Libertad
El otro día fui a un convento que hay en mitad del campo, con los niños. Y allí, tras unas verjas, de pronto aparecieron unas ... monjitas que, al ver a los niños, se derritieron en sonrisas. Una tras otra, fueron (supongo) a la cocina, a la despensa y a los talleres, a traer dulces y juguetes manufacturados.
Mi hijo (7 años) preguntó por lo bajo: «Papá, esa familia ha robado o algo así, ¿no?». ¿Familia? ¿Robar? Ante mi desconcierto, me aclaró: «Bueno, se llaman unas a otras 'hermanas' y están todas en esta cárcel con barrotes». Claro, ya entiendo. «Pregúntales», le propuse. Y ahí que fue a preguntar por qué no estaban en libertad. «Estamos más libres que nadie», respondieron. Silencio. Y claro. A mí me tocó darle a la hormigonera. ¿Qué es la libertad? ¿Es tener todas las opciones posibles? ¿Es poder hacer lo que quiera?
La libertad como un mero mantener cualquier posibilidad abierta y cuantas más, mejor, es una quimera y termina en parálisis. El 'no quiero cerrarme opciones' no es mantenerse libre: es no ejercer la libertad. Y quien no la ejerce es esclavo de algo. Esclavo de no atarse, esclavo de sus apetencias, esclavo de su fama… Ese vértigo al compromiso, el no lanzarse a por nada o por nadie, por no estar seguros, hace que seamos neutros, sosos, irrelevantes. Decía Aristóteles que a veces, para saber qué tenemos que hacer, tenemos que hacer lo que sabemos. Comenzar a andar para hacer camino, que dijo el poeta.
Así, supongo que ser libre es comprometerse. E intuí que esas 'hermanas' se habían comprometido como nadie ahí dentro. Y que, por eso, eran más libres que nadie de los de ahí fuera.
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