El ego
Su origen no es otro que la sensación de inseguridad, ya sea real o imaginada, de que no tenemos suficiente
La raíz de casi todos los pecados, de muchos de los males que nos acucian, está en el ego, en el egoísmo, entendido como tal ... la sensación de que necesitamos más, mucho más de lo que tenemos, para nuestra propia seguridad, para sentir que estamos protegidos frente a las adversidades y a las necesidades de nuestra condición humana.
El pecado no deja de ser un exceso, el que se corresponde con una sensación de necesidad de satisfacción por las carencias previas que experimentamos y ese deseo de satisfacción lo llevamos al extremo y, entonces, sólo entonces, se convierte en pecado. Siempre hemos sabido que en el medio está la virtud, a pesar de que los grandes logros en esta misma humanidad, siempre se han conseguido gracias al trabajo de personas excesivas, personas que no se conformaban con lo que tenían y aspiraban a mayores logros. Sólo de un exceso de trabajo, de buenas ideas, de investigación, se consiguen avances sobre la situación anterior. Pero, volviendo a los egos, a ese gen egoísta con el que todos nacemos, ¿de dónde provienen? ¿cuál es su origen? Pues, no es otro que la sensación de inseguridad, real o imaginada, de que no tenemos suficiente, de que carecemos y ahí es donde nace la visión del otro como poseedor de lo que nosotros necesitamos y tratamos de arrebatárselo, en algunos casos, y de conquistar su voluntad en otros.
Veamos algunos ejemplos con nuestros tradicionales pecados: La soberbia nace de la carencia de afecto que sentimos y por eso lo volcamos con el rechazo de superioridad hacia el otro; ya que no me das afecto, lo rechazo expresamente para no sentirme inferior al no ser querido como yo precisaría. La avaricia, a la que tratamos como el máximo exponente del egoísmo y es simplemente uno más de todos ellos, es la sensación de inseguridad ante el futuro mediato y por eso necesito acaparar todo lo que pueda para futuros llenos de carencias. En la lujuria aparece el apetito físico del disfrute unido al ego de la conquista del otro y que se le priva a un congénere, para apropiarnos de sus favores y restárselos a otros. La ira es uno de los pecados atípicos pues nace de un ego herido que se revela por la impotencia que siente ante la no consecución de sus deseos y se viene arriba con furia en contra de quien se lo impide. La gula es el otro exceso placentero que satisface todas nuestras frustraciones emocionales y afectivas con el goce de comer y beber hasta el límite de nuestro propio cuerpo; esa es su gran limitación estomacal, también la del cerebro bañado en alcohol.
Aún nos queda por pecar; nos excederemos otro día.
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