La conservación de Altamira en el siglo XXI: «Vamos por el buen camino»
La Escuela de Arte y Patrimonio Marcelino Sanz de Sautuola hace balance del plan de conservación preventiva de la cueva, cuya primera medida de protección fue la puerta de madera instalada en 1879
En 1879, Marcelino Sanz de Sautuola y el Ayuntamiento de Santillana del Mar mandaron colocar una puerta de madera en el (por entonces) pequeño acceso ... a la cueva de Altamira con el fin de impedir su expolio y el daño de sus pinturas. Así, puede decirse que hace siglo y medio se tomó la primera «medida de protección» en un yacimiento prehistórico que, quizá para sorpresa de muy pocos, ha sido intervenido de forma variopinta desde su descubrimiento, a finales del siglo XIX. Muros circundando la sala de polícromos, suelos rebajados, parte de las grietas cubiertas con 'cemento de Pórtland', ampliación de los accesos... No todas las intervenciones han tenido el mismo impacto ni la misma perdurabilidad, ni todas buscaban con más o menos acierto preservar el arte rupestre impreso en las paredes y techos de la cavidad, sino hacerla más accesible y cómoda al turismo;pero lo que puede decirse es que todas esas acciones acabaron desembocando en el modelo de protección que hoy rige en Altamira, inscrita desde 1985 en la lista de Patrimonio de la Humanidad de la Unesco.
Se trata del Plan de Conservación Preventiva (PCP) aprobado por el patronato del museo en 2014, y que la Escuela de Arte y Patrimonio Marcelino Sanz de Sautuola ha traído al frente este verano en la Universidad Internacional Menéndez Pelayo (UIMP). La XII edición, dirigida un año más por Pilar Fatás Monforte, a su vez directora del Museo Nacional y Centro de Investigación de Altamira, se ha dedicado a hacer balance del plan una década después de que se diera a conocer en otro monográfico organizado en la Menéndez Pelayo. «Hoy, diez años después, un nuevo curso de la UIMP pone su foco en el estudio de sus resultados y en los avances experimentados en el conocimiento del estado de conservación de la cueva de Altamira», se presentó la Escuela ante su alumnado, poco antes de inaugurar la primera de las cinco jornadas que han compuesto el curso. Que la sociedad conozca la marcha de un plan de seguimiento y control de los riesgos que amenazan la cueva y su entorno propició que Fatás y su equipo desplegasen toda su 'artillería' académica, con ponencias dedicadas a la red sísmica de Altamira; a la evaluación de los riesgos geológicos; el control y seguimiento de las colonias microbianas y del biodeterioro en la cavidad; la protección del paisaje; la integración de tecnologías geomáticas, o la tutela administrativa.
Hace diez años, se dio a conocer el plan de conservación preventiva en un curso monográfico
«La cueva es un privilegio, pero es especialmente frágil. Queremos que la ciudadanía entienda el porqué de su fragilidad y de las medidas de preservación» puestas en marcha en virtud de rigurosos proyectos de investigación, expone Fatás. Entre esas medidas está la limitación de las visitas porque el «desafío» de conservar el arte rupestre de Altamira implica a todos los actores, visitantes incluidos. El régimen actual es limitado: cinco personas ataviadas con trajes EPI, que pueden visitar la cavidad un máximo de 37 minutos, ocho de ellos en la sala de polícromos. En ese sentido, la neocueva contribuye a dar respuesta al interés de la ciudadanía por el yacimiento. «Hay personas que han visitado la cueva y que aprecian incluso más el recurso de la neocueva. Está fantásticamente hecha y responde bien a la magnitud de Altamira», revela Fatás.
Diez años después de presentarse el PCP, los resultados invitan al optimismo. «Los resultados dicen que las medidas son efectivas» y que «algunos aspectos» han mejorado, incide Fatás. ¿Qué aspectos? Uno de los más importantes es la «cuestión de la microbiología», ya que se ha observado «una reducción de su crecimiento, y eso es un factor positivo». Por tanto, funcionan las medidas profilácticas que ralentizan su expansión, y, si bien la presencia de hongos y bacterias es frecuente en las cavidades, «es importante frenar ese crecimiento de hongos para que no afecten a las pinturas», precisa Fatás.
¿Y un balance general? Fatás vuelve a mostrarse optimista, pero no por ello complaciente. «Se va por el buen camino» y para «mantenerlo» la conservadora confía en que «podamos seguir invirtiendo los mismos esfuerzos económicos, humanos... Todos los esfuerzos».
Conservar y prevenir
«Es importante una conservación preventiva antes que restaurar para preservar de manera sostenible la riqueza del patrimonio de nuestro país, que tiene un valor esencial y contribuye al futuro. Somos un país riquísimo en términos de patrimonio». Con estas palabras abrió la Escuela, el pasado lunes, la directora general de Patrimonio Cultural y Bellas Artes del Ministerio de Cultura. «Altamira forma parte del patrimonio que conservamos para el disfrute de todos y para la investigación científica» y solo un trabajo conjunto garantizará una conservación rigurosa, incidió Ángeles Albert de León.
