Julio Llamazares
El novelista leonés presenta hoy en la librería La Vorágine de Santander su último libro de viajes, donde recrea el recorrido de su padre durante la guerra civil
El invierno de 1938 en Teruel y Levante fue el peor de todo el siglo XX, y no solo por la crudeza climatológica, sino porque ... además se libraban dos de las batallas más sangrientas de la guerra civil. En ellas participó el padre de Julio Llamazares, quien con apenas dieciocho años se vio forzado a alistarse y cambiar su vida de estudiante de magisterio por la de radiotelegrafista y combatir a mil kilómetros de distancia de su casa en una guerra en la que, aún ganándola, terminaría perdiendo. Casi un siglo más tarde el escritor vuelve a realizar el mismo viaje de su padre, al que confiesa no haber prestado demasiada atención cuando le contaba su historia. Historia que es la misma de toda una generación marcada por esa guerra y sus consecuencias.
'El viaje de mi padre' es la última entrega del escritor Julio Llamazares (Vegamián, León, 1955), que presentará hoy en Santander. Será a partir de las 19.30 horas en la librería La Vorágine, donde el autor estará acompañado por el también escritor Mariano Calvo Haya.
-¿Qué nos pasa para que solo prestemos atención a las historias de nuestros mayores cuando ya no están?
-Popularmente se dice que es ley de vida, y seguramente así es. Cuando somos jóvenes, pensamos que la única vida interesante es la nuestra, y si acaso las de nuestros amigos. Cuando va pasando el tiempo, te das cuenta de que todas las vidas son igual de interesantes y que tu propia vida tiene que ver con las de quienes te trajeron al mundo y quienes te rodearon. Y al final la vida de cada uno está entroncada en un racimo de vidas que viene de la noche de los tiempos, y todo tiene una concatenación.
-Casi un siglo después vuelve a hacer el viaje de un muchacho de la montaña de León que no murió de un tiro pero casi lo hace de frío y de miedo; es muy difícil pensar que ese chico ganara ninguna guerra.
-Al revés, mi padre perdió la guerra. Él hizo la guerra con Franco por circunstancias de dónde estaba. Pero dos hermanos suyos lucharon con los republicanos; uno está en alguna cuneta o una cosa común, y el otro estuvo en la cárcel.
-¿Por qué la guerra como tema?
-Todos los libros fundacionales son sobre la guerra, porque ya decían los clásicos que la guerra es la madre de todos los hombres.
-Lo que pasa es que en el mundo sí que hay guerras y parece que todavía más crueles que las de hace 100 años.
-La historia cambia y la tecnología avanza, pero a la humanidad parece que nos cuesta avanzar al mismo ritmo en nuestros logros científicos, tecnológicos y económicos. Esa pulsión por anular al otro, por degradar al otro, que viene de las cuevas de Altamira sigue presente, y eso es lo que desconsuela y descorazona a muchos, que no lo comprendemos.
-De todos modos algo tiene nuestra guerra civil, que parece que no se acaba nunca, ¿no?
-Hay gente que cree que sacar a los muertos de las cunetas y llevarlos a los cementerios para enterrarlos digna y evangélicamente es una provocación o un acto de revanchismo, que se reabren heridas; yo pienso lo contrario, que las heridas están abiertas, no hay más que mirar un debate en el Congreso de Diputados o en una tertulia de televisión. El lenguaje guerracivilista y el frentismo continuo indican la mala digestión de nuestra historia reciente.
-¿Pero todo eso no se había resuelto con nuestra modélica transición?
-La prueba de que no fue modélica ni eficaz es el panorama político de enfrentamiento que estamos viviendo ahora. Pero igual es que no se podría haber hecho mejor, que también puede ocurrir.
-¿Y no sería mejor olvidar aquel 1938?
-Dice un historiador norteamericano que la historia no sirve tanto para conocer el pasado como para conocer el futuro. Sentados tranquilamente en un bar de España parece imposible, pero cuando escuchas determinados discursos te das cuenta de que no es tan difícil, que basta una chispa para que se incendie todo, como en los incendios de verano. Por eso creo que es necesario recordar de dónde venimos, y no dar nada por hecho.
-¿Tan frágil es todo?
-Basta un apagón, como hubo hace poco, para volver al siglo XV. O una pandemia para volver a la Edad Media. Y eso conviene recordarlo, porque al final la felicidad es poder salir de casa, entrar, llevar una vida más o menos tranquila, opinar, decir... Y cuando te acostumbras a eso no lo valoras y llega un momento en que conviene recordar que no siempre ha sido así, para no volver otra vez sobre los mismos pasos.
-En su viaje, al pasar por la estación de León una espontánea le pregunta si vale la pena escribir la propia vida. ¿Lo merece?
-La escritura no es ni buena ni mala: si a ti te apetece escribir la historia, es bueno desde el punto de vista psicológico. Y si no te apetece, pues igual.
-Sin embargo, su trayectoria como escritor va girando desde las vidas de otros hacia su propia vida o las de los suyos.
-Por muy importantes que nos creamos, al final los escritores somos una gota más en el río de la literatura. Y si algo tenemos que ser los escritores, los pintores o los músicos es testigos de nuestro tiempo. Desde Homero ya está todo contado, lo único que cada uno de nosotros podemos hacer es aportar a los mismos temas de siempre una mirada desde nuestra realidad.
-En este caso, retoma su historia familiar, como ya hiciera en 'Escenas de cine mudo'.
-Sí, es la misma atmósfera, aunque este es otro género. Este libro es un viaje, que es un género tan antiguo como el hombre.
-Un viaje ¿hacia dónde?
-A la memoria. Y a la guerra. Es además un homenaje también a mi padre y a aquella generación que perdió la juventud o la vida de manera absurda.
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