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Poesía

Viaje a través del evangelio poético

El dominicano Carlos Roberto Gómez Beras fima un libro cuyo contenido gira en torno a un eje temático: la poesía como salvación vital

Carlos Alcorta

Santander

Viernes, 22 de agosto 2025, 07:18

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De nuevo nos encontramos con un libro de poemas cuyo contenido gira en torno de un eje temático, la poesía como salvación vital: «Entonces, / ¿cómo sanan los mortales? / Quizás con la herida del poema / y la cura invisible de la poesía». Pero esta idea no sobreviene, como el lector puede imaginar de una espontánea conclusión, sino que viene fraguándose en reflexiones sobre la propia escritura y sobre la finalidad del poema, lo que podemos comprobar en versos como estos: «… solo son reales el poema y la poesía. / Lo sagrado está dentro y fuera de las palabras». La espina que florece reincide además en ese concepto de lo sagrado al que el poeta se acoge y al que subordina su propia identidad: «¿Quién soy yo para que él me elija?, / hoy he pensado. / El olvido es una muerte / que nos mantiene vivos». Como se ve, no hay en estos versos imprecación ni reproche alguno, Carlos Roberto Gómez Beras (República Dominicana, 1959) ―autor, entre otros, de títulos como 'Viaje a la noche' (1989), 'La paloma de la plusvalía y otros poemas para empedernidos' (1996), 'Aún' (2007), 'Mapa al corazón del hombre' (2012) o 'Inventario' (2022)― como devoto creyente se pliega a los designios divinos y cifra en Dios su existencia. El poema «Creación», es paradigmático en ese sentido, aunque subvierta los términos de la ecuación ―y, por ende, el resultado final― en algo que los más recalcitrantes pueden considerar como una herejía: «Hemos hecho a Dios / a nuestra imagen y semejanza / para que en silencio nos acompañe / en esta gesta de azares y oráculos / que conduce al centro de la nada». Pero no hay motivos de alarme, enseguida compensa esa aparente contradicción con un renovado ejercicio de fe. Dios es el fiel confidente de las penalidades del ser humano. Él es quien escucha al poeta, quien se manifiesta en la página en blanco, aunque no siempre («¿Dónde está Dios en este poema?», se pregunta Gómez Beras), quien nos lega las palabras, porque «Dios habla sin lenguajes / para no equivocarse».

La publicación

La publicación
  • Titulo La espina que florece

  • Autor Carlos Roberto Gómez Beras

  • Editorial Isla Negra editores

  • Páginas y precio 92 pág y 20 euros

En este constante intercambio de funciones, a veces el que calla es el poeta e intenta, sin lograrlo, escuchar la voz de Dios, que ha ... recuperado las palabras: «Dios habla diáfano como un río / que serpentea entre las rocas, / pero yo no logro escucharlo», escribe en el poema titulado «Ruido». En la Biblia (1 Juan 4:8) se nos dice que «El que no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor». Siguiendo esta pauta, el poeta afirma: «Nada es más importante que el amor / […] / El amor es una plenitud / desconocida como un cielo / que nos promete una voz / nacida del prójimo que nos habita / a nos(otros) mismos» y el objeto de ese amor, la mujer en este caso, compendia todas las virtudes, se la endiosa porque, en los versos de nuestro poeta, es merecedora de una ilimitada idealización: «Tu presencia, en este altar / concurrido de desencuentros, / negaciones y ofrendas, / es otra manera en que la vida / como una luz extraviada /alumbra el quicio de dos cuerpos». Sin embargo, esta entrega, esta devoción no es eterna. La constancia de que la vida tiene un final pone el contrapunto, que no la coda, a esta ascensión espiritual, porque, aunque reconoce que «Morimos cada día como el sol en una ventana», «Renacemos cada instante cuando intuimos / que a cada aspiración irremediable le sigue / una exhalación inaudita y sin espejo». Este ir y venir conceptual procede de esa sensación tan humana de inseguridad que desemboca en la incertidumbre vital: Si comenzábamos este comentario aludiendo a la escritura de poesía como un ejercicio de salvación personal, hemos de finalizarlo constatando que esta aseveración tampoco goza de inmunidad porque no puede evitar la herida del olvido, esa espina que florece, aun en las condiciones más adversas, como sugieren estos versos interrogativos a los que cada lector debe dar su propia respuesta: «¿Quién puede decirme / cómo es este oficio de contemplar / lo que se marcha hacia la pérdida / si soy el destino de lo que no regresa?».

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