La misma idea sobrevolaba entre los alumnos de la Escuela que se sentaron a escuchar, a tomar notas y a debatir en el comedor de gala de La Magdalena; entre ellos, Marcos Navarro, Borja González, Raquel González e Inés Obregón García, los cuatro universitarios interesados en saber cómo se preserva en el siglo XXI una cavidad que fue el primer lugar del mundo en el que se identificó la existencia de arte rupestre del Paleolítico Superior.
La visita al museo y a la neocueva les ayudó a responder preguntas y a imaginar otras. «Me interesa la gestión y conservación de las cuevas, y Altamira es un ejemplo paradigmático» cuyos resultados quizá puedan aprovecharse en enclaves «con menos recursos», apunta Inés Obregón, que piensa aquí en Prádena (Segovia), donde se encuentra la cueva de los Enebralejos, con pinturas y grabados en su interior. «A mí me interesa el arte rupestre a nivel de restauración», tercia Raquel González, alumna, como su compañera, del grado de Conservación y Restauración. El descubrimiento de los tesoros prehistóricos de la cueva de Casaio, en su Orense natal, coincidió con el inicio de sus estudios universitarios y el modelo preventivo de Altamira le resulta altamente interesante.
«Reúne todas las acciones de conservación. Es nuestro documento rector»
«Espero poder aprender mucho aquí», comenta Raquel. A su lado, Borja González asiente. Interesando en la gestión del patrimonio –y «Altamira es patrimonio mundial»–, Borja ha cursado un doble grado de Historia e Historia del Arte. «Me llama la atención que aquí no trabaja únicamente gente ligada al museo, sino que son equipos que reúnen muchas disciplinas científicas».
Altamira es multidisciplinar
La Escuela de Patrimonio es prueba de ello. Las conferencias las han impartido biólogos, físicos, conservadores, geólogos... de diferentes institutos de investigación, universidades, la de Cantabria entre ellas. Nunca es sencillo cuadrar tantos nombres y fechas, pero Fatás y la subdirectora del Museo, Carmen de las Heras, han vuelto a componer un encuentro multidisciplinar y a la vez enfocado en un aspecto concreto de Altamira. Hay muchos, parecen inagotables.
La ponencia de De las Heras, una de las primeras de la Escuela, sirvió para situar al auditorio ante la transformación de la cavidad a lo largo de los años. Al margen de los procesos naturales previos, a partir de su descubrimiento –el hallazgo, en torno a 1868, corresponde a Modesto Cubillas, que años después acompañó a Marcelino Sanz de Sautuola en su primera visita a la cueva– se sucedieron las intervenciones, también las «perturbaciones». Porque la cueva, «desde el primer momento, tuvo la capacidad de cautivar», y en primer lugar maravilló a los vecinos de la zona, que se acercaban a conocerla con sus antorchas y con una fascinación que les invitaba a tocar las pinturas con sus manos. Convertida poco a poco en lugar de peregrinaje, Altamira se protegió con la mencionada puerta de madera gracias al Ayuntamiento y a Sanz de Sautuola, que además vicepresidía la Comisión Provincial de Monumentos, la institución encargada entonces de velar por el patrimonio. Además de costear la puerta, y a modo de agradecimiento extra, el prehistoriador invitó a los vecinos a merendar. Le costó hacerlo 38 maravedís.
Haciendo ahora un somero repaso histórico, con los años, el acceso a Altamira se protegería con una reja de hierro y, cuando recién estrenado el siglo XX se reconoció la antigüedad de la cueva, llegaron nuevos investigadores, que, hay que recordar, usaban técnicas de calco y velas para alumbrarse. Llegó después la construcción de un muro; llegó en 1921 el encargo de Alfonso XIII al duque de Alba de elaborar un plan de conservación; llegó el proyecto del ingeniero Alberto Corral; llegaron nuevas estructuras, los rebajes del suelo, la ampliación de la puerta, las normas de acceso para turistas... Tras la Guerra Civil llegó, de hecho, una «época más caótica» y, entre otras cosas que pasaron entonces, se levantó un nuevo muro que aisló un poco más la sala de polícromos. Se tiró, pero fue sustituido por uno nuevo.
A partir de la década de 1950, se produce la transformación «completa e irreversible» de Altamira. Más muros, escaleras... todos elementos destinados a hacer transitable y cómoda la cavidad. Altamira despegó entonces como atractivo turístico de primer nivel. Recibía decenas de miles de visitas al año. La explotación turística del patrimonio a ese nivel estuvo a punto de acabar con él.
En paralelo, se iban alzando las voces críticas, se crearon comisiones de investigación, la cueva se cerró por vez primera. Con España en pleno proceso de transición política y social, la Administración compró unos equipos para controlar el estado de la cavidad sin reparar en gastos porque Altamira pasaba a la primera línea... de investigación. En la década de 1990 comenzó un proceso de renaturalización que sacó de la cueva cables y toneladas de basura. Y con el CSICimplicado en los estudios, se empezaron a abrir más vías de preservación del enclave. Hoy, Altamira exhibe un plan de conservación preventiva. «Es la herramienta que reúne todas las acciones y protocolos de conservación. Es nuestro documento rector», recuerda Fatás, que vuelve a subrayar que la preservación de Altamira es una tarea coral, multidisciplinar y «de una complejidad grande».
Por eso, las medidas de conservación, las estrategias, los planes las investigaciones, la ciencia, para desearle larga vida a la cueva... y también, claro está, a la Escuela de Arte y Patrimonio.
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