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Los 56 emprendedores del Programa Explorer del Banco Santander

El talento florece en el Valle

Un grupo de 56 emprendedores del Programa Explorer del Banco Santander visita Silicon Valley. Los jóvenes han presentado sus proyectos y han hablado con compatriotas que ya trabajan allí

Fernando Miñana

Domingo, 17 de noviembre 2019, 07:28

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Hace frío en Palo Alto. En los porches de las viviendas unifamiliares se desinflan las calabazas gigantes bajo brujas voladoras, arañas y bichos oscuros que tanto juego dieron la víspera del 1 de noviembre. Delante de uno de esos pequeños jardines está prohibido aparcar. Es una casa más, con su césped, sus arbolitos y su garaje. Pero en ese garaje, uno como otro cualquiera, hace 80 años germinó lo que hoy se conoce como Silicon Valley, la mayor concentración de talento tecnológico del mundo. Y allí, con la sonrisa colgada del rostro, un grupo de 56 veinteañeros tira un selfi tras otro como si así honraran la memoria de William R. Hewlett y David Packard, los fundadores de HP, el punto de partida de esta larga historia de emprendedores que acabaron convertidos en multimillonarios.

En Silicon Valley, una vasta extensión de terreno al sur de San Francisco, está todo. De Apple a Google y de Facebook a Airbnb. Y hasta allí, como un premio a su talento, les ha llevado el CISE, la rama de emprendimiento del Banco Santander, a través del Programa Explorer. Los ganadores de cada universidad fantasean con montar su 'startup', una empresa emergente con contenido tecnológico. Como Miguel San Antonio, que ya ha comenzado a negociar con algunos clubes de fútbol de Primera para que incorporen Gopick, la aplicación que permitirá a sus espectadores pedir una cerveza y una hamburguesa y recibirla poco después sin moverse de su butaca. O como José Rodríguez Gago, un obsesivo estudiante de Medicina que un día asistió a una operación abdominal con algunos de los mejores expertos. «La operación fue perfecta, pero días después la paciente murió por una infección postquirúrgica».

En Silicon Valley, una vasta extensión de terreno al sur de San Francisco, está todo. De Apple a Google y de Facebook a Airbnb

Eso le espoleó para crear BactiDec, el proyecto que ha ganado esta edición –le ha reportado 30.000 euros– y que ya ha comenzado a vender en los hospitales. Su dispositivo detecta en tiempo real el número de bacterias presentes en la herida quirúrgica. Esto facilita el diagnóstico precoz y adelanta el tratamiento. Este pontevedrés ha aprovechado cada segundo de Explorer y en su visita a la Universidad de Stanford logró que una investigadora española le ofreciera, cuando acabe la carrera, un hueco en su laboratorio dedicado a estudiar el cáncer pediátrico.

Un éxito que llegó después de impregnarse del espíritu emprendedor de Silicon Valley, donde todo el mundo recomienda a estos jóvenes que aborden a cualquiera, que se atrevan a explicarle su proyecto, a explicitar la cuantía de la inversión que necesitan para ponerla en marcha. Les piden que sean emprendedores todo el día.

Teslas y 'homeless'

Aunque San Francisco, tras su famoso puente colgante, les muestre con toda su crudeza que la vida no solo está compuesta de éxito. Y la imagen de los mendigos, a cientos, a miles, deambulando por las calles como zombis de 'Walking Dead' paraliza de golpe esa lengua excitada por la edad y el entorno. Porque ni el enjambre de 'teslas' que circula a diario por las cuestas de la ciudad de la niebla es capaz de eclipsar la realidad de una urbe marcada por la riqueza y la pobreza, en un contraste tan salvaje, tantos ricos, tantos pobres, que duele. Y ni el más triunfador de los triunfadores en esta tierra abonada por los bombazos tecnológicos puede esquivar el rastro de miseria que ha marcado la ciudad entera. De punta a punta.

Iker Jamardo, un vitoriano de 42 años, abre la puerta de Google a los 'explorer'. Porque en Silicon Valley puede darse la fantasía de que busques en Google dónde está Google. O que entrar en Facebook signifique entrar en la sede de Facebook. Pues muchas de las grandes empresas del siglo XXI están allí, como se apresuran a recordar en la Universidad de Stanford, que presume de que un país ficticio formado por la suma de las multinacionales que han creado los estudiantes salidos de allí les convertiría en la novena potencia mundial.

