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Poesía

Aceptar la vida

En 'La memoria', tercer volumen de 'Una manera de medir el tiempo', Valentín Carcelén nos pone sobre aviso de que es necesario adentrarse en lo más profundo del yo para hacer de la memoria una forma de medir el tiempo

Viernes, 26 de septiembre 2025, 17:36

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¿Es la escritura la mejor manera de detener el tiempo? Si tenemos en cuenta que el lenguaje es la esencia de la vida, es muy probable que haya que responder a esa pregunta de forma afirmativa, más aún si pensamos que el poema ofrece la posibilidad de realizar una excavación en los recuerdos, en la memoria que permite al poeta marcar su propio ritmo vital, ajeno al contexto histórico. Así, el tiempo en la página se fragmenta, se alarga o se contrae siguiendo la voluntad del sujeto poético, y a esta empresa, a lo largo de tres volúmenes ―– 'La memoria' es el tercero–― se ha dedicado Valentín Carcelén (Albacete, 1964) en los últimos años. Hemos de tener en cuenta además que, si bien la poesía es un espejo de la vida y en ella moldeamos las ideas que tenemos sobre la existencia, sobre el lugar y el ser, no es la vida misma.

La poesía se inspira en la vida, sí, pero no puede representarla plenamente, intentarlo sería renunciar al misterio que la trasciende, sin embargo, sí es capaz de crear, a través de estructuras previamente establecidas, un espacio para la incertidumbre, para el conflicto y la transformación del pensamiento, para el diálogo consigo mismo: «¿En qué momento ―no dejas de preguntarte― / empezaron a confundirse , / como un todo, en tu cuerpo y en tus días, / la pena por tus pérdidas / y el perpetuo desánimo / que causa tu recuerdo / con esta amargura, este ahogo / tan hondo, este pinchazo incandescente / en las entrañas, este dolor desconocido / que no es de carne y en la carne hurga, / que es de tiempo y no cede con el tiempo?», se pregunta Carcelén en el poema que abre el libro. El desengaño y el pesimismo que encierran estos y otros versos ―–«… y después / darte cuenta de que no quieres / volver a ser el de antes nunca más»–―refleja que, si alguna vez depositó en la escritura altas expectativas de contrapeso frente a las adversidades de la existencia, con el paso del tiempo se han truncado, lo mismo que se malogrado afectos y amistades: «No recuerdo / si hubo algún dolor en la pérdida; / y no puedo decir, tanto tiempo después, / que los haya echado de menos / o los haya necesitado», escribe en el poema 'Los amigos'. Lejos de aminorarse, parece que el paso de los años exacerba la misantropía.

'La memoria (Una manera de medir el tiempo, III)'

  • Autor Valentín Carcelén

  • Editorial Chamán Ediciones

  • Páginas 102

  • Precio 14 euros

El personaje poético, que tanto tiene que ver con el propio autor, se recluye en sí mismo acaso para protegerse de la realidad, del sufrimiento que provoca la pérdida, pero no se trata de buscar la redención en la vida contemplativa y en la soledad, como los místicos, porque subyace en los versos, pese a la nostalgia que los unifica, un deseo de restitución que casa mal con esa inmovilidad contemplativa. En estos poemas hay movimiento, en sentido ascendente y descendente, hacia el pasado, pero también hacia un futuro: «Por tantas cosas que nos han pasado. / Por el largo camino hacia lo desconocido que tenemos aún que recorrer, / no paremos ahora, / no mires atrás, / no vayamos a convertirnos / en estatuas de sal».

'La memoria' está divido en tres secciones. Hemos hablado ya de la primera y de su tono elegiaco. En la segunda, este tono, con matices, persiste porque el yo sigue siendo el núcleo de la escritura, por más que ahora se entrelacen reflexiones sobre la creación poética y la forma en la que consigue trasmitir los sentimientos de una manera digamos impersonal para hacerlos compartibles con el lector: «Hay poemas que apenas son poemas. / No están escritos con cuidado, / no obedeciendo al canon o a la moda, / o al dictado de la retórica, / sino con la caligrafía / urgente del dolor, con la prisa del miedo / de quien lo ha perdido casi todo, / con la desidia del que nada espera». La poesía de Valentín Carcelén está sujeta a las convecciones narrativas porque busca contar algún tipo de historia, íntima en la mayoría de los casos, por esa razón, sin renunciar a esas convecciones, aporta su esencia lírica con un lenguaje que se dirige directamente al lector. Usa un lenguaje sobre y directo y rara vez recurre a imágenes oníricas o de difícil interpretación, solo pretende trasmitir un mensaje emocional y representar su relación con el mundo que le rodea.

La tercera sección del libro comienza con otra poética que reafirma su planteamiento inicial: «Escribo / como quien da un portazo a su conciencia / y no da explicaciones ni a sí mismo». El yo autorial se desdobla y dirige su alocución al yo 'real'. Este juego de espejos entre uno y otro es una prueba de la excelente capacidad dramática de estos versos en los que experimentamos una interacción dinámica entre, si estuviéramos hablando de una obra de teatro, dos personajes que se complementan, hasta el punto de que el lector puede confundirlos. Valentín Carcelén nos pone sobre aviso de que es necesario adentrarse en lo más profundo del yo para recuperar los sentimientos, para hacer de la memoria una forma de medir el tiempo.

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