De obligada continuidad

La principal novedad en el sexto intento de Carlos Pouso por levantar a este equipo no estaba ni en el campo ni en el banquillo. La ausencia en la convocatoria de Borja Granero –por problemas en la rodilla– fue lo más notable, aunque en el once inicial destacó la titularidad de Gándara en detrimento de Regalón. Además, el técnico optó por los canteranos Pau Miguélez y Óscar Fernández para suplir las bajas de Dani Aquino y Héber en la delantera.

El Racing, de inicio, volvió a ser ese equipo con más ganas que personalidad. Las ya habituales dudas en defensa hacían tambalearse las escasas acciones brillantes en campo rival y así, el conjunto verdiblanco veía mermada la ya tocada confianza de cada domingo. Una buena acción ofensiva pudo terminar con los cántabros por delante en el marcador, pero el meta Tena se interpuso en el camino de Borja Lázaro. Pau Miguélez robó un balón y sirvió a la izquierda para la cabalgada de Julen Castañeda. El guipuzcoano se sacó un certero centro que Lázaro cabeceó en boca de gol. El arquero visitante, con una espectacular mano, evitó el tanto racinguista.

El dominio fue del Racing. Un monólogo poco consistente que el Amorebieta, cuando apretó el acelerador, aprovechó para meter el miedo en el cuerpo al personal. Mikel Álvaro entró solo en el segundo palo. Sin oposición. Y su remate lo tapó bien Iván Crespo. El meta tuvo que intervenir de nuevo en otro disparo del atacante vasco. Los Campos de Sport no están para sustos.

El Racing, con menos alma que la roca del Camello, hizo del resto de la primera mitad intrascendencia pura. El Sporting B, el Mirandés y el Athletic B habían ganado con anterioridad sus respectivos compromisos. Rivales directos. Aunque con el equipo cántabro sumido en una depresión de tal calibre, mirar a los demás es absurdo. El problema, el enemigo, está en el vestuario verdiblanco.

El inicio de la segunda mitad fue otro pan sin sal. Un chiste sin gracia. Como mirar fijamente a un reloj de arena. De esa que el Racing esquilma a paladas a doscientos metros del estadio con sus peores actuaciones. De repente, se abrió un claro entre las nubes, salió el arcoíris por Cueto y la lluvia paró y se llevó con ella la lánguidez generalizada de esta tarde de domingo. Un rebote. Un inesperado rebote cambió la preocupación por alegría en el minuto 57. Quique Rivero agarró un balón en la frontal del área y probó suerte. Por qué no. Su tiro tocó en un defensa y despistó a Tena, vencido ya hacia el otro lado.

Ese pequeño pero bienvenido imprevisto resultó medicinal. Balsámico. Como en el partido ante el Vitoria el zambombazo de Borja Lázaro que abrió el camino de la goleada. El Racing, sin tirar cohetes, pareció por fin un equipo. La de cal. Y no dio tiempo al Amorebieta ni a digerir la aguadilla. Al conjunto vasco le arrastró la resaca de la ola. Saque de centro, robo y gol. Julen Castañeda se personó junto al córner. Paró a pensar y centró. Borja Lázaro, en el corazón del área, vio la pelota caer. El madrileño se suspendió en el aire y marcó los tiempos con absoluta claridad. Dos goles en dos minutos. Un saco de material para los cimientos.

Para poner las bases de algo muy distinto, que es lo que lleva esperando el racinguismo desde agosto con ansia. Porque lo construido hasta ahora ha tenido menos consistencia que un castillo de arena. A la primera pleamar, todo se ha ido siempre al garete. Como la reacción contra el Vitoria, que pareció el comienzo de una etapa más esperanzadora. Nada más lejos de la realidad. El Barakaldo le dio una patada a la precaria edificación.

Por eso el racinguismo ya no se fía de que lo de esta tarde sea una realidad. La sospecha de que se trate de otro estertor aislado cierne sobre la victoria. Curados de espanto. El de Burgos del próximo domingo será un nuevo test de estrés para ver si la recuperación verdiblanca es sólida o no.

Mientras tanto, el Racing, serio atrás y gustándose por momentos en campo rival, dejó buenos minutos ante un Amorebieta que tampoco opuso ya demasiada resistencia. El equipo de Carlos Pouso se pudo llevar a casa una nueva goleada a su favor, pero el desacierto en los últimos metros evitó el festín. Quique Rivero le puso un gran pase con rosca a Borja Lázaro, pero el disparo final del ariete se marchó contra el cuerpo del arquero. Al mismo lugar al que fue el cabezazo de César Díaz en el área pequeña. Con el hombro sacó el remate Tena bajo los palos. Un tiro de falta de Arriaga que se marchó cerca del poste fue el único argumento visitante en toda la segunda mitad.

La afición racinguista volverá a instalar su campamento el próximo domingo junto a la catedral de Burgos. Una espectacular construcción levantada con piedra caliza. Y ahí sigue. Imponente. Desde 1221. Un ejemplo de solidez estructural. Nada que ver con el tembleque continuo de este Racing, que necesita levantar sobre el triunfo de hoy y de forma exprés, con los planos del arquitecto Carlos Pouso, un equipo solvente y competitivo que permita mantener un hilo de esperanza de cara a un hipotético play off de ascenso a Segunda División. Ese billete que sigue en peligro. Todo lo demás serán castillos en el aire que, a la primera racha de nordeste que aparezca por los Campos de Sport, pasarán a mejor vida.