Emoción y virtuosismo
Tabackin casi parecía tener doble personalidad: si con el saxo era un prodigio de técnica e inspiración, a la flauta parecía arrancarle palabras
La segunda jornada del Festival arrancó extraordinariamente cariñosa, con un 'kiss you!' de Lew Tabackin al público, feliz por regresar a la ciudad tras su ... última actuación, una sesión doble en el Centro Botín en 2018 que había dejado un extraordinario sabor de boca. Tanto, que se rozó un nuevo lleno, y eso que, si el jazz es considerada una música 'no comercial', tal vez el estilo del artista sea de los menos comerciales del jazz. Aún así, los espectadores lo sabían de sobra, y fue recibido con una ovación cerrada antes incluso de quitarle el protector a la lengüeta del saxo. Y, de ahí, la velada iría in crescendo. Y es que pocas interpretaciones tan emocionales pueden disfrutarse actualmente en un escenario.
A Tabackin, cosecha del cuarenta, los ochenta y cinco se le notan en la voz y los ademanes, pero en cuanto se lleva el instrumento a los labios es capaz de detener el tiempo. Sobre todo, con la flauta. Pero no adelantemos acontecimientos, porque el músico arrancó con su otra herramienta, un saxo tenor que empezó tocando en solitario, todo un alarde que de repente teletransportó el búnker de Las Llamas al Nueva York de finales de los cincuenta; era la melodía de 'Afternoon in Paris', pero cambiando los tintes coloristas del original por su estilo, mucho más sincopado y vibrante, con aristas y cambios de ritmo; por algo lo llaman 'hard bop'; parece la transcripción musical del concepto 'jungla de asfalto', y suena además fabulosamente actual. Embelesados con el solo, cuando entró la banda ya había arrancado un nuevo aplauso.
Le secundaban Oliver Kent al piano, Phillipe Aerts al contrabajo y Mourad Benhamou a la batería, que además tendrían ocasión de interpretar un par de piezas en formato trío; obviamente, al maestro hay que dosificarle, porque noventa minutos en el Escenario pueden ser molto longo, pero valía la pena el interludio; todos se lucieron, pero Benhamou estuvo especialmente vibrante con las baquetas. Aunque, eso sí, el verdadero protagonista era un Tabackin que alternaba el saxo tenor con la flauta, y casi parecía tener doble personalidad: si con el saxo era un prodigio de técnica e inspiración –cuando atacó 'In a sentimental mood' casi se viene abajo el patio de butacas–, a la flauta casi parece arrancarle palabras. Pura emoción. Por cierto, fabulosa la acústica de la sala: se apreciaba hasta la respiración del músico. Aunque lo que se apreció más fue la oportunidad de disfrutar de un talento atemporal, que además de arrancar un bis levantó a los asistentes de sus asientos, que despidieron al artista en pie, con una estruendosa ovación.
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