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Aunque el título anuncia un tipo de poesía que se aleja de las prescripciones lectoras que los programas educativos redactan para los alumnos de bachillerato, no es del todo cierto pues bien podrían encuadrarse estos poemas en la tradición del poema satírico burlesco, tan fecunda en nuestro idioma desde el Arcipreste de Hita hasta, por ejemplo, Rafael Alberti o, mucho más cercano en el tiempo, Manuel Vilas, pasando por el inefable Quevedo. Hay, además, algún poema que debería incluirse como lectura obligatoria, más aún durante esta semana en la que se celebra el día del libro, como el titulado 'Que pase el siguiente', que comienza con estos versos: «De niño no me gustaban los libros. / Los árboles si me gustaban. / Después, / me gustaron los libros y los árboles» y finaliza así: «No me gustan los libros / y, sin embargo, tengo un nuevo apellido / para cada uno de ellos. / De niño era muchas cosas, y una incomprensión. / Y si ahora la comprendo, / es porque ahora solo soy un niño / de una cosa».
Autor Julián Cañizares Mata
Editorial Siltolá Poesía
Páginas 120
Precio 15 euros
Julián Cañizares Mata (Albacete, 1972) profundiza con 'Poemas para no leer en un instituto' en su peculiar estilo aparentemente desenfadado pero que esconde una severa ... crítica social y una visión de la vida timbrada por el desengaño, quizá por eso, y para realzar las paradojas y las contradicciones de la existencia, combina la visión exaltada de la realidad con la descripción de la sordidez y la miseria intelectual de quienes rigen los destinos de la humanidad, todo ello expresado con un tono coloquial y una ironía desmitificadora, lo que apreciamos en versos como estos: «La sinceridad sin control / no sirve de nada. Todo santuario / es una máquina de hacer dinero. Todo / cualquier monstruo es una partícula / de átomo incorrecto, / parte corta / del viaje correcto, asunto dúctil / de la merienda sin flan pero con palabras». Cañizares conoce bien las propiedades del lenguaje ―«El lenguaje que vaga por ahí se incrusta / y deja hacer. / Cuando el lenguaje se llena de reglas, de bombas, / de límites espinosos, / la capacidad de vivir se vuelve indescriptible»―, su valor simbólico, su flexibilidad, por eso hay momentos en los que se pone trascendental («La vida consiste en salvar a los demás, / a través de una historia corta, / con el ejemplo bello de la mano que acaricia / el borde del llanto, / y el lado opuesto de la alegría», por ejemplo), embridando su natural disposición a la profusión verbal, y otros en los que ese coloquialismo se muestra a la vez y sentimental: «El amor, cuando muere, / necesita de su duelo. / El amor necesita del tiempo del olvido, / de la carrera por la playa, / de la sustancia de la que se hacen los sueños».
No cabe duda de que nuestro poeta disfruta con el riesgo, creando imágenes absolutamente inusuales, significados paradójicos y sorprendentes, desvirtuando la realidad cotidiana con perspectivas que, a veces, normalizan lo ridículo, lo extraño y en otras ocasiones vulgarizan el pensamiento canonizado y todo bajo un tono humorístico, incluso, alegre, por eso su poesía resulta tan estimulante. Por otra parte, el lector debe asumir que este ritmo frenético e iconoclasta que parece fluir sin pausa, ajeno a cualquier contratiempo, requiere de un empeño mayúsculo, exige del poeta ser consciente del poder transformador ―y evocador― de las palabras, de su capacidad para poner en solfa los lugares comunes, de su potencial para cuestionar lo incuestionable, para cambiar el ángulo de visión: «La mayor parte de las palabras están reconocidas / por su actúan. / Y por eso es peligroso dudar de todo», escribe en el poema «Poema calificado con un cero en el examen de poesía del instituto número dos del otro lado del river». La ironía presente en este, y en otros muchos poemas, no resta seriedad a su mensaje ―sí, hay mensaje en estos poemas, se participa desde el título que los agrupa―. Su agilidad compositiva redunda en un ritmo acelerado que incita a seguir leyendo en busca de la sorpresa que, sin duda, espera al lector en el siguiente verso. A veces, ese ritmo desenfrenado puede dejar al lector sin aliento, con una sensación de desfallecimiento, pero también de plenitud, lo que compensa el esfuerzo. Julián Cañizares Mata desnuda la vulnerabilidad del ser humano, a la que no es ajeno, con poemas generosos y valientes, precisos como un arma. En cuanto a la forma, su arriesgada propuesta refleja en cada página la inquietud existencial del inconformista, de quien no está dispuesto a asumir las certezas universales sin ponerlas en cuestión. De ahí que estruje el idioma alterando la propia configuración de la palabra, de su significado. Estamos seguros de que al lector no le costará resaltar la profunda honestidad lírica y emocional que subyace en esta propuesta.
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