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Terry Gilliam, en el Festival de Cine de San Sebastián.
La memoria gamberra de los Monty Python

La memoria gamberra de los Monty Python

El cómico y cineasta Terry Gilliam escribe una autobiografía divertida e irreverente en las que no deja títere con cabeza

Antonio Paniagua

Domingo, 8 de mayo 2016, 09:21

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Terry Gilliam se ha animado a escribir sus memorias antes de que los redactores de obituarios lo rematen definitivamente. En septiembre del año pasado la revista Variety informó de su defunción y él, fiel a su estilo, confirmó la noticia. «Siento estar muerto, especialmente por aquellos que ya han comprado las entradas para las siguientes charlas». Fue la respuesta genial de un hombre con un humor ácido y una mente retorcida. En el libro Gilliamismos. Memorias prepóstumas (Malpaso), el antiguo miembro de los Monty Python y cineasta cuenta las rencillas que suscitaron la separación del grupo cómico y desgrana anécdotas mordaces de la gente del cine, desde Marlon Brando a Sofía Loren.

El director de cine y artista polifacético ha urdido una divertida y descarada autobiografía en la que se despacha a gusto contra todos, incluido él mismo. Terry Gilliam vino al mundo en 1940, en Medicine Lake (Minnesota). De niño su padre le enseñó a disparar, cazar, desplumar faisanes y destripar al pez luna. En esos páramos helados los críos jugaban en trineo, una actividad que implicaba algunos riesgos. Hacía tanto frío que si la lengua rozaba el metal se quedaba pegada a él. «Tenías que volver a casa sosteniendo el trineo a la altura de la cara, confiando en poderlo despegar con agua caliente. Era una gran putada, pero ya estábamos acostumbrados».

A una edad temprana aprendió que la naturaleza es pródiga en revelaciones maravillosas, no exentas casi siempre de crueldad. El pequeño Terry creció cazando ranas que luego se echaba al coleto y observando cómo los pollos corrían decapitados en la granja de un pariente. Otro que no fuera él hubiera quedado conmocionado. Pero el elemento yanqui de los Monty Python, sin embargo, recurrió a esas experiencias para poblar su desquiciado imaginario. Esa violencia de sapos atrapados y pollos sin cabeza reaparece transmutada en las surrealistas animaciones fotográficas que le hicieron famoso. Solo a un gamberro como él se le ocurriría convertir el pie de Bronzino o la Venus de Boticelli en dibujos animados.

Gilliam ha rodado películas estupendas como Brazil, una inquietante distopía tan hilarante como aterradora, y otras menos afortunadas como Teorema zero, que hace agua por todas partes.

Las memorias toman vuelo cuando el artista habla de Hunter S. Thompson, padre del periodismo gonzo y autor de Miedo y asco en Las Vegas. Cuando Gilliam llevó este libro al cine se ganó el cielo, si es que cree en él. Lidiar con el periodista fue una tarea meritoria. Tanto ebrio como borracho, Thompson tenía sus rarezas. Con todo, el bebedor y drogadicto que de vez en cuando escribía crónicas tenía su lado entrañable. «Te dabas cuenta de que todos los rumores sobre su temible reputación eran una estrategia bastante patética para alejar la certeza de que hacía ya tiempo que no escribía nada bueno». La película posee el sesgo delirante de su director. Cuando Johnny Depp, que dio vida a Thompson, vio por primera vez la película tuvo una reacción traumática acorde con el título de la película. «En la sala de proyección de De Lane Lea, en el Soho, sólo estábamos viéndola unos cuantos y, cuando encendieron las luces, Depp había desaparecido. Se había escabullido durante los títulos de crédito y estaba vomitando en el baño».

La lengua de Marlon Brando

De Marlon Brando relata algunas maledicencias. El actor gastaba una lengua afiladísima que empleaba en chismes insidiosos, como decir de Sofía Loren que había hecho «toda su carrera en posición horizontal». Por entonces Brando era ya un obeso descomunal que quería redimirse ante el cineasta. Estaba obsesionado con demostrar a Gilliam que aún era capaz de tocarse los dedos de los pies.

Terry Gilliam se percató de que los Monty Python habían acertado al rodar La vida de Brian cuando todos, desde católicos a protestantes, pasando por judíos, maldijeron al unísono la película. Concitar la ira de tres confesiones por el tratamiento irreverente que hacía la cinta de asuntos sacrosantos fue «poner la guinda al pastel».

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