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John Banville en la Plaza Porticada o Plaza de la Palabra donde se celebra Felisa Daniel Pedriza

John Banville

Escritor
«No escribo para académicos ni escritores premiados, sino para la cajera del supermercado»

El ganador del Premio Príncipe de Asturias2014 mantuvo un multitudinario encuentro con sus lectores en Felisa

Viernes, 4 de julio 2025, 07:12

A través del cristal de la copa en la que toma un vino blanco, se ven los pulidos zapatos marrones de John Banville (Wexford, 1945), en cuya conversación, en tono bajo y sereno, la ironía juega a partes iguales con una visión escéptica de su labor, que, dice, no entiende del todo. Aún así, ha publicado 22 novelas con su nombre, 15 bajo el seudónimo de Benjamin Black, la última, 'Los ahogados', este año. Se ha llevado el Booker, el Franz Kafka o el Príncipe de Asturias de 2014 entre otros premios y ayer se encontró con su público en Felisa.

–Es un habitual en España ¿Ya conocía Santander?

–Creo que sí, que ya he estado aquí antes. Ya tengo una edad en la que la memoria empieza a fallar. Un amigo mío fue a visitar a Samuel Beckett cuando estaba en una residencia de ancianos, al final de su viday le dijo: «He olvidado casi todo». Mi amigo empezó a compadecerse, pero Beckett dijo: «No, no, es maravilloso. Lo he olvidado todo».

-Beckett es una de sus referencias constantes.

-Bueno, los escritores irlandeses solemos seguir el camino de Joyce o el de Beckett. Yo supongo que sigo el de Beckett. Pero si tengo una verdadera influencia irlandesa, es W. B. Yeats, el poeta, al que considero un grandísimo artista. Es un gran ejemplo. Una diferencia que tengo con Yeats es que él no tenía absolutamente ningún sentido del humor. Y yo considero eso como una discapacidad, como ser ciego o no tener una pierna. Conozco personas encantadoras, pero sin sentido del humor, y eso es una carencia muy seria. Yeats y Henry James, ellos son mis modelos.

Sentido del humor

«Cuanto más envejezco, más pienso que todo es hilarante. Incluso el proceso de envejecer tiene cierta comedia»

–Menciona el sentido del humor. ¿Es fundamental en su vida?

–Cuanto más envejezco, más pienso que todo es hilarante. Incluso el proceso de envejecer tiene cierta comedia. No me refiero solo a olvidar por qué subiste las escaleras o dónde dejaste las llaves del coche. Incluso el colapso físico tiene un lado cómico.

–Un punto de vista interesante, que podemos practicar cada día frente al espejo.

–Bueno, prefiero no mirarme en los espejos. Cuando estoy haciendo entrevistas, siempre hay una sesión de fotos. Y siempre pienso que debería decirles: «No soy ese. Este de aquí –saca su móvil con una fotografía suya de joven– esta foto, esta es la que deberían usar. Tenía 24 años, y mi primer libro iba a salir». Así es como me veo yo. Ustedes verán a otra persona, pero yo veo a ese.

–Tenía 24 años y su primer libro a punto de salir. ¿Qué recuerda de aquel momento?

–Era muy arrogante. Como todos los jóvenes, que creen saberlo todo. Hay un dicho chino: «Pregunta a los jóvenes, ellos lo saben todo». Cuando eres viejo, entiendes cuán irónicos eran los chinos: no sabes nada. Me emocionaba publicar un libro. En aquella época no ganabas dinero. Tu editor te decía: «Es un libro maravilloso, lo vamos a publicar. Claro, no ganarás nada». Y era verdad. Hasta los años 80, la ficción no era rentable.

-¿Y qué pasó?

-Todo cambió cuando Anthony Burgess dijo en público que William Golding no debía haber ganado el Booker Prize. Entonces los periodistas se interesaron: «Aquí hay una historia». Y la ficción empezó a vender. Recuerdo que una joven novelista en Italia, tenía 19 años, recibió medio millón de libras por un resumen de una página de su novela. Pensé: esto es como la banca, es una locura. Y por supuesto, desapareció. Escribió el libro, se publicó, y seguramente el editor que le pagó eso ahora trabaja en relaciones públicas.

