Maneras de crear recuerdos
La mirada de Fernando Sanmartín en 'Costa Oeste' es la del 'flaneur', ese paseante solitario que observa y reflexiona, que sigue fiel a sus costumbres, acompañado siempre por la lectura
Una residencia artística en Göteborg, ciudad sueca ubicada en la desembocadura del río Göta y segunda en importancia del país, ha desencadenado la escritura de estos poemas, algo, según confiesa el propio autor, no previsto de antemano ―el objetivo de dicha residencia era escribir un libro de viajes, libro que, confiamos, podamos pronto leer―, pero que se impuso como suele ocurrir con la poesía, sin previo aviso, a su antojo y con una insistencia difícil de refutar, cosa que agradecemos entusiásticamente sus lectores, porque, hay que decirlo ya, siempre es un placer leer a Fernando Sanmartín (Zaragoza, 1959), practique el género que practique, la novela, el libro de viajes, la prosa memoralística o la poesía. Publicado con exquisito gusto por Papeles mínimos, 'Costa Oeste' está dividido en dos secciones muy vinculadas entre sí, pues en ambas seguimos el itinerario, a la vez geográfico y sentimental, de Sanmartín por una ciudad hasta entonces por descubrir que, además, le sirve para «convalidar [sus] recuerdos». La mirada de Fernando Sanmartín es la del 'flaneur', ese paseante solitario que observa y reflexiona, que sigue fiel a sus costumbres, acompañado siempre por la lectura, lo que no le impide estar atento a cuanto sucede a su alrededor. Cualquier detalle, por nimio que sea, suscita el deseo de escribir. Estamos ante una poesía de imágenes: la gaviota intentando comer un trozo de pastel, cartas de una baraja dispersadas al azar: «El mecanismo del azar / murmullo vulnerable / miro la memoria y está lejos el invierno / encontrar lo que somos / en el suelo pasos que no llegan / lo imprevisto o lo previsible / según».
Ese según, esa indefinición es marca de la casa porque el poeta no explicita, sugiere y es el lector quien debe llenar los huecos para ... encontrar su propio sentido a unos versos que son solo indicaciones, que trazan un camino lleno de bifurcaciones, quien debe revaluar constantemente las manipulaciones a las que el lenguaje somete a la realidad. Poco propenso como es Sanmartín a romantizar el pasado, no puede obviar, sin embargo, establecer dramáticas correspondencias, y así, mientras almuerza «bacalao con salsa de eneldo / a la misma hora / lejos / en mi ciudad / ángulo infinito / operan a un amigo arquitecto / es lunes / posteridad que se renueva / en el mismo espacio». La realidad externa se inmiscuye de manera determinante en la propia biografía por eso, parafraseando a Louise Glück, se pregunta: «¿un poema debe imitar nuestra vida?». Más que imitar, la poesía de Fernando Sanmartín refleja esos instantes de la existencia que alteran la cotidianidad con pequeños detalles que en otro poeta no pasarían de ser anécdotas banales. Él proporciona las pistas. Elabora un guion, construye una sólida estructura objetiva en torno a la anécdota para incentivar la reflexión y, a la vez, anclarse en un espacio y un tiempo reales: «Una muchacha escribe un wasap / el viento es su discípulo / el alma / todavía / no tiene túneles / el destino se arrodilla y mira / sonríe con la frente arrugada / a todos los que volveremos».
La sintaxis de estos poemas es sencilla, sin derroches innecesarios, y el lenguaje carece de florituras, aunque conviene estar atento porque los versos carecen de puntuación y solo algunas pausas interversales pueden guiarnos en la búsqueda de la intención del autor. Además, su marcado afán descriptivo, la audacia de su visión, nos trasmite cierta capacidad, casi obsesiva, por aportar la utilería que el lector precise para configurar su propio escenario interpretativo, un ejercicio frutífero que realizará sin apenas darse cuenta.
El libro
-
Titulo: Costa oeste. Poemas de Göteborg
-
Autor Fernando Sanmartín
-
Editorial Papeles mínimos
-
Páginas 50
-
Precio 15,00 euros
Si algo distingue a los poemas de la segunda parte con respecto de la primera es su extensión, mucho mayor, y un énfasis más elaborado en contrarrestar la naturaleza elusiva de la memoria con mojones de la realidad con los que ubicar al yo en la geografía de lo que pronto se convertirá en pasado, porque, como dice Sanmartín, «lo insignificante enriquece»: «el olvido es absurdo / no podemos elegir / pero evocaré esta isla / cuando lo esencial y sus matices / se digan adiós / cuando callen».
Una velada aceptación de lo inevitable subyace en estos versos y uno se pregunta al leerlos si ese contraste entre los poemas de una y otra sección y el modo autobiográfico más expansivo de los que integran esta segunda parte no pretende en realidad sacudir la conciencia del lector mostrándole lo evanescente de toda experiencia y, sin embargo, pese a esa constatación, alentándole para que no desfallezca, para que del dolor de la pérdida entresaque lo más esperanzador, lo que le espera cuando regrese: «tengo hecho el equipaje / los regresos me inquietan / mi interior / la invocación a que la tristeza sea ridícula / uso palabras como un superviviente / que se habla a sí mismo». Los poemas de Fernando Sanmartín, sin romper del todo con el aislamiento geográfico de los recuerdos ―«me encaramo al pasado como a un muro» escribe―, nos vinculan definitivamente con el presente, son fieles a la vida real sin dejar de explorar las relaciones de esa vida con el bagaje cultural que proporciona la memoria, y eso radica su la adición que provoca su lectura.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión