La última ola de José de Diego
La comunidad del surf santanderino y centenares de allegados despiden a uno de los suyos en El Sardinero
Cuando a las once y once minutos de la mañana la familia de José de Diego, para más señas su mujer, su hermana y su ... sobrina, enfilaba la orilla de la Primera de El Sardinero lo hacía escoltada por más de medio centenar de surferos que en algún momento compartieron olas y vida con este santanderino, fallecido de cáncer la semana pasada a los 51 años.
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Era el arranque del funeral hawaiano con el que sus amigos quisieron despedirse en el que, entre tablas y neoprenos estuvieron también arropados por más de tres centenares de personas, tanto a pie de playa como en la explanada del Rhin, en el adiós que le ofrecieron el surf y la sociedad santanderina en general. Su entorno más íntimo y multutid de amistades.
Diez minutos después, cuando los riders habían formado ya un círculo con la tabla de De Diego en el centro, sonaron los aplausos. En el agua, en primera instancia. A los pocos segundos, en la orilla. Casi de inmediato, en la explanada.
Todo para despedir a quien fue un compañero de olas que en los últimos tiempos no había podido ya acudir a su cita en la Primera, junto a Piquío, donde era habitual verle con su mujer, monitora de la escuela de surf.
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En una mañana de emoción, quince minutos antes de la hora a la que estaba convocado el homenaje los primeros surfers ya bajaban la rampa de acceso a la playa para, entre saludos y algún abrazo, bajar las escaleras junto a Piquío en una mañana sin olas que, sin embargo, concitó a buena parte de la familia del surf santanderino en un multitudinario adiós. Como lo había sido días antes el de la parroquia de San Roque, con cientos de allegados y emotivos recuerdos de este director de Jepp del que destacaban, mucho más allá del tópico, su bonhomía. La que se demostró a través del homenaje de El Sardinero.
Antes de entrar en el agua, claveles blancos y un brazalete de flores en el brazo de Águeda, su mujer. Después, un respetuoso silencio a la entrada en el agua de la familia, a la que siguieron los compañeros de Piquío tras deshacer el pasillo ceremonial, y el ritual hawaiano. Corro en el agua con la tabla de José en el centro. Miradas y recuerdo. Homenaje, vivencias narradas y aplausos. A pie de playa lo seguían dos centenares de personas. Acodadas en las barandillas de El Sardinero, sobre la escuela de surf, otro centenar. Hasta la calma chicha contribuyó a la solemnidad entre los abrazos de quienes decidieron acompañar esta última salida al agua.
Más de media hora de sentido homenaje para romper la cotidianidad de la mañana de otoño y lamentar una pérdida demasiado temprana tras cuatro años de enfermedad durante, como le recordaban, siempre tuvo una sonrisa que dedicar.
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