¿Compartes postre?
Nuestros comportamientos siempre están motivados por algo que nos ha acontecido
Conocí a una persona que, siempre que pedíamos postre en una comida familiar, cuando llegaban los postres a la mesa, miraba todos los platos y ... se decía a sí misma: «he triunfado», o «no he pedido bien», en función de la apariencia que pudiera tener el postre en cuestión.
Recordando este hecho, me he dado cuenta de que, en la vida, podríamos clasificar a las personas en dos tipos: las que les gusta probar y dar a probar de los postres que les sirven y las que nos gusta comer del postre que nos sirven y no probar del de los demás.
En mi caso, en particular, me críe en una época en la que era excepcional ir a comer a un restaurante (creo recordar que la primera vez que fui a uno tenía nueve o diez años) y en donde, además, en casa, lo más normal era una pieza de fruta, la cual era poco atractiva para un niño pequeño. Es probable que, por esta razón, en las primeras ocasiones en las que tuve la oportunidad de tener un postre, en exclusiva para mi y a mi propia elección, eso provocara esa sensación de rechazo a compartir, al tiempo que también rechazo el quitarles a otros lo que buenamente les haya correspondido.
Es cierto que la buena educación hace que, cuando alguien nos pide meter la cuchara en el plato, aceptemos de buen grado, pero si miras al rostro de algunas personas, con una buena dosis perceptiva, verás que no es tan agradable. Este reparto de postres es como las cartas que nos tocan en una baraja; antes de repartirlas las posibilidades son las mismas para todos, pero cuando ya están en nuestra mano, sobre todo al final de la partida, vemos las diferencias que nos han tocado a cada uno.
El sentido último de este artículo, supuestamente gastronómico, es el de tratar de ilustrar que todos nuestros comportamientos, por pequeños que puedan parecer, siempre están motivados por algo que, previamente, nos ha acontecido y que, con independencia de que siendo inapropiado, lo hayamos podido superar, el residuo que eso nos pudo dejar en su momento, con diferentes manifestaciones, suele perpetuarse en el tiempo; aunque no sea en el fondo, porque ya está resuelto, sí que continua en las formas.
Si echas la vista atrás podrás comprobar que muchos de tus gustos, comportamientos o aficiones tienen un origen en esos primeros años en los que te impregnaste de todo lo que era novedoso y lo has ido anclando en el cerebro y aquello que no funciona, o lo que creemos que nos funciona, lo mantenemos en el tiempo y, si no pensamos en su por qué, lo interpretaremos como una costumbre ancestral; incluso genética y es, plenamente, conductual.
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