Esta selección de talentos españoles se relame escuchando las maravillas del famoso buscador, un enorme cerebro disfrazado de letras de colores. Porque allí, en su campus, uno piensa que, en realidad, no es necesario dar mucha información: Google ya lo 'sabe' todo de ti. Has llegado con sus mapas, podrían amenizarte la espera poniéndote esas canciones de La Bien Querida que llevas días escuchando y hasta podrían permitirse un comentario picarón sobre tus fantasías más secretas. Por algo debe ser la herramienta más usada por el hombre en este siglo.

Los emprendedores, en Silicon Valley.
Los emprendedores, en Silicon Valley.

Jamardo se mudó a Bilbao con 20 años para estudiar en la Universidad de Deusto porque le encantaban los videojuegos. Con 14 años ya programaba y al acabar la carrera le surgió la oportunidad de trabajar en una empresa de videojuegos de Bilbao. Pero también le gustaba la docencia, a la que dedicó diez años y a la que espera volver en un futuro no muy lejano. Su compañero de piso era Eneko Knörr, un conocido emprendedor que le contrató en su equipo de ingenieros, el mismo que se llevó a San Francisco años después. Allí trabajaron para Disney, Nickelodeon o Samsung. Eneko se volvió. Íker no.

El vitoriano se quedó a buscarse la vida. «Ya había dejado los videojuegos y me dedicaba a la realidad virtual. Un fin de semana participé en un 'hackatón', un evento de dos o tres días en el que la gente se junta, hay una temática y se desarrolla un proyecto tecnológico. Me presenté con un tema de realidad virtual, combinándolo con realidad aumentada, y gané. Una empresa me contrató y pude quedarme más tiempo en el país».

Porque allí, en su campus, uno piensa que, en realidad, no es necesario dar mucha información: Google ya lo 'sabe' todo de ti

Jamardo se hizo un nombre y eso le llevó a convertirse en un 'googler'. Porque en Google tienen su propia jerga: 'noogler' es el que lleva menos de un año allí, 'googler' el que ya ha pasado ese tiempo y 'xoogler', el que ya se marchó. Y todos necesitan ser muy 'googleyness', algo así como atesorar diversión, humildad y osadía, entre otras virtudes.

Las que posee Lucía Fontes, una valenciana de 28 años que siguió un camino mucho menos canónico hasta Google. Lucía, de Jávea, no estudió ninguna carrera. Se metió en un ciclo superior de gestión comercial que le despertó su pasión por el marketing y la publicidad. Ella, que era de Ciencias e iba para bióloga marina, acabó trabajando en Londres para Amazon. «Ahí me di cuenta de mis fortalezas, mis puntos fuertes. Pero Amazon no me gustó: su cultura de empresa es muy agresiva». Y se marchó.

Lucía cuenta su historia con llamativos problemas para expresarse en castellano. Está acabando de comer en una mesa al aire libre en el inmenso campus de Google, donde los 'explorers' se han quedado con la boca abierta al ver el fastuoso comedor donde uno puede comer hasta hartarse todo lo que pueda imaginar: pizza, sushi, burritos... Cuando ya tenía decidido irse a Australia, recibió la llamada de esta empresa con más de cien mil empleados y ahora cuenta con pasión que su trabajo consiste en conocer las peculiaridades culturales de países donde Google no es el rey: China, India, Singapur...

«'Noogler' es el que lleva menos de un año allí, 'googler' el que ya ha pasado ese tiempo y 'xoogler', el que ya se marchó»

Iker y Lucía están encantados de haber llegado al cogollo de la meca tecnológica, aunque cuentan con la boca pequeña las dificultades para vivir en una ciudad como San Francisco, la más cara de los Estados Unidos desde hace un lustro. Allí es imposible sobrevivir sin un salario que supere los seis mil dólares mensuales. Porque un apartamento corriente con una habitación absorbe más de la mitad de ese dinero. O porque cenar en un restaurante y tomarte dos copas de vino cuesta 150 'bucks'.

