Los cuadernos de Katherine Mansfield desmienten su imagen angelical
Páginas de Espuma publica cuentos y anotaciones de la escritora, que revelan a una mujer divertida, bisexual y con altibajos emocionales
Katherine Mansfield tuvo una vida breve, a los 34 años murió de tuberculosis. Sin embargo, a pesar de su corta existencia, pudo desarrollar una carrera literaria de fuste y convertirse en una maestra del relato breve. Mansfield (1888-1923) sintió una fascinación temprana por la literatura, como demuestra el hecho de que escribiera su primer cuento a los nueve años. Nacida en Wellington (Nueva Zelanda), a principios del siglo XX su familia se trasladó a Londres, donde la niña estudió en el Queen's College. Pronto quedó fascinada por la obra de Ibsen y Oscar Wilde, una influencia de la que más adelante se desprendería.
Dotada de una capacidad asombrosa para atrapar lo cotidiano, los pequeños dramas y alegrías de la vida, y para conferir a los objetos un aliento animado, Mansfield es considerada una figura clave del modernismo literario. Como buena miembro de este movimiento, se obsesionó por la identidad, un asunto que constituye el eje central de su obra. Bajo el título de 'Cuentos y prosas breves', la editorial Páginas de Espuma ha recopilado todos los cuentos, en orden cronológico, que no habían sido traducidos al español, además de los textos y anotaciones de sus cuadernos de notas.
Patricia Díaz Pereda, encargada de la edición y la traducción de todos los escritos reunidos en este volumen, cree que existe un paralelismo entre Katherine Mansfield y Virginia Woolf, quien dijo que era la única persona de cuya escritura sentía celos. Pero, más allá de las concomitancias entre ambas, Díaz Pereda sostiene que ha cuajado una imagen desfigurada de la personalidad de la escritora neozelandesa: «Nos han vendido una imagen de Mansfield como una figura casi espiritual, etérea, frágil, como si fuera una llama que arde en un plano ajeno al mundano. Esta imagen la cultivó y promovió su marido tras su muerte», asegura Díaz.
Sin embargo, esa estampa falsa y arbitraria es desmentida por los comentarios de quienes de verdad la conocieron. El marido de Virginia Woolf la describía como una persona divertida, irónica y mundana. «Mansfield era una mujer que tuvo aventuras amorosas, que mostraba escepticismo hacia los roles de género, que trabajó en oficios diversos, incluso en cabarets en Londres, para ganarse la vida», aduce la editora, que sostiene que la narradora adolecía de altibajos emocionales acusados.
A su muerte, la escritora dejó 57 cuadernos que deberían haber acabado en el fuego, de acuerdo con las instrucciones que transmitió a su marido, John Middleton Murry, quien, a la postre, incumplió su deseo y los entregó a la imprenta, aunque gravemente distorsionados y manipulados. Primero los presentó como un diario, cuando nunca lo fueron, y luego los retocó e incluso inventó relatos. De esa intromisión viene la imagen de Mansfield como un ser frágil y casi angelical. «Esto plantea un debate sobre su intenció: para algunos, quiso honrarla y garantizar que su obra perdurara; para otros, simplemente pretendió lucrarse a costa de ella».
Conforme a la experta, la narrativa de Mansfield, autora de títulos como 'En una pensión alemana' (1911), 'Felicidad' (1920) y 'Fiesta en el jardín' (1922), sobresale por su capacidad de observación y creación de ambientes, además de un extremo cuidado por la musicalidad de la prosa. No en vano, de niña aspiró a ser violonchelista. Sus cuentos están especialmente trabajados y pulidos, cada palabra aparece colocada a propósito para que suene de una determinada manera. Concedía además una gran importancia al motivo de los espejos, al tiempo que se sentía seducida por los objetos, a los que dota de vida propia. «Si en James Joyce son muy relevantes las epifanías, en Katherine Mansfield destacan las revelaciones íntimas que asaltan al personaje a través de un hecho aparentemente nimio».
Piezas inconclusas
Para confeccionar este libro, Díaz Pereda ha partido de una edición en dos tomos de la Universidad de Edimburgo, que contiene 220 piezas fechadas entre 1898 y 1922, de las cuales alrededor de 80 permanecían inéditas en español. Entre ellas hay relatos, pero también fragmentos de diversa índole y cuentos inconclusos.
Según la traductora, Mansfield puede considerarse una escritora rompedora, toda vez que se enfrentó a la tradición de la novela victoriana y eduardiana, muy apegada al realismo. «Como también hacía Woolf, Mansfield fragmenta la estructura del cuento, de manera que el argumento no es lo más importante. Eso supone una ruptura con la linealidad narrativa, lo que ayuda a representar la subjetividad interna del personaje, una técnica presente en T. S. Eliot, Joyce y Woolf».
En los cuadernos de notas, la autora era mucho más audaz que en los cuentos que vieron la luz. Díaz Pereda argumenta que en esos papeles abordó temas peliagudos y escandalosos para la época. Pone como ejemplo una violación incestuosa que «probablemente nunca habría publicado en vida».
Al morir, dejó 57 cuadernos que se deberían haber quemado, pero que su marido acabó publicando
En un viaje de regreso a Nueva Zelanda, la escritora se dedicó a sacudir las rígidas convenciones de la sociedad de Wellington al protagonizar aventuras románticas y sexuales tanto con hombres como con mujeres. Sin embargo, a diferencia del grupo de Bloomsbury, no hizo de su bisexualidad una bandera reivindicativa, sino que confinó este aspecto de su vida a la esfera privada.
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