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JAVIER GONZÁLEZ
Martes, 2 de mayo 2023, 02:00
Nacido en el pueblo de Asón, a Felipe Pérez Cano todo el mundo le conocía por Pinuco. Incluso es posible que muchos de los amigos ... que coleccionaba por doquier ignorasen su nombre de pila.
Siendo muy niño llegó con sus padres a Regules y más tarde arraigó en Cañedo, en el entorno de La Gándara, siempre sin desbordar los límites del valle de Soba. Al igual que el 99% de sus paisanos, su vínculo con el ganado, fundamentalmente vacas para la producción de leche, se mantuvo intacto a lo largo de su andadura vital.
Durante años recorrió miles de kilómetros con su camión para abastecer de sacos y fardos de pienso a las explotaciones ganaderas repartidas por media Cantabria. Primero desde la SAT Valle de Soba, y más tarde en el seno de Agrocantabria. Cuando las ganaderías sobanas se fueron modernizando con silos para almacenar los piensos, amplió el radio de acción a nuevas localizaciones de Selaya o San Roque de Riomiera, donde aún pervive la ganadería extensiva en mayor número que en otros puntos de la región.
Fue así como se dio a conocer y se ganó la estima de ganaderos de distintas comarcas y valles, con los que enseguida sintonizó por un carácter extrovertido y conciliador que completaba con una entrega a su quehacer digna de encomio. «Era imposible enfadarse con él, siempre estaba de buen humor», recuerdan sus compañeros de la cooperativa, donde ha dejado un profundo socavón por su prematura marcha.
Todas sus aficiones remitían al mundo rural. Era feliz en medio de la naturaleza, recorriendo esos bosques y montes donde se destacó como un consumado setero, experto en localizar las distintas variedades según la época del año.
Aunque en su caso, su auténtica pasión eran las yeguas que tenía sueltas en el entorno del Portillo de La Sía. Su crianza y cuidado era, por encima de todo, una vía de escape, porque los precios, casi congelados respecto a los que conoció cuando iba con su padre a las ferias con algún potro, no invitaban a volcarse en el empeño como negocio.
A Pinuco le encantaba salir a su encuentro para llevarles su ración de alfalfa. Lo hacía encantado, aunque llevase a sus espaldas el peso de una jornada laboral de incesante trasiego. Sólo el lobo con sus crueles ataques logró alterar la sonrisa de un hombre muy querido en el mundo rural.
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