Antonio Muñoz Molina
El académico, Premio Príncipe de Asturias, autor de 'El verano de Cervantes' pone su voz al 'Jardín de Haikus' de Casablancas, hoy en el FIS en colaboración con la UIMP
Sostiene Antonio Muñoz Molina que aspira «a que la frase que escribo y el relato mismo tengan una fluidez de música». Hoy, en la Sala ... Pereda (20.00 horas), unirá música y palabras en 'Jardín de Haikus', junto a Benet Casablancas en una actividad organizada por el FIS y la UIMP.
-¿Qué hace un escritor en un festival de música?
-Creo que un escritor sería muy pobre intelectualmente y creativamente si se interesara solo por la literatura. La música es una de las artes que me apasionan, entre otras cosas porque es una forma de expresión que actúa más allá de las palabras. Disfruto de ella, y aprendo de ella como escritor, en especial en algo tan importante como el sentido de la forma, y el equilibrio entre libertad y disciplina.
-¿Diría que hay una melodía común que suene al escuchar todas sus obras?
Hay novelas mías más abiertamente musicales que otras. El jazz está muy presente en 'El invierno en Lisboa', o en 'Ventanas de Manhattan'. 'El jinete polaco' está lleno de la música pop de mi adolescencia. Y una novela como 'No te veré morir' tiene en su centro las suites para cello de Bach tocadas por Pau Casals. Pero yo siempre aspiro a que la frase que escribo y el relato mismo tengan una fluidez de música.
-¿Uno termina alguna vez de leer 'El Quijote'?
-Yo llevo cincuenta y tantos años, y no termino de leerlo. Eso me pasa también con otros libros, y otros autores. Me pasa con Proust y Joyce, con Stendhal, con Montaigne, y por supuesto con muchos poetas. Una música puede uno estar escuchándola siempre. Y a un poema le sucede lo mismo. Por eso aprender un poema de memoria y poder repetirlo es a mi juicio la forma máxima de lectura, como tocar una obra musical.
Las frases
Disciplinas
«Aprender un poema y poder repetirlo es la forma máxima de lectura, como tocas música»
Memoria
«En esta época, la identidad española vuelve a basarse en la Reconquista como en mi infancia»
-Afirma que «El libro trata el despertar al mundo y eso es algo que siempre va a ocurrir», pero el mundo parece cada vez más habitado por insomnes pegados a las pantallas.
-El despertar al mundo de un niño, o de un cachorro, o de una planta, son maravillas que nadie puede frustrar. Y por muy absorta que esté la gente en las pantallas, el mundo real se impondrá siempre, para bien o para mal. Solo hace falta un corte de electricidad que dure algo más de unos minutos.
-¿Para qué sirve una Real Academia de la Lengua?
-Sirve para atestiguar los cambios incesantes que se van produciendo en el idioma, y para mantener la unidad de la ortografía al mismo tiempo que se respete la inmensa variedad de la lengua hablada. Que el español tenga una ortografía sencilla y válida para todos sus hablantes en dos continentes es un prodigio al que han contribuido las academias, la española y las de América.
-¿Cree que hoy en día habría que revisar palabras como democracia, extranjero o feminismo?
-A mí lo que más me preocupa es que no se queden vacías de sentido, y puedan servir para la convivencia y la emancipación, y no para la demagogia y la discordia.
-Su trayectoria literaria abarca más de cuatro décadas. ¿Cómo ha cambiado su manera de escribir desde 'Beatus Ille'?
-Me gustaría haberme ido haciendo más preciso en la expresión, más libre de retórica, más directo en la narración de las cosas, más atento al mundo exterior, menos enfermo de literatura.
-En sus obras hay una atención constante a la memoria, la historia y la identidad. ¿Qué temas le siguen obsesionando?
-La identidad es otra de esas palabras muy cargadas con las que hay que tener mucho cuidado, en esta época en que la identidad española vuelve a basarse en la Reconquista, como en los libros de texto de mi infancia. Lo que pueden llamarse obsesiones de un escritor suelen ser inconscientes, así que no es fácil controlarlas racionalmente, quizás solo constatarlas a posteriori. Quizás la fragilidad de las cosas y de los seres humanos es algo que está muy presente en mí, y su contrapartida, la brutalidad destructiva, la grosería.
-Ha sido siempre muy observador con los cambios sociales. ¿Cree que la ficción sigue teniendo hoy un papel transformador o se ha vuelto más evasiva?
-La literatura, no solo la ficción, nos sirve para cosas tan cruciales como imaginar las vidas de otras personas, y conocer mundos que de otro modo no serían accesibles para nosotros. También para algo tan necesario como escapar a la tiranía a veces sofocante de lo inmediato, del presente y la moda. La buena literatura es a la vez contemporánea y extemporánea. Muestra las cosas como son y también cómo podrían ser, o habrían podido ser. Expande el conocimiento y la imaginación, y por lo tanto las facultades humanas.
-¿Qué retos observa actualmente en el panorama editorial español?
-Me gusta que haya nuevas editoriales, y que resistan las librerías independientes, y que el libro haya desmentido todas las profecías sobre su desaparición que hacían los papanatas de lo tecnológico hace diez o quince años. Me preocupa la colonización de las inteligencias y hasta de las vidas por los poderes de las grandes empresas tecnológicas.
-¿Cómo ve la convivencia entre el mercado literario, cada vez más global y digital, y la vocación artesanal de la escritura?
-Hay un mercado literario global, pero también otros mundos nacionales, o locales, en lenguas minoritarias. Y la escritura es, desde luego, una artesanía, como el oficio de músico, o el de pintor, o el de carpintero, o el hortelano. Yo escribo y tengo un huerto. En las dos tareas hay algo de resistencia.
Ha alternado novela, ensayo y artículos periodísticos. ¿En cuál de los tres encontrará el lector más pistas de la personalidad de Muñoz Molina?
-Una vez, leyendo las críticas de cine que Borges escribía en una revista de modas en los años treinta, pensé: «Borges se pone íntegramente en todo lo que escribe, sea un poema, un cuento, o una de estas crónicas breves sobre cine». A mí me gustaría ser así: estar por completo en cada cosa que escribo, quiero decir, no rebajar el esfuerzo, no faltar nunca al respeto del lector.
-En 2020 afirmaba que las políticas españolas se estaban volviendo más tóxicas que el propio virus del covid. ¿Cómo está la infección?
-Y va a peor, me temo, con la diferencia de que no hay vacuna a la vista.
-¿Las cacerías de adjetivos son necesarias para actualizar textos escritos hace un par de décadas?
-Lo escrito hace décadas ya no tiene remedio, por desgracia. La única cacería efectiva es la que se hace en el texto antes de mandarlo.
-¿Cómo de grande es el cajón de los descartes por si dan pie a nuevos comienzos?
-Ay, me temo que lo malogrado ya no hay manera de recuperarlo, y quizás no haga falta.
-Si tuviera que escribir hoy una carta a su yo joven que empieza a escribir en Úbeda, ¿le animaría a mantenerse fiel a esa meta?
-Le animaría a esa fidelidad, pero le aconsejaría casi con urgencia que no se dejara llevar por las mitologías de lo literario, la idealización del escritor como genio, etc. Y sobre todo que no perdiera el tiempo y la salud en juergas alcohólico/literarias.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión