En busca del equilibrio
En 'El mar que nos salva', Nicolás Corraliza muchos poemas «surgen de la intersección de un pensamiento con el paisaje y la toma de conciencia»
En el poema 'Una promesa', encuadrado en la sección 'El artilugio del reloj', de «El mar que nos salva', Nicolás Corraliza (Madrid, 1970), esboza lo que se puede interpretar como una poética, resumida en estos versos: «Vivir en el lenguaje y habitar en él. / Construir un cálido vientre, / un hogar donde la palabra cobije y reconforte / cuando el ruido nos alcance. / Existe un fuego acertado en el silencio». Como se ve, el poeta apuesta por una palabra dicha en voz baja, alejada del ruido, próxima al silencio, de ahí que no pueda extrañarnos la elección del laconismo expresivo, de poemas breves en los que el lenguaje delimita un espacio muy concreto para la idea que en él fermenta, ya sea la reflexión preocupada por el paso del tiempo ―«Un libro es siempre una evasión: / una victoria frente al tiempo / para que no se vaya del todo»―, el clima de desengaño ―«Quemar los pesos del pasado / como quien quema un bosque en el ocaso. / Amanece en solsticio. / La ceniza es el final de la escritura»― o el rescate que la memoria realiza de aquellos momentos dignos de conservarse ―«No enturbies el recuerdo. / Deja que fluyan las corrientes / sin mezclarse, para que lo visible / sea la piedra sumergida»
La publicación
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Titulo: El mar que nos salva
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Autor: Nicolás Corraliza Tejeda
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Editorial El sastre de Apollinaire.
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Páginas y precio 82 páginas y 13 euros
Y al fondo de todo, como un escenario infinito, tenemos el mar, el mar que nos salva, es decir, que posee un significado de índole ... metafísico, puesto que el poeta le confiere, combinando la persuasión estética con el efecto ético, un valor ontológico como presente y, esencialmente, como destino: «Sobre el arpa del mar / la ola y el destino».
Las olas, todas y cada una de ellas diferentes, parecen aludir a la mutabilidad de la naturaleza humana, porque están inscritas en un presente que no se detiene, que ese fluir que conduce hacia la mar, que es el morir.
Acaso por esa razón, la presencia del mar en estos poemas sea como una especie de sombra, una presencia que sabemos que está ahí pero que pocas veces se nombra, lo que no deja de alimentar cierta ambigüedad semántica, ambigüedad, por otra parte, que está en la esencia del lenguaje poético porque, como escribe el lingüista Eugen Coseriu: «En la poesía, todo lo significado y designado mediante el lenguaje (actitudes, personas, sucesos, acciones, etc.) se convierte a su vez en un «significante» cuyo «significado» es precisamente el sentido del texto».
Por otra parte, la propia cadencia de los versos reincide en esa fluidez y nos sugieren un avance «narrativo» que conduce hacia un renacimiento espiritual, como vemos en el poema «Materia gris»: «Han madrugado los labradores del grito. / Han removido la tierra, / han espantado al pájaro que canta feliz / y han escondido sin respeto la luz y la ternura. / Más hombro, menos animal. / Es preciso cultivar un nuevo hombre»., un nuevo hombre que profundice en el ser de las cosas, que reniegue de «la vida en lo aparente», busque la verdad, su esencia.
Muchos poemas surgen de la intersección de un pensamiento con el paisaje y la toma de conciencia, como ocurre, por ejemplo, en 'Para entender el paisaje', en el que un fragmento musical o un recuerdo ocultan mucho más de lo que a primera vista podemos percibir ―esa es, además, la función de la poesía estableciendo una red de significado que engloba el aspecto celebratorio de la religión, algo que hasta entonces solo se había manifestado en algunos guiños, como cuando expone el sentido milagroso de la existencia, y que aparecerá de nuevo en forma de ángel de la guarda, como mediador entre la vida y la muerte.
Otro asunto al que no podemos dejar de referirnos es el de la claridad, mencionado en varios poemas.
«Esperar la claridad es nuestro oficio», escribe en uno de ellos. Resulta evidente que esta claridad, disimulada en la intención primera del poeta, es decir, en la escritura, se refiere más a una búsqueda de las verdades profundas de la existencia, aunque es posible que ese desligamiento entre la plasmación de la idea, entre el modo de construirla de otra forma gracias al lenguaje, no ya como mediador sino creador de realidad, y su intención última, no siempre sea participativa.
El lector deberá, para ello, establecer un vínculo entre lo que Valente llamó «las palabras sustanciales» y su forma de interpretar el mundo, sin confrontación, teatralizando si cabe el porvenir.
Sin duda, una consecuencia involuntaria, arbitraria, imprevista si cabe, como la vida misma, que posibilitará, sin embargo, el desciframiento de las claves que esconden los poemas y romperá el aislamiento semántico de unos recuerdos personales vinculados a nuestro presente.
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