-Y el encuentro con los lectores, ¿es trabajo, placer, relaciones públicas?

-En Irlanda hay un vendedor de libros de segunda mano que va a todos mis eventos para que le firme libros, lo cual está bien. Le dije hace poco: «¿Cuántas veces me has oído decir lo mismo?» Y me respondió: «23 veces». Le dije: «Mándame los libros por correo, no hace falta que vengas. Porque si te veo en el público, me doy cuenta de que estoy repitiéndome». A mi edad, hay poco nuevo que decir. Pero sí hay nuevas formas de decirlo. Me divierto. Intento hacer reír al público. Lo peor es un público serio. Mi escritura es muy difícil, claro que lo es, pero no tiene sentido contarlo. Así que, nos divertimos.

Aspiración

«Si no apuntas a la perfección, te quedarás en la mediocridad. Si apuntas a la perfección, puede que te acerques un poco»

–Afirma que cuando escribe novela negra no le preocupa el crimen en sí, pero la novela debe contener uno. ¿Cómo afronta esa estructura obligatoria?

–El problema de escribir novelas negras es que tienen que incluir un crimen. Y eso ya es una limitación. Empecé a escribirlas por diversión, como una especie de capricho. Pensé que escribiría una sola, y nada más. Pero luego empecé a interesarme por los personajes. Y, de repente, me di cuenta de que estaba haciendo lo que hacen los verdaderos novelistas. Así que no sé realmente cómo definirme, pero no me considero un novelista en el sentido tradicional. Cuando escribo estos libros de crímenes, para mí son ficción general. Lo que hago en mi tiempo libre. Y eso enfurece a los escritores de novela negra de verdad.

–¿Y qué ocurre con los otros?

–Mis otros libros, los que no son de crimen, quiero que sean tan densos, complejos y exigentes como la poesía. Un amigo novelista irlandés decía –y creo que en español también existe esa distinción– que hay verso, hay prosa, y luego está la poesía, que puede darse en ambos formatos.

–Dice que aspira a escribir frases perfectas. ¿Esa perfección existe realmente en la escritura?

–Bueno, si no apuntas a la perfección, te quedarás en la mediocridad. Si apuntas a la perfección, puede que te acerques un poco. Quiero decir, para mí las frases son un motivo de orgullo muy serio. En un pequeño discurso dije que la frase es el mayor invento de la humanidad. Así lo creo. Por eso es deber del escritor —en mi escritura o en la tuya— hacer que las frases sean claras y, si es posible, hermosas. Muchas veces cuento una anécdota: cuando mi mujer y yo por fin pudimos permitirnos comprar un lavavajillas, el manual de instrucciones estaba escrito en un inglés bellísimo. Claro, seguramente lo escribió algún pobre escritor como yo, que necesitaba dinero. Pero era precioso. Nunca lo he olvidado. Así que la buena escritura puede aparecer en cualquier parte.

-Ha mencionado a varios amigos durante esta conversación. ¿Qué significa para usted la amistad?

-Cuando digo «un amigo», «un amigo inglés», «alguien que conocí»… es solo una forma de hablar. No entiendo el concepto de amistad. Entiendo la cercanía, entiendo el amor. Pero la amistad… ¿Qué se supone que haces con los amigos? No puedes acostarte con ellos, no son familia… No lo entiendo. Conocía a un tipo y solíamos cenar juntos, él, el actor Cillian Murphy y yo, dos o tres veces por semana. Una vez hablábamos precisamente sobre la amistad. Y le dije: «Francis, no me importaría si murieras mañana por la mañana». Y no me ha vuelto a hablar desde entonces. Contacté a Cillian y le dije: «¿Ya no hablamos?». Y me respondió: «Bueno, dijiste que no te importaría si moría…». Pero eso era parte de la conversación. Me refería a la palabra «importar». Por supuesto que me afectaría, me entristecería. Pero no es «cuidar». Yo cuido a las personas. Y eso… eso va más allá de la amistad. Eso es con tu esposa, tus hijos.

