Viejos dolores, nuevos cuerpos
'Lake Machine', de Mari Paula, es una apuesta coreográfica y personal arriesgada, expuesta, que desnuda emociones y quejas
Ofelia, la heroína teatral de Shakespeare que nace ya muerta, como Julieta, Cordelia o Desdémona, porque solo su locura y su muerte le dan sentido ... en el universo patriarcal en el que son creadas; Odette y Odile, que nacen, como Giselle, muertas en ese cuento perverso que dará origen al ballet más celebrado y aplaudido de la historia de la danza clásica, 'El lago de los cisnes', porque solo su dolor y su muerte puede encontrar acomodo en historias creadas por y para miradas estrictamente masculinas. Pero Ofelia, Odette y Odile, las hijas de Mari Paula, la bailarina y coreógrafa brasileña desde hace mucho tiempo residente en Cantabria, que nacen muertas, que provocan vacíos, silencios, dolores extremos y ahora, con el estreno absoluto de 'Lake Machine', el pasado sábado, necesitan ser danza para sanar la memoria y soñar con otro final.
De una forma muy esquemática eso es 'Lake Machine', pero también es una apuesta coreográfica y personal arriesgada, expuesta, que desnuda emociones y quejas, que trata de devolver a las Odette, Odile y Ofelias de la historia de la cultura y de la historia de la vida a la escena, para tejer una queja, una rebeldía, un papel diferente y un final diverso. Una apuesta de gran aliento, que parece una evolución lógica desde las piezas y proyectos que ya conocíamos de Mari Paula, de la seriedad y rigor de su trabajo, de la consciencia del cuerpo, el movimiento y el arte como vehículos para contar y transgredir. Me atrevería a decir, con la boca pequeña, «para emocionar», si no fuera porque en los lenguajes contemporáneos suele respirar una actitud saludablemente anti emocional, anti romántica, y así sucede en 'Lake Machine'. Pero que muchas veces nos emocionan y rompen, y así sucede en la obra.
Había curiosidad y expectación ante esta pieza que nacía en nuestra ciudad, con el apoyo decidido del Palacio de Festivales y la colaboración de muchas instituciones públicas y proyectos y espacios de danza. Entramos leyendo notas y dossieres, para tratar de comprender bien lo que iba a suceder delante de nuestros ojos en la Sala Pereda. Había muchas ganas, porque la trayectoria de Mari Paula es bien conocida en el ámbito de la danza contemporánea, porque además es una persona bien implicada en todo el entramado de apoyo a iniciativas en torno a esos lenguajes que lleva tiempo afianzando su presencia en nuestra Cantabria, y porque se trataba, se trata, de un proyecto grande, ambicioso.
La atención fue perfecta. Desde la salida a escena de las cinco bailarianas que harían de mediadoras entre la mente creadora de Mari Paula y público (Araitz Lasa, Julia Kayser, Laura García Carmona, Galina Rodríguez y Danielle Mesquita), quedamos atrapados por los cuerpos que de manera convulsa, extrema, más trágica que irónica, más crítica que recreadora, se desenvolvían con la música inicial del Lago de los Cisnes de Tchaikovsky, deconstruyendo los sofisticados y exigentes movimientos de la coreografía de Petipa, mostrando la quiebra de los cuerpos, el esfuerzo a veces torturador, que exige la danza clásica, con unos cuerpos que por un lado eran unos cisnes agónicos, expresionistas, oscuros, por otro mujeres de cuerpos sexualizados y objetivados, con características resaltadas en rojo por la propuesta de vestuario de Sandra Espinosa, tan adecuada e incluso incómoda. Desaparece la música de Tchaikovsky y aparece la de José Venditti, que permite acordar el dolor de las bailarinas muertas o moribundas por exigencias del guion y de la tragedia, a un sonido contemporáneo, rítmico, agitado, que trata de romper, con eficacia, equilibrios y cánones y sumarse así a la mirada crítica del conjunto.
El diseño de luces de Carlos Molina y Nuria Henríquez y la escenografía de Marta Ora se suman para ir dando forma a un espacio que en su tramo final brilla de forma contundente y bellísima, gracias a ese panel de fondo en textura de papel de aluminio, golpeado y atravesado por juegos de luces que nos ayudan a la transición, desde la cúspide del dolor, con la voz en off de la propia Mari Paula describiendo las razones de la pieza y su intento de otorgar vida nueva a los personajes y a las ausencias, hasta romper en un momento lúcido y alegre, en que las bailarinas aparecen con otro vestuario, con otros movimientos, ahora juguetones, libres, vibrantes, con citas a universos como el del voguing y la ballroom culture a los movimientos coordinados y repetitivos de las discotecas, con el escenario convertido en un gran canto a la libertad, en el que las Odette, Odile y Ofelia pueden brillar hasta el amanecer.
Una pieza, como ya he dicho, ambiciosa, inteligente, bien concebida y perfectamente ejecutada en todos sus extremos, que habla de mucho trabajo, de ideas y discursos muy claros, Y que anima a creer que será una pieza de largo recorrido en los escenarios nacionales e internacionales. El público aplaudió mucho, se levantó, y acompañó esta puesta de largo con emoción y alegría más que justificadas. Bravo.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión