Maruja Mallo, Gloria Torner y las flores amarillas de La Magdalena
Homenaje. A próposito de la exposición que el Centro Botín dedica a la artista surrealista, la pintora cántabra recuerda su primer encuentro con ella y su paso por la UIMP
Hay una palabra -más bien, un color- que le viene a la cabeza a Gloria Torner cuando se le pregunta por Maruja Mallo: el amarillo. « ... Amaba ese color porque para ella representaba el surrealismo», explica la artista cántabra -aunque nacida en Arija en 1934-, que estos días ha reabierto su álbum de fotos para rescatar las imágenes que conserva con la protagonista de la temporada expositiva en el Centro Botín. Le gustaba el amarillo, el circo, el alcalde Tierno Galván, hacer nudismo -«o intentarlo, porque estaba prohibidísimo»- y poner una nota discordante, casi escandalosa, en cada una de sus intervenciones, señala Gloria Torner, divertida y con un punto de admiración.
La exposición 'Maruja Mallo. Máscara y compás. Pinturas y dibujos de 1924 a 1982', que permanecerá abierta hasta el 14 de septiembre, ha logrado reunir en Santander más de 90 obras de la artista, desde el realismo mágico de sus inicios hasta las configuraciones geométricas de su última etapa. Fue en esta última época cuando conoció a Gloria Torner, que se convirtió en su principal acompañante durante la visita que Mallo hizo en 1981 a Santander para participar en un curso sobre el surrealismo en la Universidad Internacional Menéndez Pelayo (UIMP).
Pero se habían conocido meses antes, recuerda Gloria Torner. «Estaba exponiendo en la galería Kreisler de Madrid y, de repente, se abrió la puerta de la sala y apareció con el galerista Manolo Montenegro que se había convertido en su mejor amigo», rememora. «Por entonces salía todas las tardes con él y siempre le pedía lo mismo: que la llevara al circo Price, que era su gran pasión. Pero Manolo, claro, intentaba hacer más cosas con ella, que fuera a otros lugares, presentarla a otros artistas... y así fue como acabaron viendo mi exposición».
La sintonía entre ambas fue inmediata. La artista surrealista vivía entonces un nuevo apogeo en España. Rozaba los 80 años, pero aún conservaba esa frescura y vitalidad que la acompañarían hasta el final de su vida. En la década de los ochenta, después de unos años de 'olvido' desde su regreso a Madrid, le ofrecieron varias exposiciones y recibió diversos premios, como la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes del Ministerio de Cultura en 1982 o el Premio de Artes Plásticas de la Comunidad de Madrid. Pero ella, tal y como recuerda Gloria Torner, no se resignaba a ser una artista más. «Era diferente en todo: desde la manera de vestir hasta su forma de ver la vida, y había levantado mucho revuelo entre sus vecinos por esa costumbre que había adquirido durante su exilio en Punta del Este (Uruguay) de tomar el sol desnuda. Intentó hacerlo un par de veces en su terraza madrileña, ante el escándalo del vecindario. Se desprendía del bañador y solo se ponía una boina que le había regalado Tierno Galván», recuerda Gloria Torner, sin dejar de sonreír.
En agosto de 1981, meses después de aquel primer encuentro en la galería madrileña, Maruja Mallo fue invitada a la Universidad Internacional Menéndez Pelayo para participar en un curso sobre el surrealismo. Solo puso una condición: que fuera Gloria Torner quien la recogiera en la estación. «Entonces hasta se nos pasó por la cabeza ir a buscarla en una carroza tirada por caballos, pero al final desistimos y fuimos en el coche, uno pequeño, que por entonces conducía mi hermana Ana». El trayecto desde la estación hasta el Palacio de La Magdalena fue bastante más largo de lo previsto. «Tuvimos que parar porque, en cuanto vio las flores amarillas del Paseo Reina Victoria, quiso bajarse a coger una. Le gustaban tanto que, ya instalada en Las Caballerizas del Palacio -donde se alojaba durante el curso-, bajaba cada día a arrancar unas cuantas, para disgusto de los jardineros. Hay una anécdota muy curiosa sobre esto: cuando el entonces presidente de Cantabria, Juan Hormaechea, se enteró, le envió un gran ramo de flores amarillas a La Magdalena».
La conferencia que impartió Maruja Mallo llevó por título, según recuerda Gloria Torner, 'De cloacas a campanarios', como una de sus colecciones de cuadros, y hubo tanta gente para escucharla que tuvieron que poner altavoces en el pasillo porque no cabían todos los asistentes en el aula. «Es que era la musa del surrealismo, como la había llamado Gómez de la Serna».
Durante aquellos días de clases magistrales y paseos entre flores amarillas, Mallo aprovechó también para visitar la iglesia de San Roque, en El Sardinero, donde se alberga una obra de su hermano, el escultor Cristino Mallo. «Él venía a menudo a Santander y con frecuencia visitaba la tertulia de La Austriaca, donde se reunían varios artistas y otros intelectuales, como mi marido Juan Antonio Pereda con el que trabó una gran amistad». Además de esa visita al templo, Maruja Mallo también quiso conocer Santillana del Mar. «Era una gran admiradora de la Escuela de Altamira porque consideraba que los pintores de las cuevas fueron los primeros artistas surrealistas».
Son muchos los recuerdos de aquella visita, que la pintora cuenta con una gran admiración que fue compartida, porque Maruja Mallo también derrochó elogios hacia su cicerone en Santander. Le dejó como recuerdo un dibujo que conserva con la siguiente dedicatoria: «Gloria Torner: pájaro, ángel, avión, pintora del hiperespacio...». Una frase con la que la cántabra tituló una exposición en el Palacete del Embarcadero en el año 2010, como homenaje a la creadora surrealista. Sus palabras se mezclan con el ruido de los albañiles que trabajan en su domicilio en Santander, donde atiende a El Diario Montañés. «¿Sabes qué? -pregunta con ese punto de picardía que la caracteriza- a Maruja le encantaría este caos, porque, sobre todo, ella amaba lo imposible».
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