El orden de lo impredecible

Mientras toma café, calentado al horno, explica cómo la paternidad y la pandemia fueron elementos que animaron su salida de Madrid, donde mantiene un pie constante. «Si te dedicas a la música como yo quiero hacerlo, tienes que estar activo allí; no puedes pluriemplearte en ello en Cantabria». Entre unas cosas y otras, incluyendo obras y adecuación de la casa que ahora alberga sus aparatos, han pasado dos años hasta que El Nido echó a andar en un edificio de arquitectura inglesa del siglo XVIII que ofrece además alojamiento a los músicos.

¿Acabar siendo productor era su meta? «Todavía no lo sé. Estoy cómodo como estoy y voy siguiendo el camino». Sentado en la silla, día a día, le hace gracia la afirmación exultante de «¡Ah, te dedicas a la música!», pero eso, explica, también implica «ser capaz de escuchar el mismo compás durante ocho horas seguidas, algo que para otros será una tortura». «Espero que haya productores que puedan elegir la música que les motiva, pero creo que eso es muy complicado; no hay tanta música que te guste como para estar todos los días a todas horas con ello».

Dejar algo deslavado, como parte del proceso creativo, también le hace gracia. «A veces parece un poco de vago, pero cuando trabajé con Paco Loco, una persona con la que comparto mentalidad y modus operandi, vi que dejaba muchas cosas como sin querer». No todos los productores o músicos son unos obsesivos del tempo, la armonía o la afinación. Una definición que le gusta, precisamente de Loco, es la de que el productor es el que consigue acabar los discos. «Es quien te dice cuándo parar». Al principio imaginaba que eran más psicólogos, pero «hay todo tipo de perfiles en cuanto a meter caña en el estudio; de buen rollo a tortura». Como ocurre en 'Whiplash', donde vio una semejanza «con alguien» con quien había trabado.

A Hunt, que procede del mundo del diseño, le gusta pensar que una carrera creativa te ayuda a «intentar abrir puertas y llegar a dónde quieras». Aunque en ocasiones, llegar a donde uno quiere, supone más vueltas de las previstas. Y si a eso le añadimos el parón global de la pandemia, por el camino se han quedado trabajos que perdieron su compás temporal. Un sentido narrativo detenido. «Hay muchos que cuando los empiezas son ideas novedosas, apuntadas a algo que va a venir, pero cuando pasa tanto tiempo...». Al cajón.

Hunt se «apunta» a lo que le diga el artista. Eso implica, si surge, tocar o participar activamente en la grabación. «Parece que los productores son como los directores de una película, pero no es del todo cierto. Estamos al servicio del artista y necesitamos que nos digan lo que quieren para ejecutarlo». Es motivador, eso sí, que el artista escuche y reciba con la mente abierta las sugerencias.

Algunos grupos sí le han dicho que haga lo que le dé la gana, «con buenos resultados, porque siento que son muy mías las canciones, pero no las voy a defender yo».

En las suyas le gustaría decir que «intenta ser impredecible» y puestos a grabar a alguien, no sabría a quién elegir, aunque supone que habría que decir los Beatles.

Al torrelaveguense de raíces británicas se le dan mal las cosas gubernamentales, por lo que lo de pedir subvenciones que ayuden al desarrollo de estos espacios no entra en sus planes. «Los músicos estamos muy desnudos, sin protección y las ayudas no sirven para nada». Los recientes cambios en el Estatuto del Artista, que mejoran las posibilidades de solicitar prestaciones para cotizar en la Seguridad Social o acceder a la pensión de jubilación, «siempre me van a parecer poco», reconoce. Pone un ejemplo, hacer un disco como el de Cupido, con una multinacional, con tanto dinero detrás y al final «ser el último mono» en una realidad que tiene mucha competencia y con la que siempre «se vive al límite». «Hay veces que echo de menos la nómina», confiesa, pero no volvería a la etapa anterior.

Brian Hunt gira en la actualidad con La Bien Querida. «Parece un tópico pero a mí me renueva salir un par de fines de semana al mes a tocar, meterme en una furgoneta y subir al escenario aunque yo no esté en primera fila». Además de grabar para otros, le gusta mucho componer y quizá volver a publicar sus canciones, pero reconoce el esfuerzo en tiempo y en euros que supone. «Hago canciones y si alguien las quiere interpretar, que lo haga».

El Nido toma su nombre de, exactamente eso, un nido. Cuando comenzaron las obras del edificio, Hunt se encontró con que entre las vigas de madera de lo que era la antigua cuadra, habitaba una familia de golondrinas. Relacionar naturaleza y arquitectura, retirar el aposento de las aves no es una tarea sencilla. De hecho, supuso varios meses de gestiones, con el músico acudiendo cada mañana a abrir las ventanas para que sus alados inquilinos pudieran salir al exterior, hacer lo que hacen los pájaros y alimentar a su prole. Con las criaturas ya adolescentes, pudo trasladarlas a su nuevo hogar en Cabárceno. Tras tal peripecia, la denominación del estudio no podía ser otra.

Las expectativas de El Nido pasan, de momento, por sumar actividad, días al mes cubiertos con bandas y ser sostenible. «Me gusta mi trabajo y me gustaría que eso lo dijera todo el mundo del suyo». Y claro, «encontrar un proyecto que me encante» y, huelga decir: «Grabar discos que pasen a la historia».