

Un partido con bocata y cabreo
El Sardinero no ocultó su enfado con la actuación del colegiado González Esteban en un encuentro ante el Oviedo que terminó en empate
A las 12.20 la rotonda de la S-20 era un hervidero. No por el tráfico, sino por la gente. Bufandas al aire, alguna ... bengala encendida y mucha expectación. El autobús del Racing asomaba desde La Albericia y la calle, de repente, era un estadio más.
El partido contra el Oviedo no empezaba a las 14.00 horas. Arrancó mucho antes, cuando los racinguistas decidieron plantarse en los alrededores de El Sardinero para recibir al equipo como se merece. El ambiente era de partido grande. En el uniforme de los racinguistas, además camisetas y bufandas, no faltaba ayer la bolsa con el bocadillo. Tocaba comer antes del encuentro o en el descanso. Y los más espabilados, incluso en las dos ocasiones.
Sebastián Ceria, máximo accionista del club, se detenía frente al estadio unos segundos para estrechar la mano de Mauricio Gómez, el abonado número 1. Fue un gesto breve, pero cargado de simbolismo. Un puente invisible entre el palco y la grada. Un saludo cargado de complicidad que parecía decir: «Gracias por seguir aquí». Cuando el autobús llegó, estalló el aplauso. Apareció entre vítores, cánticos y los nombres de siempre resonaron entre cálidos gritos: «¡Vamos, Arana!», «¡Andrés, a por ellos!», «¡Vicente, hoy lo rompes!», coreaban los más jóvenes. La gente se agolpaba a ambos lados del cordón policial agitando bufandas con el pulso acelerado. Entre la gente, también se veían camisetas azules. Aficionados del Oviedo que se mezclaban entre tanto tono verde en una mañana que discurrió sin incidentes aunque el partido estaba catalogado de alto riesgo.
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Y llego el momento del tifo. Dentro del estadio, cuando los jugadores todavía no habían saltado al terreno de juego, se desplegó la lona. Un niño sonriente luciendo una camiseta verde y la cifra 44 en ella, reposaba cada una de sus manos en las espaldas de dos chiquillos llorosos, uno vestido de azul y con el número 38, y otro con una elástica roja y la cifra 42. Un guiño al 'meme' que circula por las redes y que tenía un mensaje claro. Las 44 temporadas en Primera del Racing frente a las de Oviedo y Sporting, cuyo balance de años en la elite es menor.
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La Fuente de Cacho resonó en el estadio. Ritual completado. Rodaba el balón sobre el césped y empezaba fuerte la Gradona a voz en grito al ritmo del bombo, pero pronto los aficionados carbayones contraatacaban dando palmas y dejándose oír también. «Racing Santander, alé, alé, te van a ver volver». «Vamos, vamos, Racing Santander». Ni un minuto de silencio. La grada de animación engarzaba un cántico con otro, como eslabones de una cadena, mientras los casi 1.500 oventeses que había en El Sardinero trataban de enmudecerles sin mucho éxito a base de pitos y gritos de «Oviedo, Oviedo».
El ambiente se calentaba, tanto que José Alberto decidió prescindir hasta de la chaqueta. El míster se paseaba en camiseta de manga corta por la banda y cuando Arana recibió una falta por parte de un jugador asturiano, incluso tuvo que pedir calma al banquillo racinguista, que protestaba revolucionado. 'Tarjetas ahora, no', debía pensar el técnico, que no quería arriesgarse a una amonestación a los jugadores de reserva ni a un miembro del staff. Pero para protesta la que profirió El Sardinero cuando Arana cayó al suelo en el área en el minuto 15 y el árbitro dijo que nada, que a seguir el juego. Los pitidos se clavaban en los tímpanos como cuchillos. José Alberto se paseaba por la zona del banquillo como un animal enjaulado. Daba indicaciones, palmas, se enfadaba, reclamaba. Un carrusel de emociones en apenas unos minutos.
El colegiado no echaba mano la bolsillo para enseñar tarjetas, pero el choque cada vez se estaba endureciendo más. En el campo y en la grada también. Cada acción era protestada con vehemencia por verdiblancos y carbayones. Ni un minuto de tregua. El Sardinero estalló en un «¡Uyy!» cuando Andrés Martín intentó una vaselina, y cuando el Oviedo hizo el 0-1 con un tanto de Dani Calvo, algunos jugadores del Oviedo se acercaron a celebrarlo ante la grada racinguista. De repente algún aficionado tiró una bandera al campo que recogió el línea. «Les recordamos que se abstengan de arrojar objetos» comentaron desde la megafonía.
Bufandas en alto
En el descanso llegó el olor de los bocatas. Avituallamiento para pasar el mal trago. Y con el regreso de los jugadores al campo, la lluvia hizo acto de presencia. Lo que seguía igual eran las protestas de la parroquia verdiblanca, que reprochaba a González Esteban sus decisiones. Pablo Rodríguez alzaba las manos pidiendo a la Gradona más madera. El fondo de animación obedeció: «Solo por ti, Racing de Santander», al ritmo del bombo mientras Michelin puso una falta peligrosa que pegó en el travesaño. Los minutos corrían inexorables. José Alberto movió el banquillo con la esperanza de cambiar también el marcador.
Y lo logró. El estadio casi se cae abajo con el gol de Mario García. Bufandas en alto, gritos saltos y ese miedo que atenazaba un poquito se sacudió de encima de un plumazo. Ahora sí que apretaba El Sardinero. «Racing, Racing», tronaba la grada enfervorecida. Y lo hizo más aún cuando el colegiado anuló al Oviedo un tanto en fuera de juego. A medida que se acercaba el final del encuentro los pitidos contra González Esteban se incrementaban y el mosqueo del racinguismo también. El trencilla dijo que hasta aquí. Reparto de puntos. Y cuando el trío arbitral abandonaba el terreno de juego, se llevó una reprimenda monumental por parte de la grada. No hubo victoria, pero los jugadores del Racing se acercaron a saludar a la Gradona cumpliendo el ritual. «Una ilusión nos persigue, la Primera División».
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