No es oro todo lo que reluce al norte de la soleada California. Los investigadores españoles que trabajan en la despampanante Universidad de Stanford, salpicada por decenas de esculturas de Rodin y edificios majestuosos, se lo advierten a su joven auditorio, donde también están los ganadores del Explorer de Coimbra y Buenos Aires. «Los mejores investigadores de Stanford podrían vivir en Chicago en una mansión con cuatro perros», pero eligen esta universidad porque allí están los mejores y lo mejor. En sus laboratorios abundan aparatos, a los que ponen nombres, que cuesta encontrar en España. Y pasan por ahí los cerebros más privilegiados. «Por eso hay niños de 13 años que en verano, en vez de irse de vacaciones, piden venir a hacer una investigación en Stanford».

No es una vida fácil. Los científicos no se encierran en su parcela de conocimiento sino que están aprendiendo constantemente. «Todos vivimos con el síndrome del impostor: que no se enteren de que no sé de qué va esto cuando empieza un proyecto», relata Elena Sotillo, una gallega que estudió en Pamplona. Su compañero Xavi lo explica de otra forma: «No sé de algo, pero dame tres semanas y lo sabré». La presión es enorme. Tanto en los investigadores, los alumnos que se han empeñado para poder estudiar allí o en Berkeley, como en los emprendedores que no alcanzan el éxito. Y de ahí surge otro contraste: en la tierra de los triunfadores no para de crecer la tasa de suicidios.

El 'explorer' que triunfó

No todo es oro en la dorada California. Aunque son necesarios programas como el Explorer, como razona Adriana Tortajada, directora global de emprendimiento de Santander Universidades: «Impulsamos el emprendimiento innovador como eje de transformación de las economías. En esta era digital, de grandes retos, que evoluciona a gran velocidad, un programa como Explorer ayuda al emprendedor universitario que se plantea generar soluciones a las grandes problemáticas y traducirlas en modelos de negocio con impactos positivos sociales y sustentables».

Vista aérea de Silicon Valley.
Vista aérea de Silicon Valley.

Carlos González de Villaumbrosia espera a los 'explorers' en una antigua fábrica de chocolate en San Francisco. Allí está el 'coworking' donde se asienta su empresa, Product School. Madrileño de 34 años, está emocionado porque él también fue un 'explorer' hace nueve años, «cuando no era tan molón ser un emprendedor». El programa, entonces, se llamaba Yuzz y Carlos ganó otro viaje a Silicon Valley gracias a una plataforma para organizar eventos en universidades donde los ponentes eran referentes de los jóvenes: deportistas, músicos, directores de cine... «Descubrí que todos estaban a un correo de mí». Por la mañana estudiaba su ingeniería y por la noche montaba los saraos.

Durante el viaje a California, se escapó a Berkeley. «Allí me colé en una clase del MBA. Me volví loco: había gente de todo el mundo, aquello era una especie de debate y no había ningún profesor con bata blanca soltando un rollo». Con el dinero ganado con los eventos se pagó el máster allí. «Y volví a tener dos vidas: por el día las clases y por la noche me iba a San Francisco a un montón de eventos que no existían en Madrid». Mientras, con 25 años, expandió su empresa a Estados Unidos. Pero el dichoso visado, la cruz de los emigrantes, le obligó a volver a casa. Entonces, en plena crisis en España, montó su segundo negocio. Levantó capital aquí y en Sudamérica gracias a una aceleradora chilena, pero en menos de un año otra aceleradora, 500 Startups, le financió su regresó a Silicon Valley. Carlos acabó vendiendo su participación en la empresa y fundó Product School, una escuela donde los alumnos aprenden de 'product managers' que trabajan en Google, Facebook, Uber, Airbnb...

Españoles que han triunfado en California. Como Ione Ayestarán, una navarra que estudió en San Sebastián y que ha acabado trabajando en la poderosa Salesforce, que tiene 45.000 empleados y que, desde el día que la fundó Marc Bennioff, establece el modelo 1-1-1: dona el 1% del tiempo de sus empleados para obras sociales, el 1% del producto o tecnología y el 1% de sus ganancias anuales a obras benéficas. Porque hay otras formas de entender el éxito, como demuestra la 'explorer' de Cantabria Yiran Chen, quien, tras acabar un grasiento desayuno americano, coge los restos, se los lleva a un mendigo y, mirandole a los ojos, le dice: «Que tenga un buen día».

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