A remo, por una juventud menos digital
. El aventurero Borja Ortiz surcó el Cantábrico desde el Museo Guggenheim al Centro Botín para concienciar a las nuevas generaciones de que «hay algo más allá de los móviles y las tablets»
Noventa kilómetros a remo sobre una tabla de paddle surf. Trece horas y veinte minutos de aventura en solitario. «Se me ocurrió que podía ... ser una manera de llamar la atención y concienciar a los jóvenes de que hay mucho más que los móviles y las tablets». Así empezó todo. A Borja Ortiz (Santander, 1978) cuando se le ocurre algo suele ser a lo grande. Esta vez «ha sido uno de los desafíos más complicados en cuanto a logística y ejecución», señala. Ha pasado apenas una semana y en su gesto de satisfacción se adivina que mereció la pena. «Ha sido muy duro; llegué al límite, pero estoy seguro que servirá para que los chavales reflexionen», subraya.
Ortiz se lanzó con su tabla de paddle surf a las seis de la mañana en la Ría de Bilbao, junto al Museo Guggenheim, y se bajó de ella a las siete y veinte de la tarde en el Centro Botín. «Me pareció una buena idea unir los dos museos más importantes del norte de España para visibilizar el problema que existe con las nuevas generaciones y la sobreexposición digital a la que están sometidos». Apoyado por la ONG Nuevo Futuro y la organización Proyecto Hombre, este Quijote sin límites no se lo pensó mucho y se puso manos a la obra. «Ha sido difícil de preparar», admite. Pero no se crean que se refiere al entrenamiento, sino a los permisos, logística y equipo de ayudantes. «Ha sido estresante, porque para esto se necesitaban unas condiciones concretas de mar y viento, si no es imposible, y en el Cantábrico lo mismo sale un día así cada dos o tres meses», confiesa entre suspiros.

El Gobierno de Cantabria y el Ayuntamiento de Santander apoyaron su idea y aceleraron los trámites lo que pudieron para que el día 22 de junio «se pudiera aprovechar una jornada donde las previsiones permitían que, al menos, se intentara» esta locura bienintencionada. Ortiz se levantó a las tres de la mañana; a las tres y media cogió al médico, a las cuatro a su hermano en Laredo y a las cinco a Toño, su Sancho Panza particular, a quien conoció de casualidad el día de la presentación de este reto y que navegó con un barco de apoyo a su vera. «Fue mi muleta. Para mí fue superimportante, porque sin alguien ahí cerca...». Vuelve a suspirar.
Para ser aventurero no se entrena, se es o no hay nada que hacer. Ortiz ya unió a nado Castro Urdiales y Santander y otro día Santander y San Vicente de la Barquera, 56 kilómetros en ambos chapuzones; subió en bicicleta de un tirón 27 puertos de Cantabria, 810 kilómetros, y en otro de sus desafíos duplicó el desnivel del Everest, 19.000 metros, a base de ascender 26 veces Los Machucos (51 horas). Nada le asusta y en «esta ocasión me motivé porque me parece que había una buena causa detrás». Y tanto que sí...
Noventa kilómetros; trece horas y veinte minutos de travesía «por una buena causa»
«Lo pasé mal a la altura de Ajo. Entre el Faro del Buciero (Santoña) y Ajo. Allí tuve una crisis, pero ya me ha pasado alguna vez y lo superé», recuerda con una sonrisa que evoca a los conquistadores de otros tiempos. En un afán de dejar constancia de su travesía, se acercó a la costa para que las imágenes fueran más llamativas y eso provocó que «el trayecto aumentara en ocho kilómetros más que si hubiera ido en línea recta». En fin, ya que estaba.
Productor, guionista, jefe de fotografía y actor principal, Ortiz en sus retos lleva la compañía a cuestas. Hace poco más de un año que se subió por primera vez a una tabla de paddle surf «y en algún entreno ya me dio alguna pájara. Un día tuvieron que traerme algo de comida a Langre, si no, no llegó a casa». Vuelve a sonreír. Quizás esa sonrisa sea la gasolina para la enajenación transitoria que sufre de vez en cuando para enfrentarse a los molinos de viento. Porque para Ortiz esa adrenalina de la superación personal es lo más parecido a pasar pantalla, permítase el lenguaje digital en este caso. «Paré seis veces en el trayecto; al salir del puerto, en Bilbao; en Castro Urdiales; la ballena de Oriñón, Faro del Buciero, Noja y Langre», rememora. Y todas ellas para comer su singular dieta calórica que jubilaría a todos los nutricionistas de la nueva ola. «Unas cañas de chocolate y agua. Y me comí un bizcocho antes de salir. El dulce y las calorías me mantienen con energía en los retos así», explica.
La urgencia por completar el reto esa jornada, con las previsiones que se daban, obligó a salir «el día después de que mi pareja se examinara de unas oposiciones que llevaba mucho tiempo preparando. En mi casa las últimas semanas era un estrés continuo», bromea. Los últimos diez kilómetros estuvo acompañado por «Gelo en piragua y fue otra cosa, me ayudó, nos hablábamos y fue más fácil. Ahí me di cuenta de que lo tenía hecho», sentencia.
Los tres medallistas de oro cántabros, Diego Botín (vela), Jan Abascal (vela) y Ruth Beitia (Atletismo) apadrinaron a Ortiz «en un deseo por un consumo más prudente y sensato» de la tecnología. Su reto tendrá continuidad, ya que Ortiz impartirá conferencias en colegios para potenciar la superación personal como una actitud necesaria y concienciar a los jóvenes de que «la era digital tiene sus pros y sus contras». Tiene una buena remada por delante.
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