El Sardinero y el debate que Santander no puede aplazar
El Real Racing Club, la marca más potente y reconocible de Santander a nivel mundial, ha hecho algo más que presentar un proyecto de reforma ... de su estadio. Con su propuesta de modernización de los Campos de Sport de El Sardinero, el club ha abierto un debate que la ciudad no podía seguir aplazando. Y lo ha hecho quien debía hacerlo: la institución que mejor encarna el sentimiento colectivo de Santander y que, por su proyección, tiene la capacidad de generar una conversación de verdadero alcance social.
Porque sí, este debate llega tarde. Pero ha llegado, y eso ya es un paso importante. Todas las ciudades de nuestra dimensión —y muchas incluso más pequeñas— afrontaron hace tiempo el reto de modernizar sus estadios, con soluciones tan diversas como sus propias circunstancias. Algunas levantaron nuevos recintos; otras apostaron por remodelar los existentes, convirtiéndolos en espacios multifuncionales y abiertos a la vida urbana. En todas ellas, la pregunta de fondo fue la misma: ¿qué puede aportar un estadio moderno al desarrollo urbano, social y económico de una ciudad?
Esa debe ser también la premisa de Santander. No se trata de aumentar el aforo nide renovar graderíos sin más. Se trata de redimensionar los Campos de Sport para ponerlos verdaderamente al servicio de la ciudad. De concebir el estadio como un motor de actividad cotidiana, que sume al ocio, la cultura y la economía local; que sirva a los vecinos y dinamice una zona con un potencial indiscutible. Este enfoque exige un debate profundo, sereno y sin segundas lecturas, porque no estamos hablando solo de fútbol: estamos hablando de ciudad, de futuro y de identidad.
Solo con esa premisa clara podrá abordarse lo demás: cómo financiarlo, cómo garantizar la transparencia, la sostenibilidad y, sobre todo, la rentabilidad social del proyecto. No se trata de gastar por gastar, sino de invertir con sentido. Y si hubiera aportaciones públicas, deberán estar justificadas por el beneficio colectivo, porque el nuevo Sardinero debe ser una instalación para todos.
El Racing ha encendido la chispa de un debate imprescindible. El proyecto podrá gustar más o menos, pero es innegable que las instituciones y la sociedad santanderina deben responder con altura de miras. Porque El Sardinero no puede seguir siendo solo un estadio de fútbol: debe convertirse en un espacio de ciudad, un emblema de modernidad y convivencia.
La reforma que se plantee, sea cual sea, debe marcar el final de una etapa abierta hace casi medio siglo. Es la oportunidad —y la obligación— de cerrar las heridas abiertas entonces, de definir un modelo claro de gestión, de asegurar el mantenimiento -cuyo desinterés han traído como consecuencia el caos de la propia instalación- y de restablecer lo usurpado, los derechos comerciales que en 1984 pertenecían al Racing y desaparecieron en 1988. Pero, sobre todo, es la ocasión de mirar hacia adelante y construir un Sardinero que devuelva a la ciudad lo que siempre le dio: orgullo, identidad y sentido de pertenencia. Porque esta vez no basta con reparar el pasado; hay que diseñar el futuro.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión