y elipsis es lo mejor del filme de Dennis Widmyer y Kevin Kölsch, cineastas de 'Holydays', integrantes del equipo de la serie 'Scream' y realizadores en breve de 'Mamá 2'.

Paradójicamente la película gana más cuando busca los primeros planos, el estado creciente de ansiedad, el detritus de la corrupción moral a a través del sentimiento de culpabilidad que, cuando de forma bastante burda, ahonda en el paisaje que se presume más terrorífico: el del cementerio y el del bosque que lo alberga. Ahí, en ese paisaje del mal, de lo desconocido es donde se debilita la apuesta visual por superficial y reiterativa. Por el contrario, se eleva en esa pulsión de lo enfermizo, en lo retorcido de los personajes encadenados a sus recuerdos y en la incertidumbre de la pérdida.

En realidad la cinta, que se sitúa en el terreno convencional del género –las mutaciones extrañas, la vuelta a la vida, lo ignoto, el vértigo del más acá y del más allá-, donde de verdad resulta aterradora es en plantear la pérdida de un hijo. De hecho, la cinta revela su mayor interés como epicentro del dolor, como trayecto sinuoso hacia el desgarro por la insoportable ausencia del otro. Por ello resultan más atractivas y cercanas las escenas como la del siniestro, o las de la pareja indagando en su entraña herida, que las que discurren en el paisaje de lo extraño o lo inexplicable. Y, del mismo modo, la película se antoja más creíble en el rostro, en la superficie de lo natural que en el efectismo de lo sobrenatural.

Es un filme de oficio donde los miedos cercanos y reconocibles ajustan y donde los horrores desconocidos se soportan con una irónica capa de imágenes muy usadas. Más apto para los que no quieren traspasar algunas fronteras esotéricas.

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