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Nayib Bukele, un pragmático sin tatuajes
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Nayib Bukele, un pragmático sin tatuajes

Contra pandilleros, jueces y virus, el presidente de El Salvador aplica la política del palo y la zanahoria, con el Ejército y las redes sociales como aliados

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Domingo, 11 de octubre 2020, 00:45

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Joven, pero no tanto como para pertenecer a la generación de los 'millenials', el presidente de El Salvador, Nayib Bukele, no tiene tatuajes. En uno de los países del mundo con mayor tasa de homicidios, su objetivo más publicitado ha sido apaciguar a las Maras, anárquicas guerrillas de la pobreza urbana cuyos miembros marcan sus rostros y cuerpos con tinta indeleble. Hombres y mujeres con lágrimas negras que se odian unos a otros. Desde su llegada al poder en junio de 2019, con 38 años, Bukele tanteó a los líderes de Salvatrucha 13 y Barrio 18. No hubo mayores avances. Al contrario, las Maras quisieron hacer una demostración de poder, y promovieron una más de sus tantas matanzas.

Bukele movió sus piezas y atacó a los pandilleros encarcelados en los penales salvadoreños, que se habían repartido las celdas para no mezclarse. Les aisló en prisión, les castigó sin salir al patio y mezcló a rivales que en la calle se habrían matado. Mientras los soldadores oscurecían las celdas con chapas de metal, les obligó a formar semidesnudos, piel con piel. El Gobierno divulgó las humillantes fotos y ordenó el usó de «fuerza letal».

Audaz y ambicioso, Nayib Bukele había dejado entrever un toque de megalomanía al celebrar su toma de posesión con una partida especial de un millón de dólares, mientras las caravanas de migrantes salvadoreños intentaban cruzar a Estados Unidos. Cabello muy negro y repeinado, barba cuidadísima, amplia sonrisa y buen vestir, a Bukele le molesta la crítica. «Periodistas menteros» y «panfletos», llama a la prensa en redes sociales, su principal altavoz.

Con dos millones de seguidores -casi la tercera parte de la población si todos fueran compatriotas-, el presidente se identifica en Twitter sólo como «papá de Layla», su pequeña y única hija, que da sus primeros pasos encima del escritorio presidencial. A veces impetuoso, se le critican sus exabruptos contra sus oponentes y en un par de ocasiones ha tenido que enfrentar procesos judiciales por difamación, de los que ha salido bien librado.

Entre ataque y propaganda también ventila algo de su intimidad. Desde una ecografía hasta un tatuaje temporal en el antebrazo de su mujer, con siluetas orientales, nada que ver con las letras góticas o cursivas de los salvatruchas.

Sin ser lector de poesía, admira a Roque Dalton, intelectual y guerrillero salvadoreño ejecutado por sus propias filas. A la par que combatía la delincuencia organizada de las calles, Nayib Bukele aprobó una ruta turística como homenaje al poeta cuyo cuerpo sigue desaparecido. Hay un trasfondo político y personal. Los verdugos son los hoy oponentes del Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional, que también le expulsaron a él de sus filas en 2017, antes de fundar sus propios movimientos, Nuevas Ideas y Gana. Amenazó al bipartidismo y ganó.

Bukele cerró las fronteras en marzo para frenar la pandemia y creó «centros de cuarentena» donde encerraba a miles de contagiados junto a quienes desobedecían sus estrictas medidas. Estas detenciones que podían durar 40 días fueron consideradas inconstitucionales por la Corte Suprema pero Bukele no acató la sentencia. «Cinco personas no van a decidir la muerte de los salvadoreños», tuiteó. Meses después el país se acerca a los 30.000 contagios y los 800 fallecidos por el virus, según las cifras oficiales.

Caudillo y ejército

Criado en una casa con padre musulmán de origen palestino y madre católica, Bukele ha aprendido a manejarse en las dicotomías. Ante el electorado, donde la iglesia evangélica tiene fuerte predicamento, ha reafirmado la figura de Jesús y la religión materna. Aliñada con dinero, esa visión utilitaria le ha granjeado el apoyo de los militares: nada más llegar al cargo, dio unos 90 millones de euros a las fuerzas del Estado. Como el Parlamento demoraba en aprobar el desembolso, Bukele presionó irrumpiendo con soldados en la sede del Legislativo, con la guerra civil fresca en la memoria nacional (1979-1992).

Aunque pronto se distanció de otros gobiernos liderados por hombres fuertes que han parasitado el sistema democrático de sus naciones, como Venezuela, de la que llegó a expulsar a sus diplomáticos, Bukele parece seguir la ecuación Caudillo-Ejército. No está solo. Tiene la venia de Trump. «Hace un trabajo increíble», ha tuiteado el de la Casa Blanca. Recientemente, Bukele ha dado los primeros pasos para reformar la Constitución. El objetivo, alargar su estancia en el poder.

Su gestión con las Maras y el parón de toda actividad económica durante meses han logrado disminuir a la mitad la tasa de homicidios en lo que va de año, unos 20 por cada 100.000 habitantes. Llegó a ser cinco veces mayor. Al avanzar las negociaciones con los maleantes, reveladas por diarios como 'El Faro', Bukele dio muestras de magnanimidad. Cambió el palo por la zanahoria.

En agosto, volvió a dejar que entrara pollo asado, pizzas y chucherías en los penales, separó otra vez a las bandas para que cada una tenga su propio espacio, ventiló las celdas y dejó que les entrara luz solar. Incluso dejó que los pandilleros decidieran qué guardianes podían quedarse. Las negociaciones de pacificación han proseguido dentro de la cárcel, donde los jefes han ordenado mantener la calma a sus lugartenientes libres, que entran encapuchados junto a hombres de confianza de Bukele.

Pactar con los grupos paramilitares, como las pandillas organizadas y armadas, también es una estrategia típica del caudillo latinoamericano, que prefiere levantar instituciones paralelas. En El Salvador, las Maras tienen, además, suelo electoral, y pueden decidir unas elecciones.

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