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Efe
El indie es un pueblo

El indie es un pueblo

Opinión ·

El género independiente tiene casi las mismas miserias que el mainstream, pero a pequeña escala

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Viernes, 1 de noviembre 2019, 09:02

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La Eusebia, que Dios la tenga en su gloria, se sabía todas las matrículas de mi pueblo. Y como su casa está en la principal entrada de Jemenuño, pues nos «fichaba» a todos cuando íbamos y veníamos por esas tierras segovianas. En el indie, no hacen falta Eusebias. Porque, a poco que te muevas en este entorno, rápidamente acabas «fichando» a todos y todas.

Seas un fan de la música alternativa en directo, un músico, una periodista, una publicista, un promotor o cualquier otro ser humano de este sector, hay un círculo de personas a las que ves más que a buena parte de tu familia.

Cuando salíamos de fiesta en verano a otros pueblos (sí, el verbo en pasado), allí estaban las de siempre de Sangarcía, los clásicos de Bercial, Etreros o Muñopedro. E incluso cada uno tenía la costumbre de ponerse en el mismo sitio del baile. Ahora lo hacemos, pero en los festivales y salas. Unos son de primera fila, otros prefieren delante de la mesa de sonido. En lugar de preguntando en el bar y en las peñas, nos buscamos a través de infinitos whatsapps indicando ubicación con fotos feas que te llenan la memoria del móvil.

Pero, vayas al Santander Music, al Granada Sound o al Sonorama, allí están los festivaleros clásicos de «otros pueblos». Hay que cambiar a la Orquesta Diamante por Sidonie. Y los cubatas a 4 euros bien cargados por la simple caña mal tirada a ese precio. Pero la escena del encuentro con los conocidos es la misma. Y nos gusta. Gusta ser reconocidos.

Y también gusta juntarse con los músicos y los jefes de este tinglado. Porque, como en los pueblos, siempre están los grandes terratenientes. Aquí esos ricos del pueblo serían grandes cabezas de cartel y los jefes (más que jefas) de los festivales y promotoras. Live Nation, The Music Republic, Last Tour, Primavera Sound… estos terratenientes son más inaccesibles. Serían ese rico del que te cuentan que se ha comprado un caserío, pero al que apenas se le ve por el pueblo. No pisa el bar. En cambio, a los Vetusta Morla, a Love of Lesbian o a Izal sí es más fácil cruzártelos de noche en la verbena echando unos chatos. Y eso mola. No están a esa distancia sideral de las grandes estrellas pop, sino que puedes acabar dándoles la turra (o al revés, ojo)tras su bolo en un festival o en una sala.

Y nos contamos las cosas. «Te lo cuento, pero no se lo digas a nadie». Y claro, al final en esa cadena de no decírselo a nadie, lo sabe todo el mundo. Por qué ese artista se ha ido de ese sello o agencia, por qué tal banda no ha acabado tocando en tal festival y hasta si tal cantante ya no está con esta, con este, con aquel o con aquella... Y lo que no se sabe con certeza, se rumorea. Vamos, como en los pueblos.

Por eso también puede ser un ambiente asfixiante. Endogámico. Siempre viendo y tratando con los mismos. De buenas, fenomenal. Pero si hay pelea por las tierras o el ganado… pues ya se sabe que esas cosas a veces se enquistan. Toca esquivar en distancias cortas o poner sonrisa tan natural como la de la Reina Letizia.

Al final, el indie tiene casi las mismas miserias que el mainstream. Pero a pequeña escala. A escala humana. Y eso no es malo en este planeta, tan global e individual al mismo tiempo. Porque, como bien retrató Adolfo Aristarain, todos ansiamos un lugar en el mundo. Y viene a mi mente cansada aquel verano de quinceañero en el que la Eusebia me acogió en su casa. Así pude quedarme sólo en Jemenuño sin mis padres. Ahora pienso que ojalá la Eusebia, con su generosidad, hubiera tenido otra casa… pero en Aranda y en agosto. El indie es un pueblo.

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