Duterte en Filipinas: cuando tu presidente te invita a matar
La reportera filipina Patricia Evangelista publica 'Que alguien los mate', una crónica del terror de los años de Rodrigo Duterte
Carlos G. Fernández y José Ángel Esteban
Madrid
Lunes, 7 de julio 2025, 00:31
Cuando Patricia Evangelista vio su primer cadáver no vio uno, sino 58. Era el año 2009 y le tocó cubrir la después conocida como Masacre de Maguindánao (Filipinas), una emboscada para impedir el registro de un candidato nuevo en unas elecciones locales; 32 de los muertos eran periodistas que fueron a cubrir la noticia. «Recuerdo muchas cosas: las manos hinchadas, las moscas, y que estaban cubiertos de periódicos, de los periódicos donde escribían. Se me hundió el estómago pensando 'esto es lo que pasa cuando eres periodista'». En el mismo instante miró hacia arriba y vio la otra cara de la moneda: «Allí estaban todos esos fotoperiodistas trabajando, con sus lentes que reflejaban los destellos del sol. Eran sus compañeros, podían haber muerto también, y pensé 'esto es lo que hacemos, esta es mi tribu'».
Esas dos imágenes acompañan siempre a esta periodista filipina nacida en 1985. Le vinieron bien, porque pocos años después comenzó la conocida «guerra contra las drogas» del presidente Rodrigo Duterte y ella fue la encargada de su medio (Rappler, dirigido por María Ressa, Nobel de la Paz en 2021) para cubrir crímenes casi cada noche, sucesos extrañamente similares contra drogadictos de poca monta. Dos disparos y una pistola colocada en la mano. A veces, la cabeza precintada y un cartel acusatorio: 'CAMELLO'. Y en la televisión, el presidente diciendo que esas personas van a seguir muriendo hasta que deje el cargo. «Cuando un autócrata haga una promesa, creedle», dice la reportera.
Evangelista ha volcado su experiencia durante los años de Duterte en 'Que alguien los mate' (Reservoir Books), una crónica que también es una lección de historia y de todo lo que le puede pasar a una democracia. Por ejemplo, con el recuerdo de Ninoy Aquino o de la Revolución EDSA, equiparable a la de los Claveles en Portugal, que nos demuestra lo implacable que es el olvido cuando esas fechas quedan vaciadas de significado. Duterte se presentó a las presidenciales de 2016, y la periodista describe en primera persona la pasión eléctrica que transmitía en los mítines. «Tras décadas de descontento y expectativas fallidas, Duterte supo contar una historia: nombró a la droga como el gran enemigo y dijo que para destruirlo iba a matar. Que matar estaba bien, ese fue el gran cambio. Y de repente lo terrible se hizo común y la gente hablaba exactamente como él».

Rodrigo Duterte no era un recién llegado a la política, había sido alcalde muchos años de la localidad de Dávao. Allí ya se habían documentado cientos de asesinatos de drogadictos, y colaboradores directos del alcalde le habían señalado como principal instigador de las matanzas selectivas. «Es difícil responder a por qué le eligieron. No hay que empequeñecer a los votantes diciendo que igual no estaban bien informados, porque a veces lo estaban. Algunos no creían que fuera a cumplir su palabra, otros creían que matar estaba bien porque protegería a sus hijos. La gente votó muerte, pero también votó esperanza. Necesitaban creer en algo».

Ese cambio descorazonador de la opinión pública es muy impactante para Evangelista, que se plantea el papel supuestamente neutral del periodismo: «Cuando escribes asumes que hay unas bases generales: asesinar en la calle está mal, un bebé muerto en una mochila está mal, no debería hacerse. Pero de la noche a la mañana la línea de lo aceptable y lo inaceptable se movió bajo mis pies. Y yo no me quise mover». Es fascinante cómo recuerda que su medio, Rappler, publicó antes de las elecciones una advertencia sobre lo que podía pasar con la elección de Duterte: les reconcomieron las dudas por si se habían pasado, y resulta que se quedaron cortas.
Terror auspiciado desde arriba y desde abajo
Relata todo un sistema que se repetía una y otra vez: extorsión, listas de objetivos, secuestros en comisarías, beneplácito gubernamental, escuadrones policiales y pagos a sicarios. Pero no olvida que también están los votantes. «Mi gente votó por Duterte. Cuando leían mis crónicas no decían 'Qué horror', decían 'Deberían morir más'. Y mi trabajo como alguien que graba, que documenta, tuvo que volverse parte de una resistencia. Hay un término que usan para esto, cuando las reglas a tu alrededor cambian: una herida moral».

Duterte abandonó el poder pacíficamente —no porque no le votasen, sino por ley electoral— pero el pueblo eligió al hijo del anterior dictador, Ferdinand Marcos, y a Sara Duterte, hija de Rodrigo, como vicepresidenta. En marzo de este año la Interpol detuvo al expresidente: la Corte Penal Internacional le juzgará por crímenes contra la Humanidad. Sobre la mesa los entre 6.000 y 30.000 asesinatos de su particular y obsesiva guerra.
Evangelista recuerda una época de traumas aparentemente cerrada: «Bajo ningún concepto podría haber hecho esto sola. Fue importantísimo para mí sentirme parte de una tribu de periodistas. Aunque no colaborásemos siempre, éramos los que nos quedábamos en la escena del crimen, mirando a los cuerpos, fumando. Cuando me preguntan por la salud mental sobre el terreno, solemos decir que si whisky, que si cafeína… lo cierto es que el salvavidas es la comunidad».

Fumar para escribir una gramática de la violencia
En el proceso de salir a la superficie los buzos hacen una parada vital: la cámara hiperbárica, con la presión y el oxígeno controlados. Después pueden emerger, respirar aire puro. El primer muerto de Patricia Evangelista fue una masacre; luego siguieron más, muchísimos: frescos, recientes, anegados en sangre. De esas inmersiones diarias y abrumadoras salía de la misma forma: bocanadas de tabaco. La nicotina era y sigue siendo su cámara hiperbárica: «fumar hasta volver al día siguiente a contar la misma mierda».
Ahora, después de hablar durante una hora y sumergirse con precisión y delicadeza en los detalles, pide permiso para salir al aire libre y fumar. Es imprescindible. Eso y la memoria de las víctimas, la única medicina para no transformarse en una cucaracha —un 'nightcrawler' hollywoodiense, obsesionado por la sangre y las primicias que vender a los medios. Ella no es así: Evangelista recuerda a los muertos, cada nombre, cada vida. Y ellos, sus familias, la recuerdan, la reconocen y más de una vez ha firmado párrafos específicos de su libro: se acercan y le susurran: «es nuestra historia».
De eso va la guerra, de muertos y palabras, de poder y de historias. Y por eso este libro, un artefacto de altísima precisión y empatía, es también una lección de escritura, una cirugía sintáctica sobre cómo matan las palabras. 'Una gramática de la violencia', iba a titularse. Duterte, una máquina de narrar, supo cómo contar un relato que los filipinos creyeron. Patricia, una filóloga de la muerte, consiguió desmontarla y contar otra historia.
Es verdad que Duterte está en La Haya a la espera de ser perfilado como criminal contra la humanidad, pero quien gobierna hoy es todavía una herencia directa del ayer. Patricia Evangelista avisa y confía en que el periodismo, la verdad contrastada y contada con lo más parecido a la belleza —precisión, transparencia, empatía— es la mejor defensa contra las fantasías criminales.
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