Una oportuna recuperación
Tomás Bustamante Gómez recoge en 'Correspondencia de Jesús Cancio' las doce cartas que envió a su amigo Fermín Rodríguez Cianca, «cónsul literario de Torrelavega»
No es un buen momento el actual para las cartas postales. Primero sufrieron el acoso del teléfono, con el que lograron convivir durante décadas, pero después, un enemigo mil veces más peligroso, internet y todas las posibilidades de comunicación que la Red ofrece: Facebook, WhatsApp, Skype, Instagram, etc., las hirieron de muerte y han acabado poniendo la puntilla al género epistolar de forma ya irremediable, por mucho que unos pocos nostálgicos sigan acercándose a la oficina de correos más próxima para franquear sus cartas. Sin duda por ser ya una especie en extinción es por lo que resulta oportuno rescatarlas y ponerlas a disposición del lector, como ha hecho Tomás Bustamante con este conjunto de cartas de Jesús Cancio (Comillas, 1885-Polanco, 1961).
'Correspondencia de Jesús Cancio'
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Autor Tomás Bustamante
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Editorial Quercus /ayuntamiento de Torrelavega
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Páginas 276
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Precio 25,00 euros
Por lo general, las cartas de un escritor, de un poeta, suelen ofrecer datos relevantes sobre su vida, sobre su personalidad y sobre su obra. ... Este es el caso de estas doce cartas dirigidas por 'el poeta del mar' en un amplio abanico temporal, desde 1939 a 1961, a su amigo -amistad a lo largo lo hubiera llamado Gil de Biedma- Fermín Rodríguez Cianca -«cónsul literario de Torrelavega»-, de quien podemos resaltar su solidaridad con el poeta desterrado, cartas que, además del retrato de un amistad, nos ofrecen datos relevantes sobre la época histórica en la que están escritas y dan cuenta de la soledad -Cancio padeció problemas en la vista desde muy joven, hasta que se quedó definitivamente ciego, lo que, unido a su ostracismo, agravó su asilamiento-, y de las penurias que sufrió el poeta, que logró sobrevivir gracias a auxilio de su primo y bienhechor Luis Corona. Como escribe Constantino Barrero en la Introducción, «esas cartas testimoniales nos permiten ahondar en la intimidad del autor que las escribe y obtener un mayor conocimiento sobre los pensamientos, sentimientos y circunstancias que le rodean, la manera de expresarse y el tratamiento dispensado hacia la otra persona, favoreciendo con ello obtener una biografía más íntima y personal».
Bustamante, de manera acertada, antes de contextualizar cada una de las misivas, y de considerar la situación de las manos que escriben esas cartas, hace un recorrido de carácter socioeconómico del Torrelavega de las primeras décadas del siglo XX, del todo necesario para conocer el ambiente en el que se desarrolló la vida cotidiana del destinatario de las cartas. Fermín Rodríguez Cianca (Puente Avíos, 1895-Torrelavega, 1986) «era una persona comprometida, con un ideal político claramente de izquierdas. Y por sus ideas será despedido, suspendido de empleo y sueldo, cuando ocupaba la dirección del banco donde trabajaba» cuando las tropas de Franco tomaron la ciudad, a finales de agosto de 1937. Además, fue asiduo visitante de la Biblioteca Popular de Torrelavega (1927-1937) donde se relacionó con algunos de los intelectuales, artistas y escritores que la frecuentaban, de lo que ha dejado un insuperable testimonio Aurelio García Cantalapiedra.
Jesús Cancio fue condenado a veinte años de prisión por «auxilio a la rebelión» -el mismo delito que llevaría a la cárcel a un joven José Hierro dos años después- en 1937, cuando contaba 51 años. Gracias a un decreto de 1941, se le concede la libertad condicional en agosto de 1941, pero cuando escribe la primera carta, enero de 1941, aún permanece encarcelado, en este caso, en la llamada 'La Importadora'. Pese a las duras circunstancias que atravesaba, felicita el nuevo año al amigo, quien va a salir pronto de la cárcel, y le agradece el envío de coñac, evidenciando la solidaridad que presidía su relación. Cuando escribe la segunda carta, en enero de 1942, está ya en libertad y se encuentra desterrado en Madrid, en compañía de su primo, Lui Corona, el cual también había estado encarcelado. En estas breves líneas no se olvida de enviar recuerdos a sus amigos de siempre -Teira, Velarde, Muriedas-, principalmente a Pedro Lorenzo. No será hasta varios años después, en concreto en 1947, cuando pueda regresar a su tierra, de forma eventual, eso sí. Lo hará en Polanco, en casa de su prima, y allí pasará todos los veranos hasta su fallecimiento.
La mayoría de las cartas están fechadas en los años 1951 y 1956 y en ellas, pese a su precaria situación económica, ciego y sin recursos, se muestra optimista con respecto de la publicación de su libros -Rodríguez Cianca, además de corresponsal, es una especie de agente literario, ya que se ocupa de vender sus libros y de enviarle el importe de las ventas- y la repercusión crítica que merecen. Participa además en tertulias y actividades culturales de la capital y esto contribuye a mejorar su ánimo. La última está fechada en 1960, un año antes de su fallecimiento, y es una carta de tono melancólico, quizá vaticinado el final de sus días.
Este encomiable trabajo se complementa con unas breves, pero imprescindibles, biografías de los amigos citados en las cartas, así como una descripción de las cárceles que funcionaron en Torrelavega durante la Guerra Civil y en la primera posguerra. Tomás Bustamante Gómez ha realizado, como nos tiene acostumbrados, un magnífico trabajo documental que, confiamos, sirva para releer -su obra, por fortuna, está disponible en cualquier biblioteca pública- a uno de nuestros poetas más entrañables.
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