Deportes Sapporo cuelga las botas
Este comercio local especializado en ropa, calzado y accesorios deportivos echa el cierre el mes que viene tras 52 años de trayectoria
Más allá de los coloridos rótulos que anuncian la liquidación y los descuentos, los escaparates de Deportes Sapporo, en la calle Camilo Alonso Vega, lucen ... un par de cartas manuscritas. En sus líneas, dirigidas a los clientes que les han acompañado durante más de medio siglo, anuncian el cierre y se despiden: «Después de 52 años al pie del mostrador, ayudando a todos a encontrar lo que necesitaban y a vestir generaciones, tenemos que despedirnos de nuestros clientes. Queremos dar las gracias por todo lo vivido estos años, por vuestra confianza y lealtad. Sapporo se prepara para cerrar sus puertas definitivamente. Aprovechad nuestra liquidación por cierre, solo por tiempo limitado hasta agotar existencias. Ven a visitarnos antes que nos vayamos. Gracias».
Dentro, las estanterías y los percheros están llenos de carteles que anuncian la liquidación, con zapatillas y ropa deportiva a mitad de precio. Los clientes entran y salen, algunos por las ofertas y la gran mayoría para despedirse y trasladarles la pena que les da que otro comercio de toda la vida, donde han ido como niños y como abuelos, eche el cierre. La previsión es que el adiós definitivo sea a final de agosto.
La tienda que abrió José Luis Aparicio en 1973 destacó por ser la primera de Santander en vender marcas europeas y americanas y eso le hizo ganar popularidad rápidamente entre los aficionados al deporte. Inició el negocio con un socio, con el que trabajó 30 años, y después continuó solo al frente de la tienda hasta que se jubiló hace una década. A partir de ahí fue su hijo, Luis Aparicio, quien continuó. «Antes de que mi padre abriera Sapporo había otras tiendas de deportes, pero vendían marcas españolas y esta tuvo tirón porque vendía marcas europeas y americanas como Adidas, que no se veían en más sitios». Siempre han tenido productos de muchos deportes; arrancaron con algunos como el esquí o el golf, pero con el paso del tiempo se especializaron en el atletismo y el fútbol.
«Fue la primera tienda de deportes de Santander que trajo marcas europeas y americanas como Adidas»
Luis Aparicio
Propietario de Sapporo
Como nombre para el negocio eligieron el de la ciudad japonesa donde se celebraron los juegos olímpicos de invierno de 1972, un año antes de que se inaugurase la tienda. Fue un homenaje al esquiador alpino Francisco Fernández Ochoa, el único español que ganó un oro en aquellos juegos –y, en general, en unos juegos olímpicos de invierno–.
Evolución del comercio
Desde que Sapporo abrió sus puertas, se ha enfrentado a muchos cambios de tendencia en el sector comercial. Los más fuertes, la apertura de las grandes superficies en la periferia de la ciudad y las ventas por internet. «Cuando mi padre se jubiló hace diez años ya empezaba a afectar la venta por internet, pero fue a partir de la pandemia cuando la situación empeoró de verdad», explica Aparicio. Él dejó de estar al frente de la tienda el año pasado, cuando se le presentó otra oportunidad laboral, y fue su mujer, Cecilia Torrens, quien ha liderado la tienda este último año. Es un negocio familiar que no tendrá más relevo generacional; y no porque Luis y Cecilia tengan edad de jubilarse –aún les quedan bastantes años–, sino porque las cuentas ya no dan. «Aquí se echan muchas horas y muchas veces no se obtienen resultados. Llega un momento en el que ya no merece la pena dedicarle tanto tiempo, hay que vivir», lamenta Aparicio. «Al final son 24 horas pendiente del negocio, las horas que estás aquí y las que no, que piensas en ello. También afecta a la salud», añade.
En esta etapa final de Sapporo, que echará el cierre definitivo a finales de agosto, se mezclan las emociones. Torrens apunta que «ha sido una decisión muy meditada» que han tenido que tomar mientras estaba ella al frente. «Esperamos el último empujón de ventas y ya cerrar esta etapa para poder empezar una nueva». Cada día se emociona con la visita de clientes de toda la vida. «Viene gente que vino como niño a por sus primeras botas y ahora acompaña a sus hijos y sus nietos. Algunos hasta lloran y eso nos emociona».
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