Con un libro

«La gente lee como forma de evasión, pero uno no escapa de la vida, sino hacia la vida»

-Y si yo le digo Dublín, ¿qué me responde?

-Verás, crecí en un pueblo pequeño de Irlanda, el equivalente irlandés de Santander. Cuando me mudé a Dublín, tenía una tía con un apartamento maravilloso, aunque en ruinas, en una casa georgiana. Casualmente murió unos tres años después de mi llegada, así que heredé el contrato de arrendamiento de 99 años de ese piso. Fue una auténtica dicha. Vivía en un apartamento que había sobrevivido a los horrores del urbanismo de los años 30, 40 y 50. Así que cuando pienso en Dublín, pienso en ese Dublín. Pero ahora camino por sus calles y ya no es la ciudad en la que crecí. Me encanta que se haya vuelto multicultural. Hace unos años volví a una calle donde los vendedores ambulantes solían instalarse. Hacía 40 años que no pasaba por allí. Como siempre, me dijeron: «Nunca miras nada, caminas con los ojos en el suelo». Así que levanté la vista. Los vendedores aún estaban. Y las tiendas eran de mecánicos, peluquerías… De repente, Dublín se había vuelto multicultural. Y ahora, claro, la extrema derecha está usando eso para ganar poder. Seguro que también está pasando en España. Desde luego, en Irlanda sí.

- En todas partes.

-Así que, para responderte brevemente, el Dublín que recuerdo es el Dublín del pasado.

- Pero si vemos el Dublín del pasado con ojos de Quirke, el protagonista de sus novelas negras, ¿no era más oscuro?

-Oh, era un lugar terrible, terrible. Pero verás, a mediados de los años 50, eso era el presente. Era la modernidad. Ahora lo vemos y pensamos en lo primitivos que éramos. Pero en ese momento no lo sabíamos. Dentro de 50 años, mirarán atrás y dirán: «¿En serio comían animales?». Estoy completamente convencido de eso. Cultivaban maíz, lo daban a los animales, y luego se los comían. Lo mismo que ahora decimos sobre la era victoriana: «En Londres había miles y miles de niñas prostitutas». Eso ya no existe. Pero entonces era algo completamente normal.

–Cuando se habla de sus novelas, suele señalarse que explora con frecuencia temas como la memoria, la culpa, la belleza o el duelo. ¿Cree que la literatura debe inquietar o consolar?

–Inquietar, por supuesto. Siempre. La gente habla de leer como forma de evasión. Pero uno no escapa de la vida, sino hacia la vida. Cuando era niño, crecí en un pueblo pequeño, y la biblioteca pública era mi lugar favorito. Por eso escribo casi todos los días: no para huir, sino para descubrir. Eso es lo que puede hacer la literatura: contarnos otras vidas, otras sensibilidades, otras formas de estar en el mundo. Esa es su belleza. Pero no nos enseña nada.

–¿Nada?

–Si nos enseñara algo, sería política o educación. Uno no se acerca al arte para aprender cosas. Va al arte, ante todo, para deleitarse. Si voy al Prado y veo a Velázquez, 'Las Meninas', lo primero que busco es el deleite.

-Y lo hizo. De hecho, tuvo la suerte de estar a solas frente a 'Las Meninas'?

- Lo has leído todo, ya ves. Podrías haber escrito esta entrevista sin necesidad de verme (risas. Pero sí, es el deleite. Alguien hizo esa cosa exquisita hace siglos y ha sobrevivido guerras, horrores, y sigue ahí, en la pared del museo. Es asombroso. Y voy y veo también al perrito de Goya, ¿sabes? Esa cabecita. Una cosa exquisita. Todo el mundo dice que el perro tiene una mirada profunda. Yo prefiero pensar que está en una corrida, mirando un toro. Aunque dicen que en realidad es solo un fragmento de un cuadro mayor, y que está mirando a unos pajaritos en una rama. Yo prefiero pensar que mira la corrida.

«Si alguien me ofreciera ahora trabajo de periodista, aceptaría»

Hace once años, Banville recibió el Premio Príncipe de Asturias de las Letras.

