El día de la marmota
Al final salió cara, pero el Racing sigue siendo el mismo, con un ataque demoledor pero un agujero negro en defensa
Este partido ya lo hemos visto», nos dijimos sin palabras unos a otros los racinguistas cuando el Albacete ayer marcó el segundo tanto, todo un ... baño de realidad para una afición que llevábamos levitando desde el sábado pasado. La ilusión es lo que tiene, claro, que teniendo a tiro el liderato, como para no emocionarse y soñar, que todavía sigue siendo gratis. Y eso que la primera parte, sin ser para tirar cohetes, sí que dejaba una lectura muy positiva.
Después de tantos y tantos partidos con un agujero en la defensa racinguista que ni el triángulo de las Bermudas, el míster por fin había trabajado a conciencia la línea defensiva. O eso hacía entender la cantidad de fueras de juego que el equipo logró forzar –siete nada menos, solo en la primera parte–, hasta casi desesperar a los delanteros rivales.
Lo malo es que luego los nuestros se acostumbran, y acababan reclamando posición antirreglamentaria en cada ataque. Y no siempre sale bien, claro. Menos mal que en el VAR se empeñan en ganarse el sueldo, y no solo corrigieron el empate a dos, sino que anularon un primer gol en contra. Y también los goles a balón parado hablaban, y muy bien, del trabajo del míster.
Pero el caso es que a falta de veinte minutos, el Racing estaba palmando y pintaba tan mal que uno no podía sino pensar en el día de la marmota. En que estábamos atrapados en el tiempo, con un equipo que defiende regulín; básicamente, porque si lo fías todo al ataque, pues es lógico que acabes concediendo en defensa. Sin embargo, este Racing tiene algo inexplicable; será una fe infinita en sus posibilidades, o ese hambre de ascenso que retroalimenta a grada y equipo, pero el caso es que cuando más hundido parecía –y durante algunos minutos lo estuvo–, hizo la del ave fénix renaciendo de sus cenizas. Y encima con doblete de Villalibre. Como siga así, va a acabar congelado en carbonita, al lado de Nando Yosu.
Eso sí, de sufrir no nos libramos nunca; en este caso, por culpa de unos añadidos interminables. Los siete minutos de la primera parte casi parecían de cachondeo, pero dar once en la segunda ya era una propina demasiado generosa. Que está bien lo de la emoción y tal, pero con los vaivenes del marcador ya habíamos tenido de sobra.
Menos mal que, esta temporada sí, el equipo ya sabe cerrar los partidos. Por cierto que en el Racing se aprecia un cambio bastante notable de filosofía. Tanto en los cambios, con una insólita retirada de Íñigo Vicente en los minutos finales, como en la forma de jugar del equipo; ya no se empeñan en sacar el balón jugado desde el área propia. Se ha levantado la prohibición a los balones en largo y, aunque es cierto que vemos más pelotazos, los nervios que nos ahorramos en defensa compensan con creces. Está claro que de todo se aprende, y José Alberto perdona pero no olvida; desde luego, la mejor manera para no repetir las decepciones de las temporadas anteriores.
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