Séptimo día y séptimo arte
El otro día vi la peli 'Los domingos'. Era, precisamente, domingo por la noche, hacía un día feo y todo invitaba al tedio, la desesperación ... y las ganas de 'paren, que me bajo' que caracterizan las últimas horas de un fin de semana.
La película –que ganó la Concha de Oro– deshizo de un plumazo toda esa abulia, haciéndome recordar por qué se habla de la 'magia del cine'. La historia se antoja dura: trata de una niña de la misma edad que mi hija mayor que está en discernimiento sobre si entrar en un convento de monjas. Su tía se opone de plano, y otros bailan entre la indiferencia y la incomprensión.
Como la directora trata el relato con trazo fino, delicado y neutral, logra que el espectador presencie algo auténtico. No hay planos que ridiculicen con medias sonrisas la opción de vida de las monjas, ni tachaduras de intransigencia hacia una tía que ama con locura a su sobrina: se muestra sencillamente una verdad, desde la que lo único que cabe es comprender los distintos puntos de vista. La historia propone una objetividad que es precisamente la que hace reflexionar, porque no condiciona, solo propone. Y uno puede adoptar la opción que quiera, desde el respeto a la contraria.
Dicen que se percibe cierto giro en la sociedad hacia los valores morales o espirituales, tengan el apellido que tengan. Puede que la gente se esté cansando de la fugaz vistosidad del fuego artificial y esté volviendo a valorar el fuego como algo que contemplar y a cuyo calor cobijarse. Ojalá. Lo indudable es que esta película consiguió en quienes fuimos a verla lo que antaño provocaba el cine: que a la salida no quisiéramos romper el hechizo de compartir lo vivido. Y que quisiéramos hablar. Y pensar.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión