José Martínez
El director de Danza de la Ópera de París inaugura mañana en la sala Argenta, con su Ballet Junior, el Festival Internacional de Santander
Quería bailar. Descubrió que era divertido siendo solo un niño y ha dedicado su vida a cumplir ese sueño. José Martínez (Cartagena, 1969) es el ... director de Danza de la Ópera de París, una institución con historia que le nombró 'Danseur Étoile'. Es el único español en lograr tal título. Al frente del Ballet Junior abrirá mañana (20.00 horas) el LXXIV Festival Internacional de Santander (FIS), donde hoy ofrecerá una master class en el Anfiteatro del Centro Botín (19.00 horas)
-¿Cómo un niño que empezó haciendo un número de 'Grease' con 9 años termina dirigiendo el Ballet Nacional de París?
-(Ríe) Bueno, ha sido ha sido una carrera de 24 años de bailarín profesional. Desde Cartagena me fui a la escuela de Cannes por mi pasión por el ballet y sin saber lo que era una compañía profesional. Tuve la suerte de entrar en la escuela de la Ópera de París y de ahí a la compañía y la cosa ya se volvió, digamos, seria. A partir de ese momento fue como ir de aventura en aventura, conocer a un coreógrafo, conocer a otro, ir bailando cada vez más.
-Hasta que cambio de rol y se pasó a la dirección.
-Disfruté muchísimo de todos esos años de bailarín y cuando ya a los 42 estaba como pensando en dejarlo -es la edad oficial en la Ópera de París donde se deja de bailar- me propusieron la dirección de la Compañía Nacional de Danza. Fue como abrir otra nueva etapa para llegar a dirigir la Ópera de París, que es como mi casa inicialmente.
AGENDA FIS
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Jueves. 20.00 horas. Auditorio Centro Botín. Conferencia 'Los secretos de una clase de ballet en la Ópera de París', por Elna Matamoros. 19.00 h. Anfiteatro Centro Botín. Masterclass, a cargo de José Martínez.
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Viernes. 20.00 horas. Sala Argenta. Apertura del LXXIV Festival Internacional de Santander. Ballet Junior de la Ópera de París.
-Cerró un círculo.
-Ahí bailé durante 24 años y ahí surgió la idea de este proyecto del Ballet Junior, que era algo que para mí faltaba, como un puente entre la escuela de la Ópera de París y la compañía. Los jóvenes cuando terminaban la escuela con 18 años, a veces no estaban listos para entrar en la compañía y se quedaban como un poco abandonados.
-¿El Ballet Junior se creó como un escalón intermedio?
-Me pareció importante poder acompañarlos, poder formarlos para que dos años después puedan entrar en el ballet de la Ópera de París o en cualquier otra compañía internacional. Y a eso se unía la idea de querer abrir las puertas de la Ópera a bailarines que vengan con perfiles diferentes, que se hayan formado en otras partes del mundo y poder enseñarles lo que es la escuela francesa, cómo bailamos nosotros.
-Y, ¿cómo bailan ustedes?
-Cada compañía tiene un estilo; los rusos bailan de una manera, los americanos o los cubanos de otra. Hay escuelas diferentes dentro de la danza clásica y cuando se está en el cuerpo de baile, todo el mundo tiene que bailar al unísono, la altura de los brazos tiene que ser la misma, la manera, sobre todo de respirar la música es diferente y también el repertorio. Todo se hace para que los bailarines puedan bailar el tipo de ballet que se interpreta en la Ópera de París. Es una cosa técnica en realidad.
-¿Cuál es su meta técnica?
-En la escuela francesa no se quiere mostrar el esfuerzo. Es decir, todo lo que se hace técnicamente, aunque sean saltos, piruetas, todo, no se tiene que percibir que la cosa es difícil. Hay otras escuelas que son más demostrativas, más atléticas y la escuela francesa quiere transmitir emoción sin que se note que se están haciendo esfuerzos físicos. Hay que prepararlo todo para que a la hora de llegar al público parezca fácil.
-Debe ser complicado cuando la herramienta para lograrlo es el propio cuerpo llevado a su límite para hacer que esa belleza parezca sencilla.
-Sí, eso es complicado y además ha evolucionado muchísimo en estos últimos años, porque el cuidado del cuerpo, la salud mental, todo eso está muy presente y dado que se busca la excelencia, hay que buscar un equilibrio entre el máximo que se le puede pedir al cuerpo y cómo hay que respetarlo.
-Ha interpretado gran cantidad de papeles en esos 24 años. ¿Cuál le ha transformado más como artista?
-A ver, hay muchos, pero en general, lo que más me transformó como artista han sido los encuentros con coreógrafos. Cuando trabajé la primera vez con Mats Ek, un coreógrafo sueco, siendo muy joven me dijo: «Yo no quiero ver al bailarín, quiero verte a ti, quiero ver a José bailando». Para mí fue como un shock, porque, hasta ese momento, yo reproducía lo que me decían, y de pronto quieren ver mi personalidad, cómo bailo yo. Fue un cambio importante en mi carrera. Luego trabajé con Pina Bausch y fue otro electroshock, más o menos del mismo tipo, pero yendo aún mucho más lejos. Eso es lo que nutrió mi manera de interpretar los ballets clásicos; se puede mostrar mucha emoción y al final el público recuerda lo que le transmites, más que el número de piruetas de giros que haces o si saltas muy alto. Se queda la emoción; eso es lo que marca a la gente.
-Toda su carrera está ligada a Francia, ¿también en la danza es el modelo al que mirar por cómo cuidan la cultura?
-Yo no te puedo contestar de otra manera, evidentemente. El ballet de la Ópera de París tiene más de 360 años, hay una tradición y se ha ido respetando. Cada director que llega tiene que basarse en el trabajo que hizo el anterior y seguir construyendo a partir de ahí. El problema que yo veo en comparación, cuando dices España y Francia, es que aquí cada persona que llega quiere hacer su propio proyecto, no se mantiene ni respeta el trabajo previo y todo es muy inestable. En Francia hay mucha más estabilidad y para poner en marcha un proyecto cultural, hace falta mucho tiempo. En España no es que falte apoyo institucional; falta apoyo a largo plazo de los proyectos y que cada uno tenga su identidad.
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