–¿Qué significó para usted aquel galardón?

-Estoy esperando ganarlo otra vez dentro de unos años, ¿sabes? No lo digo solo porque me lo dieran, pero el Premio de Asturias fue el más encantador de todos los que he recibido. He ganado bastantes premios, pero aquel fue el más placentero. Oviedo me pareció una ciudad maravillosa, no turística, una ciudad donde la gente vive de verdad, disfruta de estar allí. Conocí al rey y a la reina, sus hijas eran encantadoras. De verdad lo eran. Todavía mantengo el contacto con ellos. Y además los discursos estaban limitados a tres minutos. Gran acierto. Porque ya sabes cómo es: vas a una entrega de premios y ves a alguien sacando hojas y hojas para su discurso y piensas: Dios mío…. Discursos cortos, eso es lo mejor.

–¿El consagrado escritor, mira al pasado y se siente un privilegiado?

–Sí, un privilegiado, desde luego. Qué vida he tenido. Trabajé durante 35 años en periodismo, que era muy divertido. Si alguien me ofreciera ahora un trabajo de periodista, lo aceptaría. Volver a una oficina sería algo maravilloso. He podido dedicarme a esta cosa extraordinaria que es inventar frases. Y todavía hoy me resulta casi imposible. Cada mañana, al empezar, pienso: No sé cómo se hace esto. No sé cómo lo hice ayer. Y me obligo a escribir algo. Y al cabo de un rato, ya estoy sumido. A las tres de la tarde estoy completamente perdido en un mundo de lenguaje e imaginación. Qué privilegio.

-Y mirando al futuro… ¿cree que alguna vez una máquina podrá imitar su estilo de escritura y escribir libros como los suyos?

-Oh, claro que sí. Parecerá que lo hacen. Pero hay muy pocos... hay casi tan pocos buenos lectores como buenos escritores. Borges lo dijo: «Cuando empecé, le daba mis textos a siete amigos. Después los publiqué en una revista y tuve 70 lectores. Luego, un libro: 700. Y ahora, 700.000. ¿Quiénes son todas esas personas?» Y es cierto. Hay pocos buenos lectores. Siempre cuento una historia: mi mujer estaba en un supermercado, entregó su tarjeta de crédito, y la cajera le preguntó si era pariente de John Banville. Le dijo: «Dígale que 'El mar' es lo más hermoso que he leído en mi vida». No leo reseñas ni críticas sobre mi trabajo, pero eso vale más que miles de reseñas: que una mujer en una caja de supermercado diga que algo que escribí es hermoso. Para ella escribo yo. No escribo para académicos, ni para escritores premiados. Escribo para la señora de la caja de Marks & Spencer. Y es sorprendente cuántas personas como ella entienden lo que estoy diciendo. Lo saben. Saben cómo leer mis libros.

- ¿Y qué espera esa lectora de usted?

- Espera belleza y deleite.

-¿Y quizá también diversión?

-Claro. La diversión está muy infravalorada, pero es importantísima. Que el trabajo de alguien te dé felicidad y diversión, eso es maravilloso.

-¿Es usted feliz?

- Feliz es una palabra complicada. Sería feliz si me viera como aquel joven de la foto cuando tenía 24 años y publiqué mi primer libro.

La muerte

«Me fastidia mucho que se vaya a acabar pronto. No quiero ir al cielo ni nada de eso»

-En ese caso; ¿está satisfecho con su vida?

-Sí, claro. Solo me gustaría volver a vivirla otra vez. Me fastidia mucho que se vaya a acabar pronto. No quiero ir al cielo ni nada de eso.

-¿No?

–No, ¡ahí estarán todas las personas horribles! El matón del colegio que te atormentaba, la tía que fue cruel contigo… todos estarían allí. Las personas interesantes estarían abajo, ya sabes. Cuando era niño, lo que más me aterraba era la idea de la eternidad. Solo la idea de algo que nunca se acaba... Me gustaría tener otra oportunidad. Cometería los mismos errores, haría todas las tonterías otra vez y sería divertido mientras lo hago.

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