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Celebraciones del 500 aniversario de La Habana. EFE
Sólo los cubanos honran a La Habana

Sólo los cubanos honran a La Habana

Las crisis domésticas fuerzan a los líderes de la izquierda latinoamericana a cancelar su asistencia a los festejos del 500 aniversario de capital

Mercedes Gallego

La Habana

Domingo, 17 de noviembre 2019, 22:06

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Para celebrar el 500 cumpleaños de La Habana, «una ocasión que sólo se puede vivir una vez en la vida», decían entusiasmados los habaneros, se esperaba reunir a la gran familia bolivariana y cualquier allegado en el Gran Teatro Alicia Alonso. Nicolás Maduro, Daniel Ortega, Evo Morales, Andrés Manuel López Obrador, Vladímir Putin y hasta Obama, decían los más optimistas. Al final, no hubo ni un solo jefe de Estado entre el centenar de invitados, pero los cubanos suplieron con creces la deserción masiva.

Maduro «está enredado en casa», explicaba un funcionario del Gobierno cubano. Morales, recién exiliado en México, viste luto por el medio centenar de muertos que dejan ya los enfrentamientos provocados por el golpe de Estado. López Obrador prefirió enviar a su esposa Beatriz Gutiérrez, como Putin a la presidenta de la Duma, Valentina Matvienko. Y Obama, seguramente nunca tuvo intención de asistir, aunque sí lo hizo François Hollande, el expresidente francés, que siguió su estela de apertura para adelantar a los inversores de su país en la isla. España temía quedarse ausente de una cita obligada para festejar «algo tan nuestro», dijo el ministro de Exteriores, Josep Borrell.

Pero si los Reyes se despidieron dos días antes para diferenciar su primera visita de Estado y evitar una incómoda foto de familia, en realidad resultaron ser los dignatarios de más nivel en dar la vuelta al árbol de la ceiba, plantado en el Templete para marcar el punto en torno al cual se fundó la ciudad en 1519.

«Lo más grande»

«Para La Habana, lo más grande», decía el eslogan con el que el Gobierno lleva más de un año patrocinando el 500 aniversario. Había baldosas nuevas en el Boulevard de San Rafael, repleto hasta los costados de mulatas engalanadas del brazo de sus mozos y coronado con deslumbrantes papeleras y mucha luz. Brillaba en la noche la cúpula dorada del Capitolio, reabierto tras una década de renovación, mestizo ahora de modernidad con un espectáculo de luces y colores que compitió con los fuegos artificiales.

Había que hacer cola hasta para entrar en las calles, colmadas de habaneros que han retomado el disfrute de la capital con la pujanza de una clase media incipiente y una modesta subida de los salarios. «Por una vez no somos el prostíbulo del mundo, ahora La Habana es nuestra», decía orgulloso Diosdado Ramírez, que disfrutaba de uno de los ocho conciertos simultáneos que llenaron el malecón. Puede que el presidente, Miguel Díaz-Canel, no tenga el carisma de Fidel Castro para atraer a los líderes internacionales, pero los cubanos siguen poniendo la magia a La Habana. «Vivirla es amarla», recordaban los carteles que han sustituido la imagen del Che.

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