Ramón Barea
El veterano intérprete llega hoy al Palacio de Festivales con 'El dilema del corcho', «una obra de Patxo Telleria que atrapa al espectador entre la risa y el dilema moral»
El veterano actor, director y productor Ramón Barea llega hoy, a las 20.00 horas, a la Sala Pereda del Palacio de Festivales con 'El ... dilema del corcho', una pieza que combina humor, memoria y reflexión sobre las decisiones que marcan una vida. Con más de cinco décadas dedicadas a las tablas, Barea se ha convertido en uno de los grandes referentes del teatro español. La representación forma parte del programa Camino Escena Norte.
-¿Qué le atrajo de 'El dilema del corcho' para aceptar trabajar en la obra?
-Yo ya había trabajado con Patxo Telleria, que para mí es uno de los autores de teatro más importantes de España. Él espectáculo se planteó para interpretar en euskera, pero la producción decidió hacerla también en castellano y pensó en mí para uno de los personajes. Lo recibí como un regalo, pues conocía la obra y me parecía un juguete teatral muy interesante. Así que estoy encantado de formar parte de este mano a mano con el propio Patxo, que además de autor interpreta uno de los papeles. Para mí, además, es un reto estar la hora y media que dura la función sin salir de escena y abarcando muchos estilos, desde la comedia de vodevil hasta algo más dramático, incluso trágico. En fin, un recorrido muy apetecible.
-La obra tiene un trasfondo muy particular. ¿Cómo definiría el conflicto central y por qué cree que conecta con el público actual?
-En la obra hay una mezcla de conflictos políticos y morales. Como te decía, es una comedia que empieza como un vodevil y se acaba convirtiendo en una pieza que hace reflexionar al espectador. Le obliga a pensar «¿qué haría yo si me ocurriera lo mismo que al personaje?» o «¿por qué hace eso?». El punto de partida es muy sencillo: un catedrático muy reconocido en la universidad por sus ideas de izquierdas, en un momento dado, se encuentra con la posibilidad de recibir una donación de un famoso multimillonario -esto nos va a sonar-: una máquina carísima, que puede ser un arma eficaz de radioterapia. Entonces el dilema, bueno, uno de los dilemas, porque son muchos, es decidir si debe aceptarla o no tras haber estado años predicando en contra del enriquecimiento de estas personas. El corazón del conflicto es ese, pero en torno a ello se plantean otras subtramas.
«Cuando me preguntan que soy, siempre digo que actor, un actor que dirige o escribe»
-El tema de los dilemas y la moralidad daría para muchas horas de función.
-Me parece importante que, justo en este momento en el que se ha perdido el sentido crítico sobre la ética, la política e incluso, en algunos casos, sobre la intelectualidad, uno no se olvide de su pasado ni de las relaciones que ha establecido con la gente. Uno de los temas que me parece interesante replantear al espectador es el sentido de la ética.
-¿No le parece que a las personas de izquierdas se les exigen más esas muestras de moralidad que a otras con ideologías más conservadoras?
-Sí, seguramente, pero porque la izquierda siempre ha promulgado sus ideas con intención de cambiar la sociedad. Cuestiones éticas y cuestiones sociales, mientras que algunas otras ideologías, como los nacionalismos o la derecha pura y dura, han estado más lejos de eso, posiblemente porque sus implicaciones, a veces económicas, están por encima de otros valores éticos o morales, o han estado cada vez más cerca de la religión como un escudo para justificar cosas o actitudes. Creo que la izquierda sí ha tenido ese papel de crecimiento ideológico y, frente a ella, están los economistas de gran fortuna.
-Además de ese cara a cara con Patxo Telleria del que hablaba, ¿a qué otros retos se ha enfrentado como actor en la obra?
-Al de la verdad. Hay un juego a lo largo de toda la obra con la unidad de tiempo y de espacio, y también hay un juego de pasar por varios estados emocionales y por varias tramas. La belleza de 'El dilema del corcho' está en sus dos personajes, que atrapan al espectador. Hay un giro de guion inesperado que sorprende al público porque no se lo espera. Para los actores es un juego delicado que pasa de una situación divertida a una muy dramática.
«Pese a la velocidad de las redes y la cultura digital, seguimos necesitando una reflexión serena y emociones más duraderas»
-Con una trayectoria tan larga y tan variada como la suya, también en cine y televisión, ¿qué le sigue sorprendiendo o emocionando del teatro?
-¡Tantas cosas! Afortunadamente me sigo emocionando en algunos espectáculos de teatro. Actualmente, además de mi trabajo como actor, también escribo, dirijo y produzco, y mientras pueda no tengo ninguna intención de colgar la chapa. No se me ocurre otra cosa mejor que poder seguir subiendo a un escenario. El teatro me mantiene vivo y me ayuda a seguir reflexionando sobre la sociedad en la que vivo. Tanto como actor como espectador, para mí es un lugar de reflexión y un entretenimiento activo. Todo lo que sé y lo que he aprendido me viene del teatro.
-Ese espacio de reflexión, ¿puede correr riesgos con la velocidad de las redes sociales y de la cultura digital?
-Te voy a dar un dato de cuando la pandemia que creo no se ha puesto suficientemente en valor. Cuando acabó el confinamiento y se podía salir, aunque escalonadamente, los primeros lugares que se volvieron a habitar fueron los teatros, antes que los cines. El cine se podía ver en casa y al público no le tentaba tanto salir para ver una película. Sin embargo, sí ir al teatro, que, aunque con un aforo reducido, se convirtió en un espacio de tranquilidad y en pequeños refugios. Así que yo creo que eso de la velocidad de las redes es verdad, pero, en contra de esa velocidad y de la incapacidad de reflexión o de la hiperinformación, seguimos necesitando una reflexión serena y de emociones más duraderas.
-Además de actor, es director y gestor, ¿qué ha aprendido de ver el teatro desde el otro lado?
-Antes que actor fui un espectador compulsivo. Este oficio me ha permitido crecer desde querer ser actor hasta, de repente, formar un grupo de teatro independiente en los años 70. Fue una cosa absolutamente visceral, así que soy un actor que se transformó en autor de teatro y en el director de ese grupo que ha seguido escribiendo. Ahora hay afán por tener un solo oficio, una sola actividad. Cuando me preguntan en las entrevistas si se dirigen a mí como director, autor, o realizador... Yo suelo decir que como actor, porque yo me siento un actor que escribe, un actor que dirige. El corazón está en el actor.
-¿En qué proyectos trabaja?
-Ahora mismo ensayo ¡Ay, Carmela! de Sanchis Sinisterra, que vamos a reponer en lo que va a ser el cierre de una de las naves de Pabellón 6 en Bilbao, que, después de 15 años, se va a remodelar y se reinaugurará en unos meses. Mientras tanto, se va a inaugurar otro espacio paralelo, también de Pabellón 6, que va a ser la sede de la Compañía Joven. Eso en lo teatral. En lo audiovisual voy a estar en la segunda parte de 'Su Majestad', la serie de Borja Cobeaga, en la que interpreto al jefe de la Casa Real. También he puesto unas frases añadidas a un proyecto de Juan Antonio Bayona, un corto que va a estrenar en el Festival de Sitges.
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